Mi visión del mundo - Albert Einstein
Célebre por su teoría de la relatividad, que cambió para
siempre la ciencia moderna, Einstein fue además un gran
humanista: observó con lucidez la sociedad y defendió la
convivencia pacífica entre los pueblos, la libertad y un
progreso que el Estado no utilizara en contra de los individuos.
En esta obra recoge sus reflexiones sobre su vida
y la época en que le tocó vivir, y expone en términos
sencillos cómo nació y qué es la teoría de la relatividad.
Albert Einstein
Mi visión del mundo
Metatemas - 90
ePub r1.0
Titivillus 23.03.16
Título original: Mein Weltbild
Albert Einstein, 1980
Traducción: Sara Gallardo y Marianne Bübeck
Editor digital: Titivillus
ePub base r1.2
Primera parte:
Mi visión del mundo
Mi visión del mundo
Curiosa es nuestra situación de hijos de la Tierra. Estamos por
una breve visita y no sabemos con qué fin, aunque a veces creemos
presentirlo. Ante la vida cotidiana no es necesario reflexionar
demasiado: estamos para los demás. Ante todo para aquellos de
cuya sonrisa y bienestar depende nuestra felicidad; pero también
para tantos desconocidos a cuyo destino nos vincula una simpatía.
Pienso mil veces al día que mi vida externa e interna se basa
en el trabajo de otros hombres, vivos o muertos. Siento que debo
esforzarme por dar en la misma medida en que he recibido y sigo
recibiendo. Me siento inclinado a la sobriedad, oprimido muchas
veces por la impresión de necesitar del trabajo de los otros. Pues
no me parece que las diferencias de clase puedan justificarse: en
última instancia reposan en la fuerza. Y creo que una vida exterior
modesta y sin pretensiones es buena para todos en cuerpo y alma.
No creo en absoluto en la libertad del hombre en un sentido
filosófico. Actuamos bajo presiones externas y por necesidades internas.
La frase de Schopenhauer: «Un hombre puede hacer lo
que quiere, pero no puede querer lo que quiere», me bastó desde
la juventud. Me ha servido de consuelo, tanto al ver como al sufrir
las durezas de la vida, y ha sido para mí una fuente inagotable de
tolerancia. Ha aliviado ese sentido de responsabilidad que tantas
veces puede volverse una traba, y me ayudó a no tomarme demasiado
en serio, ni a mí mismo ni a los demás. Así pues, veo la
vida con humor.
No tiene sentido preocuparse por el sentido de la existencia
propia o ajena desde un punto de vista objetivo. Es cierto que
cada hombre tiene ideales que lo orientan. En cuanto a eso, nunca
creí que la satisfacción o la felicidad fueran fines absolutos. Es un
principio ético que suelo llamar el Ideal de la Piara.
Los ideales que iluminaron y colmaron mi vida desde siempre
son: bondad, belleza y verdad. La vida me habría parecido vacía
sin la sensación de participar de las opiniones de muchos, sin concentrarme
en objetivos siempre inalcanzables tanto en el arte
como en la investigación científica. Las banales metas de
propiedad, éxito exterior y lujo me parecieron despreciables desde
la juventud.
Hay una contradicción entre mi pasión por la justicia social,
por la consecución de un compromiso social, y mi completa carencia
de necesidad de compañía, de hombres o de comunidades
humanas. Soy un auténtico solitario. Nunca pertenecí del todo al
Estado, a la Patria, al círculo de amigos ni aún a la familia más
cercana. Si siempre fui algo extraño a esos círculos es porque la
necesidad de soledad ha ido creciendo con los años.
El que haya un límite en la compenetración con el prójimo se
descubre con la experiencia. Aceptarlo es perder parte de la inocencia,
de la despreocupación. Pero en cambio otorga independencia
frente a opiniones, costumbres y juicios ajenos, y la capacidad
de rechazar un equilibrio que se funde sobre bases tan
inestables.
Mi ideal político es la democracia. El individuo debe ser respetado
en tanto persona. Nadie debería recibir un culto idolátrico.
(Siempre me pareció una ironía del destino d haber suscitado
tanta admiración y respeto inmerecidos. Comprendo que surgen
del afán por comprender el par de conceptos que encontré, con
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mis escasas fuerzas, al cabo de trabajos incesantes. Pero es un
afán que muchos no podrán colmar).
Sé, claro está, que para alcanzar cualquier objetivo hace falta
alguien que piense y que disponga. Un responsable. Pero de todos
modos hay que buscar la forma de no imponer a dirigentes.
Deben ser elegidos.
Los sistemas autocráticos y opresivos degeneran muy pronto.
Pues la violencia atrae a individuos de escasa moral, y es ley de
vida el que a tiranos geniales sucedan verdaderos canallas.
Por eso estuve siempre contra sistemas como los que hoy
priman en Italia y en Rusia. No debe atribuirse el descrédito de
los sistemas democráticos vigentes en la Europa actual a algún
fallo en los principios de la democracia, sino a la poca estabilidad
de sus gobiernos y al carácter impersonal de las elecciones. Me
parece que la solución está en lo que hizo Estados Unidos: un
presidente elegido por tiempo suficientemente largo, y dotado de
los poderes necesarios para asumir toda la responsabilidad. Valoro
en cambio en nuestra concepción del funcionamiento de un
Estado la creciente protección del individuo en caso de enfermedad
o de necesidades materiales.
Para hablar con propiedad, el Estado no puede ser lo más importante:
lo es el individuo creador, sensible. La personalidad.
Solo de él sale la creación de lo noble, de lo sublime. Lo masivo
permanece indiferente al pensamiento y al sentir.
Con esto paso a hablar del peor engendro que haya salido del
espíritu de las masas: el ejército al que odio. Que alguien sea
capaz de desfilar muy campante al son de una marcha basta para
que merezca todo mi desprecio; pues ha recibido cerebro por error:
le basta con la médula espinal. Habría que hacer desaparecer
lo antes posible a esa mancha de la civilización. Cómo detesto las
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hazañas de sus mandos, los actos de violencia sin sentido, y el
dichoso patriotismo. Qué cínicas, qué despreciables me parecen
las guerras. ¡Antes dejarme cortar en pedazos que tomar parte en
una acción tan vil!
A pesar de lo cual tengo tan buena opinión de la humanidad,
que creo que este fantasma se hubiera desvanecido hace mucho
tiempo si no fuera por la corrupción sistemática a que es sometido
el recto sentido de los pueblos a través de la escuela y de la prensa,
por obra de personas y de instituciones interesadas económica
y políticamente en la guerra.
El misterio es lo más hermoso que nos es dado sentir. Es la
sensación fundamental, la cuna del arte y de la ciencia verdaderos.
Quien no la conoce, quien no puede asombrarse ni maravillarse,
está muerto. Sus ojos se han extinguido.
Esta experiencia de lo misterioso aunque mezclada de
temor ha generado también la religión. Pero la verdadera religiosidad
es saber de esa Existencia impenetrable para nosotros,
saber que hay manifestaciones de la Razón más profunda y de la
Belleza más resplandeciente solo asequibles en su forma más elemental
para el intelecto.
En ese sentido, y solo en este, pertenezco a los hombres profundamente
religiosos. Un Dios que recompense y castigue a seres
creados por él mismo que, en otras palabras, tenga una voluntad
semejante a la nuestra, me resulta imposible de imaginar. Tampoco
quiero ni puedo pensar que el individuo sobreviva a su
muerte corporal, que las almas débiles alimenten esos pensamientos
por miedo, o por un ridículo egoísmo. A mí me basta con el
misterio de la eternidad de la Vida, con el presentimiento y la
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conciencia de la construcción prodigiosa de lo existente, con la
honesta aspiración de comprender hasta la mínima parte de razón
que podamos discernir en la obra de la Naturaleza.
Del sentido de la vida
¿Cuál es el sentido de nuestra vida, cuál es, sobre todo, el sentido
de la vida de todos los vivientes? Tener respuesta a esta pregunta
se llama ser religioso. Preguntas: ¿tiene sentido plantearse
esa cuestión? Respondo: quien sienta su vida y la de los otros
como cosa sin sentido es un desdichado, pero algo más: apenas si
merece vivir.
El verdadero valor de un hombre
Se determina según una sola norma: en qué grado y con qué
objetivo se ha liberado de su Yo.
De la riqueza
No hay riqueza capaz de hacer progresar a la humanidad, ni
aun manejada por alguien que se lo proponga. A concepciones
nobles, a nobles acciones, solo conduce el ejemplo de altas y puras
personalidades. El dinero no lleva más que al egoísmo, y conduce
irremediablemente al abuso.
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¿Podemos imaginar a Moisés, a Jesús, a Gandhi subvencionados
por el bolsillo de Carnegie?
Comunidad y personalidad
Al pensar en nuestra vida y trabajo caemos en cuenta de que
casi todo lo que hacemos y deseamos está ligado a la existencia de
otros hombres. Nuestra manera de actuar nos emparenta con los
animales sociables. Comemos alimentos elaborados por otros
hombres, vestimos ropas confeccionadas por otros hombres, y
vivimos en casas construidas por otros hombres. Casi todo lo que
sabemos y creemos nos fue transmitido a través de un lenguaje
establecido por otros hombres. Sin el lenguaje, nuestro intelecto
sería pobre, comparable al de los animales superiores. Así, debemos
confesar que si aventajamos a los animales superiores es
gracias a nuestra vida en comunidad.
Un individuo aislado al nacer permanecería en un estadio tan
primitivo del sentir y del pensar, como difícilmente podamos imaginarlo.
Lo que es y lo que significa el individuo no surge tanto de
su individualidad como de su pertenencia a una gran comunidad
humana, que guía su existencia material y espiritual desde el nacimiento
hasta la muerte.
El valor de un hombre para su comunidad suele fijarse según
cómo oriente su sensibilidad, su pensamiento y su acción hacia el
reclamo de los otros. Acostumbramos a definirlo como bueno o
malo según su comportamiento en ese orden. De modo que, a
primera vista, parecería que solo las cualidades sociales determinan
el juicio acerca de una persona.
Y, sin embargo, esa interpretación no sería justa. Es fácil comprender
que todos los bienes materiales, espirituales y morales
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que hemos recibido de la comunidad se deben a generaciones innumerables
de individualidades creadoras organizadas. Uno descubrió
un día el uso del fuego, otro el cultivo de plantas alimenticias,
otro la máquina de vapor.
Solo el individuo aislado puede pensar. Desde allí descubrirá
nuevos valores y formulará normas morales que sirvan para la
vida de la comunidad.
Sin personalidades creadoras que piensen por sí mismas es
tan impensable el desarrollo de la comunidad como lo sería el desarrollo
del individuo fuera del ámbito comunitario.
Una comunidad sana está pues tan ligada a la independencia
de sus individuos como a su asociación dentro de su seno. Se ha
dicho con mucha razón que la cultura griego-europea-norteamericana
y en particular el Renacimiento italiano, que significó el fin
de la paralización cultural de la Edad Media, se basó en la libertad
y en el relativo aislamiento del individuo.
¡Contemplemos ahora la época en que vivimos! ¿Qué ocurre
con la comunidad y con la personalidad? La población en los
países cultos es extremadamente densa respecto a otras épocas;
Europa sola contiene hoy casi el triple de la población de hace un
siglo. Pero la cantidad de naturalezas rectoras ha disminuido en
gran medida. Muy pocos hombres son conocidos entre la masa
por su trabajo productivo. La organización ha suplido en cierta
medida a las naturalezas rectoras, sobre todo en el campo de la
técnica, pero también en un grado apreciable en el campo de la
ciencia.
Especialmente delicada es la carencia de individualidades en
el área del arte. La pintura y la música han degenerado y perdido
gran parte de su repercusión en el pueblo. En política no solo
faltan dirigentes sino que la independencia espiritual y el sentido
de la justicia de los ciudadanos ha disminuido. La organización
democrático-parlamentaria, que presupone una independencia,
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ha perdido terreno en muchos sitios; vemos constituirse las
dictaduras, que se sostienen porque el sentimiento de la dignidad
y de la justicia ya no es tan activo en las gentes. En dos semanas
es posible cambiar la opinión de la mayoría y una vez arrastrada
al odio y a la exaltación está dispuesta a vestirse de soldado para
matar y dejarse matar en defensa de los infames fines de cualquier
ambicioso. El servicio militar obligatorio es para mí el síntoma
más vergonzoso de la falta de dignidad personal que padece
hoy la humanidad. Debido a ello no faltan profetas que auguran
un ocaso cercano de nuestra cultura. No formo parte de esos pesimistas.
Creo en un futuro mejor. Pero quiero fundamentar esta
esperanza.
Los indicios actuales de decadencia se basan, según veo, en
que el desarrollo de la economía y de la técnica ha agudizado
tanto la lucha del hombre por la existencia que su libre
maduración ha sufrido grave daño. Este desarrollo de la técnica
exige cada vez menos trabajo humano para liberar a la comunidad
de sus necesidades.
Una repartición planificada del trabajo conducirá paulatinamente
a la solución de necesidades sectoriales, y ello llevará a una
seguridad material del individuo. Esta seguridad, así como el
tiempo libre y las fuerzas sobrantes, pueden ser benéficos para el
desarrollo de la personalidad.
De ese modo, la comunidad volverá a sanar. Esperemos que
los historiadores que vengan puedan interpretar las enfermedades
sociales de hoy solo como males infantiles de una humanidad con
ambiciones de superación, originadas solo por la excesiva rapidez
del proceso cultural.
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El Estado y la conciencia individual
Es una pregunta antigua: ¿cómo debe comportarse el hombre
si el Estado lo obliga a ciertas acciones, si la sociedad espera de él
cierta actitud que su conciencia considera injusta?
La respuesta es fácil: dependes por completo de la sociedad en
que vives. Así que debes someterte a sus leyes. No tienes responsabilidad
por esas acciones, cumplidas bajo coacción
irresistible.
Basta decirlo con tanta claridad para comprender cuánto
choca una interpretación de este tipo con la conciencia de
rectitud. La coacción exterior puede atenuar en cierto grado la responsabilidad
del individuo, pero nunca lo disculpará del todo.
Esta interpretación es la que ha primado en los procesos de
Nüremberg. Ahora bien, lo valioso de nuestras instituciones, leyes
y costumbres radica en que salen de la recta conciencia de innumerables
individuos. Y es que toda reforma moral resulta impotente
si no es asumida por individuos vivos, movidos por la
responsabilidad.
Por eso, el esfuerzo por despertar el sentido de responsabilidad
moral en el individuo es un importante servicio para la colectividad
en conjunto.
En nuestra época pesa sobre los representantes de las ciencias
físicas y naturales, así como sobre los ingenieros, una responsabilidad
moral especialmente grave: el desarrollo de los instrumentos
militares de destrucción masiva cae dentro del campo de sus actividades.
Por esto creo que la fundación de una Society for Social
Responsibility in Science responde a una verdadera necesidad.
Tal asociación facilitaría, por medio del debate conjunto de los
problemas, el que un individuo llegara, por el camino que escogiera,
a pronunciarse en forma independiente. Después sería
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necesario establecer la ayuda mutua entre quienes hayan llegado
a una situación límite por haber seguido la voz de su conciencia.
Bueno y malo
En principio es correcto afirmar que debemos otorgar nuestro
mayor amor a quienes más hayan contribuido a la significación
del individuo y de la vida humana. Pero si nos preguntamos
quiénes son estos hombres, encontraremos grandes dificultades
para responder. En el caso de los políticos y aun de los líderes religiosos,
la mayoría de las veces no es seguro que hayan llevado a
cabo mayor número de acciones buenas que malas. Por eso, la
mejor manera de servir a los hombres consiste en darles ocupaciones
dignas y, de tal modo, dignificarlos indirectamente. Eso es
válido en primer lugar para los artistas, pero en segundo también
para los investigadores.
Es cierto que los resultados de la Ciencia ni significan a los
hombres ni los enriquecen, pero sí lo hace el trabajo intelectual,
tanto productivo como receptivo, que es el esfuerzo por
comprender.
Del mismo modo sería injusto a todas luces pretender apreciar
el valor del Talmud por sus resultados individuales.
Religión y ciencia
Todo lo imaginado y realizado por el hombre sirve para librarlo
de sentimientos de necesidad y para calmar sus sufrimientos.
Hay que tenerlo en cuenta si queremos comprender los
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movimientos espirituales y su desarrollo. Pues sentir y ansiar son
el motor de todos los logros humanos, aunque esto parezca demasiado
idealista. ¿Cuáles son los sentimientos y las necesidades
que han llevado al hombre al pensamiento religioso y a creer, en
el sentido más amplio de la palabra? Si reflexionamos, caeremos
en la cuenta de que en los orígenes del pensamiento y de la experiencia
religiosos aparecen sentimientos muy diversos.
En el hombre primitivo es el miedo. Miedo al hambre, a los
animales salvajes, a la enfermedad, a la muerte. Debido a que a
ese nivel de la existencia la comprensión de las conexiones causales
suele ser mínima, el ingenio humano se desdobla en entes
más o menos análogos, de cuyas acciones o deseos dependen las
acciones temidas. Entonces, se da el deseo de captar la simpatía
de dichos entes celebrando ceremonias y haciendo sacrificios que,
según creencias transmitidas de generación en generación, han de
aplacarlos. Estoy hablando de la religión del miedo.
Esta no es creada, pero sí establecida en gran parte, por la
formación de una casta de sacerdotes que se hace pasar por mediadora
entre el pueblo y los temidos entes, y funda posteriormente
una supremacía.
A menudo el dirigente, el que gobierna o la clase privilegiada,
cuyo dominio mundano se apoya sobre otros factores, incorpora
las funciones sacerdotales para su propia seguridad, o bien establece
una comunidad de intereses con la casta sacerdotal.
Una segunda fuente de configuraciones religiosas son los sentimientos
sociales. El padre, la madre, los dirigentes de las
comunidades humanas son mortales y susceptibles de cometer
errores. El anhelo de dirección, de amor y de apoyo moral motiva
la creación de conceptos sociales, como por ejemplo el concepto
moral de Dios. Tal es el Dios de la Providencia, que ampara,
dispone, recompensa y castiga. Es el Dios que según el horizonte
de los hombres impulsa la vida de la familia, de la humanidad,
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que consuela en momentos de desgracia y de nostalgia, que custodia
las almas de los muertos. Estas son las nociones morales y
sociales de Dios.
En las Sagradas Escrituras del pueblo judío se nota la evolución
que lleva desde la Religión del Miedo hacia la Religión Moral.
Su continuación se llevó a cabo en el Nuevo Testamento. Las religiones
de todos los pueblos civilizados, en especial los de Oriente,
son en esencia religiones morales. Ha sido un adelanto fundamental
en su existencia el paso de las religiones basadas en el
temor a las de orden moral, pero al considerarlas debemos evitar
ese prejuicio que supone que toda religión primitiva está puramente
basada en el miedo, y que toda religión de pueblo civilizado
es puramente de tipo moral. Todas son mixtas, aun cuando haya
una proporción entre el mayor avance cultural de un pueblo y el
predominio en él de la religión de tipo moral.
Lo que iguala a todas estas religiones es el carácter antropomórfico
que atribuyen a Dios. Es un estadio de la experiencia
religiosa que solo intentan superar ciertas sociedades y ciertos individuos
particularmente dotados. En todas se encuentra un tercer
grado de experiencia religiosa, aunque casi nunca esté tampoco
en estado puro. Es la llamada Religiosidad Cósmica, difícil
de comprender pues de ella no surge un concepto antropomórfico
de Dios.
El individuo siente la futilidad de los deseos y las metas humanas,
del sublime y maravilloso orden que se manifiesta tanto
en la Naturaleza, como en el mundo de las ideas. Ese orden lleva a
sentir la existencia individual como una especie de prisión, y conduce
al deseo de experimentar la totalidad del ser como un todo
razonante y unitario. La Religiosidad Cósmica se puede encontrar
incluso en las primeras etapas del desarrollo religioso, por ejemplo
en algunos salmos de David y en algunos profetas. El componente
de Religiosidad Cósmica está mucho más acentuado en el
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Budismo, como nos lo han demostrado los magníficos escritos de
Schopenhauer. Los genios religiosos de todos los tiempos eran admirables
gracias a esta religiosidad que no conocía dogmas ni
Dios alguno concebido a la manera del hombre. Y es por esto que
no puede haber ninguna iglesia cuya enseñanza fundamental se
base en la religiosidad cósmica, y también por eso encontraremos
entre los herejes de todos los tiempos a hombres colmados de ella,
considerados muy a menudo idealistas o hasta santos por sus contemporáneos.
Hombres como Demócrito, Francisco de Asís y
Spinoza están muy cerca unos de otros.
¿Cómo pueden comunicarse los hombres esta Religiosidad
Cósmica si con ella no es posible formar ni un concepto de Dios ni
una teología? A mí me parece que tal es la función principal del
arte y de la ciencia: despertar y mantener vivo ese sentimiento en
todos aquellos que estén dispuestos a recibirlo.
Así llegamos a una concepción no común de las relaciones que
vinculan la ciencia con la religión. Pues solemos inclinarnos ante
la premisa histórica de que ciencia y religión son dos entes irreconciliablemente
antagónicos, y ello a causa de un motivo muy
comprensible. Quien esté impregnado de la regularidad causal de
todos los hechos considerará imposible el concepto de un ente
que intervenga en los sucesos del Universo, ya que en la hipótesis
de la causalidad no caben ni la Religión del Miedo ni la Religión
Social, o sea Moral. Según ella, es impensable un Dios que recompensa
y castiga, que presupone que el hombre actúa según compulsiones
externas e internas, de modo que no puede ser responsable
ante Dios, como no lo es de sus movimientos un objeto carente
de vida. Esta es la causa por la que se acusó a la Ciencia de
corromper la Moral, una acusación muy injusta. Para que sea
eficaz el comportamiento ético de los hombres debe basarse en la
compasión, la educación y en motivos sociales: no necesita de
ninguna base religiosa. Sería muy triste por parte de la
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humanidad si solo se refrenara por miedo al castigo y por esperanza
de un premio después de la muerte.
Es comprensible que desde siempre la Iglesia haya combatido
la ciencia y haya perseguido a sus adeptos. Pero opino por otro
lado que la Religiosidad Cósmica es el estímulo más alto de la investigación
científica. Solo el que pueda imaginar los esfuerzos extraordinarios
que hacen falta para abrir nuevos caminos a la ciencia,
es capaz de apreciar la fuerza del sentimiento que surge de un
trabajo ajeno a la vida práctica. ¡Qué fe más profunda en la racionalidad
del universo construido, y qué anhelo por comprender,
aun cuando fuera solo una pequeña parte de la razón que revela
este mundo, tenían que animar a Kepler y a Newton para que
fueran capaces de desentrañar el mecanismo de la mecánica
celeste con el trabajo solitario de tantos años!
Quien solo conozca la investigación científica por sus aplicaciones
prácticas llegará fácilmente a una concepción falsa del estado
de ánimo de los hombres que han abierto el camino de la
ciencia. Solo aquel que haya consagrado su vida a objetivos semejantes
posee una imagen viviente de lo que ha inspirado y dado
fuerza a estos hombres para que a pesar de innumerables fracasos
permanecieran fieles a su objetivo. Es la Religiosidad Cósmica la
que da esa fuerza. Un contemporáneo ha dicho y no sin razón que
en esta época tan fundamentalmente materialista son los investigadores
científicos serios los únicos hombres profundamente
religiosos.
La religiosidad de la investigación
Difícilmente puede encontrarse un espíritu de investigación
científica que carezca de una religiosidad específica, propia. Sin
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embargo esta se diferencia de la del hombre ingenuo. Para este,
Dios es un ente en cuya solicitud se tiene esperanza, y temor de su
castigo sublimado sentimiento de la relación entre padre e
hijo, un ente con el que se establece, en cierta medida, una relación
personal.
Pero el investigador está impregnado por la causalidad de todos
los hechos. El futuro no es ni menos importante ni está menos
determinado que el pasado. Para él la moral no es una materia
divina sino puramente humana. Su religiosidad se apoya en el
asombro ante la armonía de las leyes que rigen la Naturaleza, en
la que se manifiesta una racionalidad tal, que en contraposición
con ella toda estructura del pensamiento humano se convierte en
insignificante destello. Este sentimiento es la razón principal de
su vida, y puede elevarlo por encima de la servidumbre a los
deseos egoístas.
No hay duda de que este sentimiento está muy allegado al que
colma los caracteres creadores y religiosos de todos los tiempos.
Paraíso perdido
Aún en el siglo XVII los científicos y artistas de toda Europa estaban
tan sólidamente unidos por un idealista lazo común, que su
trabajo en cooperación apenas se veía influido por los acontecimientos
políticos. El uso generalizado de la lengua latina reforzaba
aún más esta comunidad. Hoy contemplamos esta situación como
un paraíso perdido. Las pasiones nacionales han destruido la
comunidad de espíritus y el latín que antes unía a todos ya no se
utiliza. Los científicos se han convertido en representantes de las
tradiciones nacionales más radicales y han perdido el sentido de
la comunidad.
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Estamos ante el desconcertante hecho de que los políticos, los
hombres de la vida práctica, se han convertido en exponentes del
pensamiento internacional. Son ellos quienes han creado la Sociedad
de Naciones.
Necesidad de la cultura ética
Tengo la necesidad de desear suerte y éxito a la Sociedad Para
la Cultura Ética, en ocasión de su jubileo. Desde luego, no es precisamente
el momento de recordar con satisfacción lo logrado en
el campo de la moral durante estos setenta y cinco años. Pues no
puede decirse que el desarrollo moral del hombre sea más perfecto
ahora que en 1876.
Entonces se creía que todo podía esperarse de la aclaración
científica de los fenómenos, combatiendo los prejuicios y las supersticiones.
Batalla importante que merecía la atención de los
más capaces. En tal sentido se ha logrado mucho en estos setenta
y cinco años, sobre todo gracias a la difusión a través de la literatura
y desde la escena.
Pero que desaparezcan los obstáculos no implica que se haya
ennoblecido la existencia social e individual. Junto a tal acción
negativa, la búsqueda de una estructuración ético-moral de la vida
en común es de importancia vital. Aquí no nos puede salvar ninguna
ciencia. Incluso creo que la sobrevaloración de lo intelectual
en nuestra educación, dirigida hacia la eficacia y la practicidad, ha
perjudicado los valores éticos. No pienso tanto en los peligros que
ha traído el desarrollo técnico de la humanidad sino en la proliferación
de un tipo de mutua falta de consideración, de una manera
de pensar matter of fact, que se ha interpuesto como una capa
de hielo entre las relaciones de los unos con los otros.
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El perfeccionamiento ético y moral es una meta más cercana a
las tareas del arte que a las de la ciencia. También es importante
la comprensión de los demás. Pero esta solo da frutos si va acompañada
de simpatías y de comprensión.
Fascismo y ciencia
Carta al ministro Rocco, en Roma
Muy estimado colega:
Dos de los científicos italianos de mayor prestigio se han dirigido
a mí pidiéndome que le escribiera para evitar una injusticia
que amenaza a los hombres de ciencia de Italia. Se trata de un
juramento de fidelidad al sistema fascista. La petición consiste en
que usted aconseje al señor Mussolini que ahorre esta humillación
a los representantes de la ciencia.
Por muy diferentes que sean nuestras opiniones políticas, estoy
convencido de que al menos en un punto fundamental estamos
de acuerdo: ambos consideramos el desarrollo espiritual
europeo como uno de nuestros bienes más importantes. Este se
basa en la libertad de opinión y de enseñanza, y en el axioma de
que la búsqueda de la verdad se ha de anteponer a todas las
demás.
Solo sobre esta base pudo formarse en Grecia nuestra cultura,
y volver a surgir en Italia en el Renacimiento. Es un bien que se
pagó con el martirio de grandes hombres y por ello aún hoy Italia
es querida y venerada.
Lejos de mis propósitos está discutir con usted las intromisiones
en la libertad por parte de hombres que pueden justificarse
con razones de Estado. Pero la búsqueda de la verdad científica
surgida de los intereses prácticos de la vida cotidiana tendría que
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ser sagrada para el poder estatal, y es de gran interés para todos el
que los servidores de la verdad no sean molestados. Con toda seguridad
ello también interesa al Estado italiano y a su prestigio
ante el mundo.
De la libertad de enseñanza
A propósito del caso Gumbel
Numerosas son las cátedras, pero escasos los profesores sabios
y nobles. Numerosas y grandes son las aulas pero pocos los
jóvenes que realmente tienen sed de verdad y justicia. La Naturaleza
ofrece muchas formas, pero raramente produce lo
hermoso.
¿Por qué quejarse, si lo sabemos todos? ¿No ha sido siempre
así, y seguirá siéndolo?
Es así, y tenemos que aceptar lo que nos ofrece la Naturaleza.
Pero existe al mismo tiempo un espíritu de los tiempos, propio del
sentir de cada generación, que se transmite y que imprime a la sociedad
su sello característico. Y a la transformación de este espíritu
temporal tiene que contribuir todo el mundo.
¡Comparad el espíritu de la juventud de esta Academia hace
un siglo con el que existe hoy! Entonces se creía en un progreso de
la sociedad humana, en un respeto por toda opinión honesta, en
la tolerancia por la que vivieron y lucharon nuestros clásicos. Entonces
existía la búsqueda de una unidad política más grande llamada
Alemania. Entonces eran los jóvenes y los profesores
académicos los que vivían impregnados de estos ideales.
También ahora se intenta conseguir un proceso social, mayor
tolerancia y libertad de pensamiento, una mayor unidad política
llamada Europa. Pero ya no son ni la juventud académica, ni el
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profesorado los portadores de las esperanzas e ideales del pueblo.
Con esto estará de acuerdo todo aquel que contemple nuestra
época desapasionadamente.
Nos hemos reunido hoy para reflexionar sobre nosotros mismos.
El motivo de esta reunión es el caso Gumbel. Este hombre llevado
por su sentido de la justicia ha escrito con valentía y objetividad
ejemplares sobre crímenes políticos despiadados, prestando
con ello un gran servicio a la sociedad. Estos días vemos
cómo los estudiantes y parte del profesorado de su propia universidad
lo atacan, a la vez que intentan expulsarlo del claustro.
La pasión política no puede ir tan lejos. Estoy convencido de
que aquel que lea los libros de Gumbel con espíritu abierto tendrá
una opinión parecida a la mía. Si queremos llegar a una sociedad
políticamente sana, necesitamos a hombres como este.
¡Que cada cual juzgue ateniéndose a su opinión personal, basada
en sus propias lecturas, pero que no se base en lo que dicen
otros!
Si así se hace, tras un comienzo poco honroso, el caso Gumbel
podrá aún originar algo bueno.
Métodos modernos de inquisición
La inteligencia de este país tiene que enfrentarse con un problema
muy serio. Mediante la simulación de un peligro externo, los
políticos reaccionarios han logrado que el público desconfíe de todas
las actividades intelectuales. Basándose en este éxito pueden
oprimir la libertad de enseñanza y expulsar de sus puestos a todos
aquellos que no sean dóciles.
¿Qué debe hacer la minoría de los intelectuales contra esta
manera de obrar tan injusta?
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Yo solo veo abierto el camino revolucionario de negarse al trabajo
en común, en el sentido de Gandhi.
Todo intelectual citado por un comité tendría que negarse a
declarar, es decir, estar dispuesto a dejarse encarcelar y arruinar
económicamente, en resumen, sacrificar sus intereses personales
a los intereses culturales de su país.
Esta actitud de negativa no debería basarse en el conocido
truco de la autoacusación, sino en que para un ciudadano íntegro
es indigno ponerse en manos de una especie de Inquisición que
además atenta contra el espíritu de la Constitución. Si se encontraran
suficientes personas dispuestas a emprender este camino
tan duro, el éxito las acompañaría. Si tal no es el caso, entonces
los intelectuales de este país no se merecen nada mejor que la esclavitud
que les estaba destinada.
Educación para una independencia en el
pensar
No es suficiente enseñar a los hombres una especialidad. Con
ello se convierten en algo así como máquinas utilizables pero no
en individuos válidos. Para ser un individuo válido el hombre
debe sentir intensamente aquello a lo que puede aspirar. Tiene
que recibir un sentimiento vivo de lo bello y de lo moralmente
bueno. En caso contrario se parece más a un perro bien amaestrado
que a un ente armónicamente desarrollado. Debe aprender
a comprender las motivaciones, ilusiones y penas de las gentes
para adquirir una actitud recta respecto a los individuos y a la
sociedad.
Estas cosas tan preciosas las logra el contacto personal entre la
generación joven y los que enseñan, y no al menos en lo
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fundamental los libros de texto. Esto es lo que representa la cultura
ante todo. Esto es lo que tengo presente cuando recomiendo
Humanidades y no un conocimiento árido de la Historia y de la
Filosofía.
Dar importancia excesiva y prematura al sistema competitivo
y a la especialización en beneficio de la utilidad, segrega al espíritu
de la vida cultural, y mata el germen del que depende la
ciencia especializada.
Para que exista una educación válida es necesario que se desarrolle
el pensamiento crítico e independiente de los jóvenes, un
desarrollo puesto en peligro continuo por el exceso de materias
(sistema puntual). Este exceso conduce necesariamente a la superficialidad
y a la falta de cultura verdadera. La enseñanza debe
ser tal que pueda recibirse como el mejor regalo y no como una
amarga obligación.
Educación y educadores
¡Muy estimada señorita!
He leído unas dieciséis páginas de su manuscrito
y me he
sonreído. Es muy prudente, bien observado, de alguna manera independiente,
y sin embargo típicamente femenino: pensado y escrito
con resentimiento. También a mí los profesores me trataron
de modo parecido, tampoco me quisieron a causa de mi independencia,
y también me evitaron cada vez que necesitaban a ayudantes
(debo decir que como alumno fui algo más negligente que
usted). Pero no me tomé el trabajo de escribir mis experiencias de
estudiante, ni mucho menos de sugerir a otros que las leyesen o
imprimiesen. Quejándonos de gentes que procuran vivir según su
criterio hacemos siempre mal papel.
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Guárdese pues su temperamento en el bolsillo, y conserve este
manuscrito para sus hijos, que leyéndolo se consolarán de lo que
sus profesores piensen o digan de ellos.
Aparte de esto, he venido a Princeton como investigador y no
como educador. Se educa demasiado, sobre todo en los colegios
norteamericanos. No hay mejor educación que el ejemplo, aunque
sea el ejemplo de un monstruo.
A los colegiales japoneses
Si hoy os hago llegar este saludo, colegiales japoneses, es que
puedo hacerlo con conocimiento de causa. He visitado el hermoso
Japón y he visto sus ciudades y sus casas, sus montañas y sus
bosques, y a los niños japoneses que allí viven y que aman a su
patria. Tengo siempre sobre mi mesa un libro muy grande y gordo
lleno de dibujos en colores hechos por niños japoneses.
Cuando recibáis desde tan lejos mi saludo, pensad que antes
de nuestros tiempos, en que los hombres de diferentes países se
entienden y simpatizan, los pueblos vivían desconociéndose y sin
procurar comprenderse. ¡Que el entendimiento fraternal entre los
pueblos pueda crecer cada vez más! Este viejo os saluda, colegiales
japoneses de lejanos hogares y sitios, con este deseo: que
vuestra generación haga avergonzarse a la mía.
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Profesores y alumnos
Alocución a los niños
Es el verdadero arte del maestro despertar
la alegría por el trabajo y el conocimiento.
¡Queridos niños!
Me alegra ver en este día a la gozosa juventud de una tierra
bendita y soleada.
Pensad que las cosas maravillosas que podréis aprender en
vuestras escuelas son el trabajo de muchas generaciones, que en
todos los países de la tierra las lograron con mucho afán y mucha
fatiga. Las ponemos en vuestras manos como herencia, para que
las respetéis, desarrolléis, y fielmente las entreguéis a vuestros hijos.
Así es cómo nosotros, los mortales, nos hacemos inmortales,
transmitiendo el trabajo hecho por todos.
Si pensáis en esto, encontraréis sentido a la vida y a vuestros
esfuerzos, y podréis transmitir vuestras certeras convicciones a
otros pueblos y otras épocas.
Los cursos de la Academia de Davos
Senatores boni viri, senatus autem bestia. Así escribió un
amigo mío, catedrático suizo, en su humorístico estilo, a una facultad
que lo había irritado. Las sociedades tienen menos sentido
de responsabilidad y menos conciencia que el individuo. ¡Cuántos
sufrimientos, guerras y opresiones acarrea esto a la humanidad, y
de cuánto horror llena la tierra!
Y sin embargo los resultados más valiosos solo se logran por
medio del trabajo conjunto e impersonal de todos. Y qué mejor
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alegría que emprender en equipo y con el propósito de dar lo mejor
de sí un trabajo cuya única meta es la vida y la cultura ajenas.
Por eso me produjo gran alegría oír hablar de los cursos de la
Academia de Davos. En ella se realiza con inteligencia y amplitud
de miras un trabajo de rescate cuya necesidad no puede ser comprendida
por todos a primera vista. Pues muchos jóvenes van a
ese valle maravillosamente soleado con la ilusión de recobrar la
salud. Pero al poco tiempo una voluntad normalmente templada
puede empezar a debilitarse, el resorte espiritual puede aflojarse,
y perder así el sentido del valor de la lucha por la vida. Los
jóvenes se transforman más o menos en plantas de invernadero, y
aun después de haber curado corporalmente encuentran dificultades
para retomar el camino de la normalidad. Esto sucede muy a
menudo a los estudiantes. Y la interrupción del ejercicio intelectual
en los años decisivos del desarrollo deja como secuela un claro
que más tarde ya no puede llenarse.
Y sin embargo un trabajo intelectual moderado no perjudica a
la salud. Más bien la beneficia, como podría hacerlo un ejercicio
físico razonable. Esta idea es el origen de la Academia, que no solo
encarna una formación profesional preparatoria sino que busca
una forma de estimular la actividad. Es un sistema que contempla
el trabajo, el perfeccionamiento intelectual y la higiene.
No olvidemos tampoco que, al organizar estos cursos, se contempla
también un fomento de las relaciones entre personas de
diferentes países, con lo cual se fortificará una Europa comunitaria.
Los alcances en ese sentido están condicionados por las circunstancias
políticas. Pero el trabajo en comunidad refuerza la comprensión
internacional, sean cuales sean las circunstancias
externas.
Por todo lo dicho me alegra que la energía y la prudencia con
que se instituyó la Academia de Davos hayan llevado a cabo su
designio inicial, y que desaparezcan las dificultades con que
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tropezaron al fundarla. ¡Que pueda prosperar y enriquecer interiormente
a muchas personas valiosas librando a más de uno de la
austeridad de los sanatorios!
Discurso ante la tumba de H. A. Lorentz
Estoy ante la tumba (1853-1928) de uno de los más importantes
y eximios científicos contemporáneos, en representación de
los científicos de habla alemana, en particular de la Academia
Prusiana de Ciencias, pero ante todo en mi calidad de fervoroso
discípulo. Su genio luminoso descubrió el camino que conducía
desde las enseñanzas de Maxwell hasta la física de nuestros días, a
la que contribuyó con su método y obras.
Conformó su vida como una preciosa obra de arte hasta el
menor detalle. Allí donde trabajaba, su bondad e infalible grandeza
de corazón, su sentido de lo justo unido a la visión intuitiva
de las gentes y de las circunstancias hacían de él un líder. Todos lo
siguieron con alegría, sintiendo que no quería dominar sino servir.
Su trabajo y su ejemplo nos iluminaron durante generaciones.
La actuación de H. A. Lorentz al servicio
de la cooperación en el trabajo
Con la creciente especialización de la investigación científica
que trajo consigo el siglo XIX, es muy raro el caso de hombres que,
ocupando una posición destacada en la ciencia, aún encontraran
fuerzas para dedicarse a importantes servicios a la sociedad en el
campo de la organización internacional y en el de la política. Para
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ello no basta con tener capacidad de trabajo e inteligencia sino
que hay que estar ubre de prejuicios nacionales. No he conocido a
nadie que reuniera todas estas condiciones de modo tan satisfactorio
como H. A. Lorentz. La asombrosa influencia de su personalidad
se debe a lo que sigue: por lo común a un carácter independiente
y tenaz no le gusta inclinarse ante la voluntad ajena, y no se
deja guiar por otros. Pero, al sentarse Lorentz en la presidencia,
se formaba una atmósfera de compañerismo muy ajena a la disparidad
de objetivos y de opiniones allí presentes. El secreto de
este éxito se debe no solo a su rápida comprensión de los hombres
y de las cosas y a su dominio de las lenguas, sino que reside fundamentalmente
en el hecho de que todos sentían que estaba totalmente
entregado al tema del que se trataba.
A partir de la guerra Lorentz se limitó a actuar en lo que se
refería a la presidencia de congresos internacionales de física.
Entre estos hay que nombrar los dos de Solvay, reunidos en los
años 1909 y 1911 en Bruselas. Después vino la guerra europea, que
para todos los que trabajaban en favor de un progreso de las relaciones
humanas significó un duro golpe. Durante la guerra,
Lorentz ofreció sus servicios a la Organización Internacional para
la reconciliación. Sus esfuerzos se dirigieron sobre todo al
restablecimiento de las organizaciones científicas. La dificultad de
este trabajo es casi imposible de imaginar para quienes no hayan
participado en dichas organizaciones. El odio acumulado durante
la guerra sigue perdurando al terminar esta, y muchas gentes de
influencia persisten en su actitud intransigente. El trabajo de H.
A. Lorentz fue el del médico que debe curar a un enfermo que no
quiere tomar el remedio que lo curará.
Pero no se dejaba amilanar cuando se sabía en un camino
justo. Apenas terminada la guerra se entregó al trabajo de la dirección
del Conseil de la Recherche fundado por científicos de los
países vencedores con exclusión de los científicos y de las
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organizaciones de las «potencias centrales». Intentaba influir en
esta institución para que se ampliara, convirtiéndose así en una
organización verdaderamente internacional. Él y otros científicos
bien intencionados consiguieron, tras repetidos esfuerzos, que el
tristemente célebre apartado de exclusión fuera suprimido de los
estatutos del Conseil. Con lo cual no se llegó a la normalización
total del trabajo científico internacional, pues tras casi diez años
de ausencia de las reuniones, los científicos de las «potencias
centrales» se acostumbraron a mantener una postura de oposición.
Existe sin embargo la esperanza de que a través de la actitud
desinteresada de Lorentz se llegue a una reconciliación completa.
H. A. Lorentz prestó además sus servicios en la Comisión para
la Cooperación Internacional en el Trabajo Intelectual, creada
hacía unos cinco años bajo el patrocinio de Bergson. Desde hacía
un año, H. A. Lorentz era vocal de esta Comisión, que facilitaría el
desempeño del trabajo intelectual y artístico de los diferentes círculos
culturales con el respaldo del Instituto de París. La fuerza de
su personalidad guiaría también a esta Comisión por el buen camino.
Su lema nunca expresado pero siempre cumplido fue: «No
dominar, servir».
¡Que su ejemplo pueda ser imitado, para que tal espíritu se
difunda!
H. A. Lorentz como creador y como
personalidad
Hacia fines de siglo, H. A. Lorentz era considerado el máximo
exponente de los físicos teóricos de todas las naciones, y con
razón. Los físicos de las generaciones más jóvenes no se dan
cuenta del papel esencial que desempeñó en la formación de las
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ideas fundamentales de la física moderna. Hoy estamos ya tan familiarizados
con ellas que resulta difícil reconocer su papel innovador,
así como la simplificación que supo aportar a las teorías
elementales.
Cuando H. A. Lorentz empezó a investigar, ya se había comprobado
la teoría de Maxwell sobre electromagnetismo. Pero iba
acompañada de una extraña explicación de sus fundamentos, que
impedía determinar con claridad las causas fundamentales. El
concepto de campo había eliminado la noción de efectos distantes,
pero los campos eléctrico y magnético aún no eran concebidos
como entidades originarias, sino como estados de la materia
ponderable manejada como si fuera continua. En consecuencia, el
campo eléctrico estaba separado del vector de fuerza eléctrica y
del vector de traslación dieléctrica. Estos dos campos estaban, en
el caso más sencillo, relacionados a través de la constante dieléctrica,
pero en principio eran considerados como entes independientes.
Lo mismo ocurría con el campo magnético. Tal concepción
fue la responsable de que se manejara el espacio vacío como un
caso particular de la materia ponderable, en el que la relación
entre intensidad de campo y traslación era especialmente sencilla.
Pero, por encima de todo, tal interpretación motivó que el campo
eléctrico y el magnético pudieran ser concebidos con independencia
del estado de movimiento de la materia que actuaba como
transmisora del campo.
Podemos formarnos una clara idea de la interpretación mayoritaria
de la electrodinámica de Maxwell examinando el estudio de
la electrodinámica de cuerpos en movimiento realizado por Heinrich
Hertz.
Aquí comienza el trabajo revelador de H. A. Lorentz, quien
basó la investigación en las siguientes hipótesis:
Situar el campo electromagnético en el espacio vacío. En este
solo existen un vector de campo eléctrico y uno magnético. Este
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campo se origina por cargas eléctricas atómicas sobre las que
actúa a su vez el campo. El campo electromagnético y la materia
ponderable solo se pueden relacionar si las cargas eléctricas elementales
y los átomos de la materia son intensamente dependientes
entre sí. Para los átomos es válida la ley del movimiento de
Newton.
Sobre esta base, Lorentz formuló una teoría completa de todos
los fenómenos electromagnéticos que se conocían en aquella época.
Es una obra que alcanzó una claridad, una belleza y una estructuración
lógica pocas veces lograda en una ciencia que se basa
en la experiencia. El único fenómeno que no se pudo explicar sin
ayuda de suposiciones fue el famoso experimento de Michelson-
Morley. Sería impensable que este experimento hubiera sido explicado
por la teoría de la relatividad espacial sin haber situado el
campo electromagnético en el espacio vacío. El paso decisivo consistió
en analizar las ecuaciones de Maxwell en el espacio vacío, o,
tal como se decía tiempo atrás, en el éter.
H. A. Lorentz descubrió incluso la llamada «Transformación
de Lorentz», por supuesto sin tener en cuenta sus propiedades de
grupo. Para él las ecuaciones de Maxwell solo eran válidas en un
sistema determinado de coordenadas, que, debido a su inmovilidad
frente a los demás sistemas de coordenadas, parecía óptimo.
Por cierto se trata de un hecho paradójico, pues la teoría parecía
limitar el sistema inercial aún más que la mecánica clásica. Esta
circunstancia, que desde el punto de vista empírico parecía totalmente
infundada, tenía que conducir a la teoría de la relatividad
restringida.
Por gentileza de la Universidad de Leiden, yo viajaba con frecuencia
a dicha ciudad, donde acostumbraba dormir en casa de
mi inolvidable amigo Paul Ehrenfest. Esto me permitió acudir a
muchas de las conferencias que H. A. Lorentz, una vez retirado de
la docencia, daba con regularidad para un reducido número de
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jóvenes físicos. Todo lo que decía este genio extraordinario era
tan claro como una buena obra de arte. Se tenía la impresión de
que todo surgía con facilidad y sin apenas trabajo.
Si nosotros, de jóvenes, solo hubiéramos conocido a H. A.
Lorentz por su capacidad intelectual, nuestro respeto y admiración
habrían sido ya mayores de lo corriente. Pero con esto
no expreso todo lo que siento cuando pienso en él. Como persona
significaba mucho más que todas las demás que conocí.
Dominaba la Física y las Matemáticas tal como se dominaba a
sí mismo, sin esfuerzo alguno. Su nada común carencia de debilidades
humanas nunca abrumó a los demás. Todos experimentaban
su superioridad, pero nadie se sentía vejado por ella.
Pues pese a comprender a las claras el comportamiento humano,
tenía una indulgencia amistosa hacia todo. Nunca actuaba de
manera dominante, estaba siempre dispuesto a ayudar. Estaba
convencido de que nuestra comprensión no podía profundizar en
la entidad de las cosas. Solo pude apreciar más tarde esta concepción
entre escéptica y humilde.
El lenguaje o al menos el mío no puede hacer justicia al
tema en este breve articulo. Por eso me gustaría citar dos expresiones
de Lorentz que me impresionaron muy particularmente:
Me hace feliz el hecho de pertenecer a un país demasiado
pequeño para cometer locuras.
A alguien que durante la primera guerra mundial quería convencerlo
de que el destino está determinado por el poder y por la
fuerza contestó:
Es posible que tenga razón, pero no quiero vivir en un
mundo con esas características.
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Josef Popper-Lynkeus
Fue más que un inteligente ingeniero y escritor: perteneció al
reducido número de personalidades en las que se materializa la
conciencia de una generación. Nos ha enseñado que la sociedad es
responsable del destino de un individuo y nos ha mostrado el
camino a seguir para realizar este deber. El Estado no era para él
un fetiche. Basaba el derecho del Estado a exigir sacrificios de un
individuo únicamente en el deber que la sociedad tiene de posibilitar
a la personalidad individual un desarrollo armónico.
En los setenta años de Arnold Berliner
Quiero explicar, tanto a mi amigo Arnold Berliner como a los
lectores de su revista Las Ciencias de la Naturaleza, por qué valoro
tanto su obra. Y solo puedo hacerlo en esta fecha porque
nuestra educación en lo objetivo ha hecho de todo lo personal un
tema tabú, solo mencionable en ocasiones fuera de lo común,
como esta.
¡Después de esta embestida a favor de una liberación, volvamos
a lo objetivo! El círculo de los fenómenos de la realidad abarcados
por la Ciencia ha aumentado considerablemente y la comprensión
se ha hecho más profunda en todos sus campos. Pero en
cambio la capacidad humana está estrechamente limitada. Ello
obliga a que la actividad del científico, individualmente, deba dirigirse
a un sector cada vez menor del conocimiento total. E incluso
resulta cada vez más difícil que la comprensión de la totalidad de
la Ciencia pueda ir a la par con el desarrollo. Se está llegando a
una situación comparable a la que simbólicamente describe la
Biblia en la historia de la Torre de Babel. Todo investigador serio
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es consciente de esta limitación involuntaria, que amenaza con
robarle la visión perspectiva y con degradarle al estado de mero
peón.
Todos hemos padecido esta condena, y nada hicimos para
evitarla. Pero Arnold Berliner ha conseguido un sistema ejemplar
para el área de habla alemana. Comprendiendo que las revistas de
popularización ya existentes bastaban para difundir conocimiento
entre los legos, comprendió también que hacía falta una revista
dirigida con mucho cuidado al investigador deseoso de orientarse
en cuanto al desarrollo de los problemas, métodos y resultados
científicos para formarse un juicio propio. A lo largo de muchos
años ha seguido este objetivo con gran inteligencia y dedicación,
prestando de esta manera un servicio tanto a la Ciencia como a
nosotros, y de ello le estamos muy agradecidos.
Su empeño ha sido conseguir la colaboración de los autores
científicos más destacados, y persuadirlos de que expusieran sus
temas en un lenguaje asequible a quienes no son especialistas. A
menudo ha contado sus luchas para conseguirlo. Una vez me las
expresó preguntando: «¿Qué es un autor científico?». Respuesta:
«Un cruce de mimosa y puerco espín». La lucha de Berliner por
conseguir claridad y amplitud en los textos ha ayudado en gran
medida a que los problemas, métodos y resultados de la Ciencia
fueran conocidos por un gran número de personas. Reconocer su
trabajo para que perdure es tan importante como resolver un
problema individual.
Saludo a George Bernard Shaw
Difícil es encontrar a un hombre que sea tan independiente y
que, percibiendo las debilidades y simplezas de sus
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contemporáneos, permanezca inmune a ellas. Pues, cuando esos
seres solitarios descubren la obstinación de los hombres, suelen
perder el valor que hace falta para esforzarse por la regeneración
de la humanidad. Y muy pocos son los que pueden fascinar a su
generación por medio de un afinado humor y de la gracia, que
comunican por medio del camino impersonal del espejo. Saludo
hoy con la más cordial simpatía al mayor maestro de este arte,
que a todos nos ha alegrado e
inquietado.
Bertrand Russell y el pensamiento
filosófico
Cuando la revista me pidió que escribiera algo sobre Bertrand
Russell, la admiración y el respeto que siento por este autor me
hicieron aceptar enseguida. Las lecturas de sus obras me han
hecho pasar muchos ratos felices, lo cual no puedo decir de
ningún autor científico contemporáneo, salvo Thorstein Veblen.
Pero pronto me di cuenta de que era más fácil comprometerme
con la tarea que llevarla a cabo. Había prometido escribir algo
sobre Russell como filósofo y teórico del conocimiento. Apenas
empecé, descubrí lo escurridizo del terreno en que me movía, terreno
en el que además actuaba como un extraño, ya que hasta
ahora me había dedicado exclusivamente a la física. Los iniciados
encontrarán un poco ingenuo lo que pueda alegar. Me consuelo
sin embargo con la idea de que alguien con experiencia en alguna
región de la Ciencia está más capacitado que quienes no desarrollan
ninguna actividad intelectual.
En el desarrollo del pensamiento filosófico a lo largo de los
siglos ha desempeñado un papel fundamental la siguiente pregunta.
¿Qué conocimiento puede obtener el pensamiento,
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independientemente de las impresiones de los sentidos? ¿Existen
esos conocimientos? Si no existen, ¿qué relación hay entre
nuestro conocimiento y el material obtenido por nuestras impresiones
sensoriales? De estas preguntas y de otras estrechamente
vinculadas con ellas se desprende un inmenso caos de opiniones
filosóficas. Dentro de este proceso evolutivo relativamente infructuoso,
existe pese a todo un camino sistemático que consiste
en poner en duda, cada vez más, los intentos de descubrir algo respecto
al «mundo objetivo» mediante el razonamiento puro. El
«mundo objetivo» es el mundo de las cosas en oposición al
mundo de las «suposiciones e ideas». Dicho sea de paso, aquí
hemos hecho uso de las comillas como si se tratara de citas de un
verdadero filósofo, solo para introducir un concepto ilegítimo que
el lector debe tolerar por el momento.
La creencia en la posibilidad de encontrar lo cognoscible mediante
el pensamiento puro estaba muy extendida en los inicios
de la Filosofía. Es una ilusión posible para todo aquel que por un
momento se olvide de lo que le han enseñado la Filosofía y las Ciencias
de la Naturaleza posteriores, y no debe asombrar el que
Platón se suscribiera a la «Idea» como a una especie de realidad
superior a la realidad de los fenómenos empíricamente
experimentables.
Tal noción parece haber desempeñado aún un papel importante
en Spinoza y hasta en Hegel. Alguien podría preguntarse si
no resulta imposible lograr algo en el campo del pensamiento
filosófico sin tener una ilusión anterior. Pero nosotros no vamos a
formular esta pregunta.
Esta última ilusión, más aristocrática, de la capacidad ilimitada
del pensamiento, se enfrenta con la ilusión más plebeya del
realismo ingenuo, según la cual las cosas «son» tal como las perciben
nuestros sentidos. Esta ilusión domina la vida cotidiana de
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los animales y de los hombres. Es también el punto de partida de
las Ciencias de la Naturaleza.
La superación de estas dos ilusiones no es independiente de
ellas. La superación del realismo ingenuo ha sido relativamente
fácil. Russell ha descrito este proceso en la introducción de su
libro An Inquiry into Meaning and Truth de la siguiente manera:
«Todos empezamos en el realismo ingenuo, esto es, en la
doctrina de que las cosas son lo que parecen. Suponemos que la
hierba es verde, el hielo frío y las piedras duras. Pero el físico nos
asegura que el verde de la hierba, el frío del hielo y la dureza de
las piedras no son el verde, el frío y la dureza que conocemos a
través de nuestra experiencia, sino algo totalmente diferente. El
observador que cree estar observando una piedra está en realidad
observando las acciones de la piedra sobre sí misma, si creemos lo
que dicen los físicos. Por esto la Ciencia parece contradictoria:
pues se considera a sí misma como muy objetiva pero cae bajo la
influencia de la subjetividad en contra de su voluntad. El realismo
ingenuo conduce a la Física, y esta demuestra que tal realismo ingenuo
es falso mientras sea consecuente consigo mismo. Lógicamente
falso, por tanto falso».
Aparte de su extraordinaria formulación, estas líneas nos enseñan
algo en lo que nunca había pensado. El pensamiento de
Berkeley y Hume parece estar en conflicto con el pensamiento de
las Ciencias de la Naturaleza. Pero la observación de Russell descubre
un punto en común: Berkeley se basa en que a través de los
sentidos no comprendemos directamente las «cosas» del mundo
exterior, sino que solo percibimos hechos casualmente relacionados
con apariencia de «cosas». Reflexión que extrae su fuerza de
persuasión de la confianza en el pensamiento físico. De tal manera
no hay necesidad de introducir algo entre el objeto y el acto
sensorial de percepción, que los separe y que vuelva problemática
la «existencia del objeto».
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Este mismo pensamiento físico, unido a sus éxitos prácticos,
fue también lo que ha hecho desaparecer la confianza en la posibilidad
de comprender las cosas y sus relaciones mediante el
pensamiento especulativo. Poco a poco fue imponiéndose el convencimiento
de que todo conocimiento de las cosas tenía que proceder
de una asimilación del material proporcionado por los sentidos.
En esta formulación general es válida la ley anterior. Pero
este convencimiento no se debe a que alguien haya demostrado ya
la imposibilidad de alcanzar una comprensión de lo real siguiendo
el camino puramente especulativo, sino a que la fuente del conocimiento
ha sido siempre el camino empírico. Galileo y Hume fueron
los primeros en defender con claridad y determinación esta ley
fundamental.
El anhelo del hombre exige un conocimiento seguro. Por ello,
el trabajo de Hume pareció desmoralizador: los sentidos, única
fuente de nuestro conocimiento, nos pueden llevar por medio de
la costumbre a creencias y esperanzas, pero no al conocimiento,
ni siquiera a la comprensión de relaciones reguladas. En este
punto introdujo Kant su idea, insostenible a causa de la forma expresada
por él, pero que sin duda era un paso adelante en la solución
del dilema de Hume: el origen empírico de un conocimiento
nunca es seguro. Por consiguiente, si tenemos conocimientos seguros,
ellos han de estar basados en la razón. Tal es lo que se
piensa respecto a las leyes de la Geometría y al Principio de Causalidad.
Estos y otros conocimientos determinados son, por decirlo
así, parte del instrumental del pensamiento, por tanto no se han
conseguido a través de los sentidos (esto es, son conocimientos a
priori). Hoy todo el mundo sabe que los conocimientos mencionados
no tienen nada de seguros, como opinaba Kant, sino que responden
a una necesidad interior. Una vez llegados aquí, creo que
la comprobación de que estamos bastante «justificados» al concebir
esos conceptos es cierta. Ningún camino lleva a los conceptos
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desde la experiencia sensorial, si miramos desde el punto de vista
lógico.
En mi opinión, el argumento puede llevarse más lejos: los conceptos
que aparecen en nuestro pensamiento y en nuestro lenguaje
desde un punto de vista lógico son creaciones libres del
pensamiento, y por tanto no se pueden obtener inductivamente
de los sentidos. Ello no es tan evidente como parece debido a que
estamos acostumbrados a relacionar ciertos conceptos con determinadas
experiencias sensoriales situadas en el mundo de los
conceptos.
Por ejemplo, los números son con toda certeza una invención
del pensamiento humano que facilita la ordenación de algunas experiencias
sensoriales. Pero no hay ningún método para obtener
este concepto de número, porque pertenece al pensamiento precientífico,
en el que aún puede reconocerse con facilidad el carácter
constructivo. A medida que consideremos conceptos más
primitivos de la vida cotidiana, las costumbres enraizadas nos dificultarán
cada vez más el reconocimiento de los conceptos como
creaciones independientes del pensamiento. Por lo tanto, de lo
anterior se podría llegar a una teoría que considerase que los conceptos
surgen de la experiencia por «abstracción», es decir,
suprimiendo una parte de su contenido. Voy a intentar explicar lo
funesta que resulta esta interpretación.
Si alguien adopta la opinión de Hume, llega a creer con facilidad
que hay que evitar todos los conceptos y expresiones que no
deriven de los sentidos. Pues lo que da contenido al pensamiento
es precisamente la relación que se pueda establecer con la actividad
sensorial. Esto último sí lo considero cierto, pero no los requisitos
a los que ha de ceñirse el pensamiento. Pues esta pretensión
llevada a sus últimas consecuencias dejaría fuera a todo el
pensamiento «metafísico».
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Quede claro pues qué es lo que quiero dar a entender cuando
digo que, a través de su clara crítica, Hume no solo no ha favorecido
a una parte de la filosofía, sino que involuntariamente la ha
puesto en peligro, motivando la aparición de un «miedo a la
metafísica» que se ha convertido en una enfermedad de la filosofía
empírica actual; esta enfermedad es el polo opuesto del antiguo
filosofar, en que se creía posible suprimir todo lo que
guardaba relación directa con la percepción sensorial.
Pese al maravilloso análisis que Russell nos ofrece en su libro
Meaning and Truth, creo que también en este caso el fantasma
del miedo a la metafísica es responsable de algunos defectos. Por
ejemplo, creo que es ese miedo el que ha motivado el que «cosa»
se interprete como «conjunto de cualidades» en el que estas son
aquello que se percibe a través de los sentidos. Esto implica que
dos cosas solo pueden ser la misma si concuerdan en todas sus
cualidades. Con lo cual habría que incluir entre las cualidades las
relaciones geométricas de las cosas (bajo condición, si no, de considerar,
siguiendo a Russell, a la torre Eiffel y a la de Nueva York
como la misma cosa).
Por consiguiente, no veo ningún peligro «metafísico» en el
hecho de considerar a la cosa (objeto, en el sentido de la física)
como un concepto independiente dentro del sistema, conectado
con la correspondiente estructura tiempo-espacio.
La consideración de la obra intelectual de Russell me ha dado
la alegría de que, pese a todo, en el último capítulo, diga que no se
puede prescindir de la «metafísica». A esto puedo objetar únicamente
la idea intelectual que se lee entre líneas.
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El entrevistador
Si, por un lado, es incómodo que se exija públicamente de alguien
que se haga responsable de todo lo que ha dicho, sea en
broma, sea en un momento de cólera o de excitación, por otro,
también resulta hasta cierto punto razonable y natural. Pero si a
ese alguien se le exige que justifique palabras puestas en su boca
sin posibilidad de recaudo, pasa a ser digno de compasión:
«¿Quién sería tan malvado como para hacerlo?», preguntarás. Lo
sabe quien tenga la popularidad suficiente para ser entrevistado
por un reportero. Sonreirás con incredulidad, pero yo lo he experimentado
y te lo explicaré.
Imagina que una mañana viene a verte un reportero y te pide
amistosamente que le cuentes algo acerca de tu amigo N. En un
primer momento te indignarás. Enseguida caerás en la cuenta de
que no tienes escapatoria. Si te niegas, escribirá: «Interrogué
sobre N. a uno de sus amigos, pero eludió prudentemente responder
». El lector sacará consecuencias inevitables. No hay escapatoria
pues, y contestarás:
El señor N. es una persona decente y querida por todos sus
amigos. A todo sabe encontrarle el lado bueno. Es emprendedor,
muy trabajador, y dedica todas sus facultades a su profesión. Ama
a su familia, pone todo lo que posee a disposición de su mujer-
Versión del reportero: el señor N. no se toma nada en serio, pero
tiene el don de hacerse querer por la gente, sobre todo porque se
afana por mostrarse afable y zalamero. Es esclavo de sus tareas
hasta el punto de que nunca reflexiona sobre las circunstancias o
las materias ajenas a la suya. Es tan ilimitadamente solícito con su
mujer, que satisface todos sus caprichos
Un reportero auténtico le pondría más pimienta, pero para ti y
para tu amigo N. con esto será más que suficiente. La persona en
cuestión se encontrará al otro día con el diario, y su furia contra ti
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no tendrá límites, por más sereno y benévolo que sea su natural.
Desaire refinado que te duele de modo más indecible cuanta mayor
sea la verdadera estima que le tengas.
¿Qué harías en ese caso, querido amigo? Cuando hayas descubierto
un sistema, corre a informarme, así podré copiártelo a todo
escape.
Felicitación a un crítico
Ver con los propios ojos, sentir y juzgar sin dejarse influenciar
por la moda de turno, poder decir lo visto y lo sentido en una escueta
frase o en una sola palabra amasada con arte, ¿no es una
maravilla? ¿No es suficiente motivo para felicitarlo?
Mis primeras impresiones de
Norteamérica
Tengo que cumplir la promesa de escribir algo acerca de mis
primeras impresiones sobre este país. No me resulta nada fácil.
Pues ¿cómo ubicarme en un punto de vista objetivo si he venido a
Estados Unidos con tanto cariño y tanto respeto?
Para empezar, unas palabras sobre lo siguiente:
El culto de la personalidad siempre me ha parecido una injusticia.
Es verdad, la Naturaleza reparte sus dones con mucha diversidad
entre sus hijos. Pero por suerte hay muchos bien dotados, y
estoy seguro de que la mayor parte de ellos lleva una vida tranquila
y retirada. No me parece justo, ni siquiera de buen gusto,
que de todos ellos solo unos pocos sean desmedidamente
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admirados, y que se les atribuyan fuerzas espirituales y facultades
sobrehumanas. Tal ha sido en efecto mi destino, y hay un contraste
grotesco entre la capacidad y el rendimiento que se me atribuyen
y lo que en realidad soy. La conciencia de tan extravagantes
opiniones sería insoportable si no fuera que ellas mismas me dan
un hermoso consuelo: regocija el que en una época tan acabadamente
materialista se conviertan en héroes a hombres cuyos únicos
objetivos están en lo intelectual y en lo moral. Eso demuestra
que para una gran mayoría las nociones de Conocimiento y de
Justicia prevalecen sobre las de Poder y Posesión. Según mis experiencias,
es notoriamente elevada la proporción de gente que
vive en Estados Unidos según este enfoque idealista, a la vez que
otra proporción equivalente se rige por miras tan solo materialistas.
Después de esta introducción vuelvo a mi tema del comienzo,
con la esperanza de que mis opiniones no reciban mayor consideración
de la que merecen.
Lo primero que llena de estupor al visitante es la superioridad
en el terreno de la técnica y la organización. Lo previsto para el
uso cotidiano es más sólido y resistente que en Europa, las casas
son de una funcionalidad increíble. Todo está planeado para ahorrar
mano de obra. Esta es cara, ya que el país está poco poblado
en relación a sus riquezas naturales, y este costo estimula hasta
grados maravillosos el desarrollo de la técnica y de los sistemas de
producción. Se piensa en los casos tan opuestos de China y la India,
donde el precio insignificante de la mano de obra impide el
desarrollo de máquinas auxiliares. Europa se sitúa entre los dos.
Cuando la maquinaria está suficientemente desarrollada llega
a ser menos costosa que la ya barata mano de obra. Podrían
pensárselo los fascistas de Europa, que fomentan el aumento de la
población basándose en los sentimientos patrióticos de la gente.
Todo aquello contrasta con la ansiedad con la que Estados Unidos
se opone a toda importación de mercancías. La vigencia de la Ley
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de Prohibición cuando llega la hora de pasar sus aduanas
Pero
en verdad, no se le pide al visitante inofensivo que se rompa demasiado
la cabeza, y a fin de cuentas no es muy probable que las
preguntas reciban respuestas razonables.
Llama también la atención del visitante una actitud gozosa,
positiva ante la vida. La sonrisa de las gentes en las fotografías
simboliza una de las primacías americanas. El norteamericano es
amistoso, simpático, optimista y
nada envidioso. El europeo siente
la comunicación con él candorosa, agradable.
El europeo es en cambio más crítico, más reflexivo, menos
bondadoso, menos dispuesto a ayudar, más exigente en sus diversiones
y en sus lecturas; mucho más, o mucho menos, pesimista.
La comodidad de la vida, el confort, tienen un gran papel aquí.
Pero a la vez se ha sacrificado la paz, la despreocupación, la seguridad.
El norteamericano vive una meta, un futuro. La vida para él
es un será, no un es. En este sentido se parece más a los rusos, a
los asiáticos, que a los europeos.
Se parece aún más a un asiático en otro aspecto: es mucho
menos individualista que el europeo, desde el punto de vista
psicológico, no económico.
El «nosotros» es aquí más fuerte que el «yo». De ello resulta
que las costumbres y las convenciones sean tan poderosas, y que
la concepción de la vida de los individuos, así como sus ideas
morales y sus gustos, sean mucho más uniformes que en Europa.
Esta circunstancia permite en gran parte la superioridad económica
de Norteamérica sobre Europa. Pues facilita la cooperación y
el reparto del trabajo, sea en fábricas, en universidades o en instituciones
benéficas privadas. Este enfoque de lo social tiene que
agradecer en parte a la tradición inglesa.
Todo lo cual parece estar en contradicción con el hecho de que
la esfera de influencia del Estado es relativamente menor en proporción
a lo que es en Europa. El europeo se asombra de que el
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teléfono, el telégrafo, los ferrocarriles y la enseñanza estén en
manos de empresas privadas. Esto es posible aquí gracias a esa ya
mencionada mayor sociabilidad del individuo. Lo cual conlleva el
que no exista en la distribución del trabajo una desproporción que
llegue a lo intolerable: el sentimiento de responsabilidad social está
mucho más desarrollado que en los propietarios europeos. El
norteamericano considera obvio poner gran parte de sus posesiones
y de su esfuerzo laboral al servicio de la comunidad. La
opinión pública (¡muy poderosa!) se lo exige categóricamente. Y
así se da el hecho de que las funciones culturales puedan dejarse
en manos de la iniciativa privada, mientras que las funciones que
retiene el Estado son limitadas.
La influencia de la autoridad del Estado ha disminuido aún
más después de la Ley de Prohibición. No hay nada más grave
para el prestigio del Estado y de las Leyes que promulgar legislaciones
que no se esté en condiciones de hacer cumplir. Y no es un
misterio el que el aumento de la delincuencia en este país está íntimamente
relacionado con ello.
Por otra parte encuentro también que la Prohibición es una
debilidad del Estado. Una tasca es normalmente el sitio en el que
la gente manifiesta sus pensamientos y sus juicios, e intercambia
sus descubrimientos más interesantes. Pero, en contra de las tascas,
se despacha en este país la prensa controlada por grupos de
intereses, ejerciendo una influencia excesiva sobre la población,
que carece de opiniones propias.
La sobrevaloración del dinero es todavía mayor que en
Europa, pero me parece que disminuye. Poco a poco la gente va
cayendo en la cuenta de que no hace falta poseer mucho para vivir
feliz.
En cuanto a la tarea artística, tengo la certeza de verla insertada
en la vida cotidiana a través de los edificios modernos, pero a
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la vez tengo la impresión de que ni la pintura ni la música están
tan vivas en el alma de las gentes como lo están en Europa.
Gran admiración siento por los resultados de la investigación
norteamericana. Injustamente se atribuye esa superioridad creciente
a su mayor riqueza, cuando es una superioridad que se
basa sobre todo en la paciencia, la entrega, el espíritu de compañerismo
y la inclinación natural por el trabajo en colaboración.
¡Y una última observación final! Quiero dejar constancia de que
Estados Unidos es el país técnicamente más adelantado de la
tierra. Pero América es grande, y sus habitantes no se interesan, al
menos hasta hoy, por los problemas internacionales, en cuya
cumbre está el Desarme. Esto deberá cambiar, en interés de los
mismos americanos. La última guerra ha puesto en claro que ya
no hay una separación entre los continentes, sino que el futuro de
todas las naciones está íntimamente vinculado. Deberá desarrollarse
en este país la convicción de que su responsabilidad en materia
de política internacional es muy grande. El papel de observador
no comprometido no es lo que este país se merece, ni es su
destino duradero.
Respuesta a las mujeres norteamericanas
Una asociación de mujeres norteamericanas
se creyó en el deber de protestar contra la presencia
de Einstein en su país. Obtuvo la siguiente
respuesta:
Nunca había recibido por parte del bello sexo una repulsa tan
violenta contra una tentativa de aproximación y si alguna vez me
pudo ocurrir, nunca fue de tantas a la vez.
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¿Y no tendrán razón, pese a todo, estas ciudadanas? ¿Cómo es
posible dejar que llegue un hombre, que con el mismo apetito y
gusto con que el Minotauro de Creta se alimentaba de sabrosas
doncellas griegas se alimenta de capitalistas, y que además es tan
indecoroso que declina cualquier batalla, a excepción de la inevitable
guerra con su propia mujer? ¡Escuchad a nuestras mujercitas
patrióticas, pensad que hasta el Capitolio de la poderosa Roma se
salvó una vez gracias al parloteo de sus fieles ocas!
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Segunda parte:
Política y pacifismo
Paz
Consolidar la paz internacional fue una meta de los hombres
verdaderamente importantes de todas las generaciones. Pero el
desarrollo de la técnica transforma este postulado ético en un
problema existencial para la humanidad civilizada de hoy. La participación
activa a fin de resolver el problema de la paz es una responsabilidad
moral que ningún hombre consciente puede dejar
de lado.
No hay que olvidar que los poderosos grupos industriales que
tienen sus intereses puestos en la producción de armamentos,
tratan de intervenir en todos los países poniendo en entredicho
las reglamentaciones internacionales, y que los gobiernos únicamente
lograrán alcanzar la paz si tienen la seguridad de su
respaldo incondicional por parte de la mayoría de su población.
Ya que vivimos en un régimen democrático y nuestro destino y el
de nuestro pueblo dependen enteramente de nosotros.
La voluntad colectiva debe inspirarse de esta íntima convicción
personal.
Para la abolición del peligro de guerra
Mi participación en la construcción de la bomba atómica se
limitó a un único hecho: firmé una carta dirigida al presidente
Roosevelt. En ella el énfasis se ponía en la necesidad de preparar
experimentos para estudiar la posibilidad de realizar una bomba
atómica.
Era consciente del horrendo peligro que la realización de ese
intento representaría para la humanidad. Pero la probabilidad de
que los alemanes estuvieran trabajando en lo mismo me empujó a
dar este paso.
No me quedó otra salida, aunque siempre he sido un pacifista
convencido. Matar en la guerra no es en mi opinión mejor que un
asesinato vulgar.
Pero en tanto las naciones no se convenzan, mientras no rechacen
la guerra con acciones comunes y resuelvan sus conflictos
y defiendan sus intereses con disposiciones pacíficas basadas en
las leyes, se creerán obligadas a prepararse para la guerra. Se
creerán obligadas a prepararse, utilizando los medios más terroríficos,
para no ser aventajadas por las demás.
Este camino lleva obligatoriamente a la guerra, lo cual, en las
condiciones actuales, significa la destrucción de la humanidad.
Hoy no tiene sentido protestar contra los armamentos. Solo
puede ayudarnos la abolición radical de las guerras y del peligro
de guerra. Para esto debemos trabajar, esta debe ser nuestra inquebrantable
decisión: luchar contra el origen del mal y no contra
sus efectos. Y debemos aceptar lúcidamente esta exigencia. ¡Y qué
más da si luego se nos trata de asociales o de utópicos
!
Gandhi, el mayor genio político de nuestra época, supo encontrar
su camino y nos demostró cuántos sacrificios están dispuestos
a hacer los hombres una vez que lo han encontrado. Su obra
de liberación de la India es el testimonio viviente de que una voluntad
dominada por una convicción es más fuerte que el insuperable,
en apariencia, poder material.
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El problema del pacifismo
Señoras y señores:
Me alegra que me hayan dado la oportunidad de decirles algunas
palabras sobre el pacifismo. La evolución de los últimos
años nos ha vuelto a demostrar que no debemos dejar en manos
de los gobiernos la responsabilidad de lucha contra los armamentos
y contra el espíritu bélico. Pero tampoco la creación de
grandes organizaciones con muchos miembros puede por si sola
llevarnos a esa meta; ni siquiera acercarnos un poco a ella. El mejor
camino es negarse a hacer el servicio militar, con el respaldo
de las organizaciones antibélicas, que en cada país ayuden moral y
materialmente a los valientes que se nieguen. Así podremos conseguir
que la pacificación se transforme en una verdadera lucha, a
la que se sientan llamados todos los que tengan una naturaleza
fuerte. Es una lucha ilegal, pero es la lucha de los verdaderos
derechos de las gentes frente a sus gobiernos, mientras estos exijan
de sus ciudadanos un comportamiento criminal.
Muchos de los que se toman por verdaderos pacifistas no colaborarían
con un pacifismo tan radical basándose en razones patrióticas.
No se puede contar con ellos en un primer momento. Lo
demostró ampliamente la primera guerra mundial.
Les agradezco de corazón que me hayan dado la oportunidad
de expresar de viva voz mi punto de vista.
Discurso ante el Congreso Estudiantil
para el Desarme
Las últimas generaciones nos han puesto en la mano un regalo
sumamente precioso: una ciencia y una técnica tan desarrolladas,
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que nos ofrecen posibilidades de liberar y enriquecer nuestras vidas
como no lo pudieron hacer las generaciones anteriores. Este
regalo sin embargo implica unos peligros para nuestra existencia
que tampoco habían sido igualados en cuanto a maldad.
Más que nunca el destino de la humanidad civilizada depende
de las fuerzas morales. Por eso la tarea encomendada a nuestra
época no es más fácil que las llevadas a cabo por las generaciones
anteriores.
Es posible conseguir en menos horas de trabajo la cuota de alimentos
y de bienes que la gente necesita. En cambio el problema
de la distribución de esos bienes y del trabajo se ha vuelto más difícil.
Todos sentimos que el libre juego de las fuerzas económicas,
así como el desenfrenado afán de riqueza y poder por parte de los
individuos no ofrecen salidas al problema. Es necesaria una
planificación en la producción de los bienes, en la utilización de
las fuerzas de trabajo y en el reparto de los bienes para evitar el
empobrecimiento, así como el embrutecimiento de la mayor parte
de la población.
Si bien el sacro egoísmo ilimitado conduce a consecuencias
funestas en la vida económica, estas son aún peores en las relaciones
internacionales. El desarrollo de la técnica militar es tal,
que la vida de las gentes será insoportable si no se encuentra con
rapidez un camino para impedir las guerras. Tan importante es la
meta como ineficaces los esfuerzos hechos.
Se intenta aminorar el peligro limitando el armamento y multiplicando
las reglas a que deben atenerse las guerras. La guerra
no es un juego de sociedad en donde los participantes se ciñan
buenamente a leyes. Cuando se trata de ser o no ser, las reglas y
los compromisos no cuentan para nada. Solo un abandono incondicional
de las guerras puede ayudarnos. Para ello no basta con
lograr que una organización internacional actúe como arbitro.
Hay que hacerlo por medio de pactos de seguridad suscritos por
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todas las naciones. Sin esta seguridad, las naciones no tendrán
nunca el valor de proceder a un desarme.
Imagínense por ejemplo que los gobiernos de Estados Unidos,
Inglaterra, Alemania y Francia exigieran del Japón, bajo amenaza
de boicot comercial, que cesara sus hostilidades contra China.
¿Creen ustedes que se encontraría en todo el Japón un gobierno
capaz de correr tan peligroso riesgo económico? ¿Por qué no portarse
así? ¿Por qué debe temblar cada persona y cada país por su
existencia? Porque cada uno busca su beneficio del momento, sin
subordinarlo a la prosperidad y al bienestar de la comunidad.
Así, decía al empezar, el destino del género humano depende
hoy mucho más que ayer de nuestra fuerza moral. En todas partes
se busca el camino hacia una existencia feliz y alegre por encima
de la renuncia y la autolimitación.
¿De dónde podrían venir las fuerzas para un desarrollo como
el descrito? Solo de aquellos que tuvieron oportunidad, en sus
años jóvenes, de consolidar su intelecto mediante el estudio logrando
así un juicio claro de las cosas. Así os vemos nosotros, los
mayores, a vosotros. Así esperamos de vosotros que con vuestras
mejores fuerzas busquéis y logréis aquello que nosotros no pudimos
conseguir.
Del servicio militar obligatorio
De una carta.
En vez de permitir que Alemania instaure el servicio militar
obligatorio habría más bien que prohibirlo en todos los países, no
admitiendo otro ejército que el profesional sobre cuya magnitud y
armamento habría que negociar. Esto también sería ventajoso
para Francia, pues al abandonar como Alemania el servicio
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militar, se evitarían los efectos psicológicos de la educación militar
en el pueblo y su tan vinculada privación de los derechos del
individuo.
Más tarde podrían ambos países, conciliados por medio de un
Tribunal Arbitral obligatorio que zanjase sus controversias, unificar
sus organizaciones militares, lo cual sería más fácil si se
tratara de ejércitos profesionales. Para las dos sería un ahorro financiero
y una ganancia en materia de seguridad. Tal arreglo
podría desembocar en un proceso de captación que podría ir abarcando
cada vez más países, convirtiéndose las milicias, al final del
proceso, en una «policía internacional», que se reduciría más y
más a medida que aumentara la seguridad internacional.
¿Quieren aconsejar esta propuesta como estímulo a nuestros
amigos? Por supuesto que no sostengo de ninguna manera un
programa tan peculiar. Pero es necesario formular propuestas
positivas: con el rechazo no pueden alcanzarse resultados
prácticos.
A Sigmund Freud
Respetado señor Freud:
Es asombroso cómo su anhelo por el descubrimiento de la verdad
ha superado todos sus demás anhelos. Usted demuestra con
claridad la intrincada unión que existe entre los instintos de lucha
y destrucción y los de amor y vida en la psique del hombre. Pero
asoma entre sus concluyentes explicaciones a la vez un profundo
deseo de esa gran meta que es para todos la liberación interna y
externa de las guerras. Hacia ella tendieron todos aquellos que
sobresalieron sobre su tiempo y sus patrias en la esfera intelectual
y moral. Encontraremos el mismo ideal en Jesucristo, Goethe, o
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Kant. ¿No es significativo que tales figuras fueran reconocidas por
todos como maestros, a pesar de que su voluntad de estructurar
las relaciones humanas no pudiera cumplirse del todo?
Estoy convencido de que los hombres sobresalientes que aún
cuando restringidos a círculos pequeños fueron considerados
líderes a causa de sus obras, comparten todos el mismo ideal. Sin
embargo tienen poca influencia. Parecería que el destino de las
naciones debe dejarse inevitablemente en manos de los irresponsables
dueños del poder político.
Los dirigentes políticos deben sus investiduras en parte a la violencia
y en parte a su elección por parte de las masas. En lo que
respecta a intelecto y moralidad no puede considerárseles una
representación del sector más avanzado. Pero es verdad que en
estos tiempos la élite intelectual ya no ejerce influjo directo en la
historia de los pueblos. Dispersa, no puede participar ni incidir en
los problemas actuales. ¿No cree que podría conseguirse una
modificación de este estado de cosas creando una sociedad de
personas cuyos logros y comportamiento ofrezcan garantía de capacidad
y de desinterés? Esta corporación de carácter internacional,
cuyos miembros deberían mantenerse en contacto a
través de un constante intercambio de opiniones, podría conseguir
paulatinamente ejercer una influencia en la resolución de
los problemas políticos a través de declaraciones en la prensa bajo
la responsabilidad de sus firmas. Evidentemente una sociedad de
esta clase tendría los mismos inconvenientes que todas las academias
científicas, pero es una deficiencia que va unida a la condición
humana. ¿No valdría la pena continuar pensando en esto?
Por mi parte, lo considero un deber ineludible.
Si una comunidad intelectual de tal categoría pudiera llegar a
establecerse, debería procurar sistemáticamente una movilización
de las organizaciones religiosas en la lucha contra las guerras.
Ofrecería apoyo moral a todas esas personas cuya buena voluntad
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se encuentra paralizada en dolorosa resignación. Finalmente,
pienso que una sociedad compuesta por figuras tan respetadas
sería un inmenso apoyo moral para todos aquellos que dentro de
la Sociedad de Naciones, consagran toda su energía para realizar
esta meta.
Me he extendido sobre estas cosas con usted con preferencia a
cualquier otra persona en el mundo, porque se deja encandilar
menos que los demás por sus deseos, y porque su juicio crítico está
guiado por un altísimo sentido de la responsabilidad.
Las mujeres y la guerra
Pienso que en la próxima guerra habría que enviar al frente a
las mujeres patrióticas en lugar de los hombres. Sería algo nuevo
en este interminable y desesperante asunto, y además, ¿por qué
no dar ocasión a que los sentimientos heroicos del bello sexo se
expresen de manera más pintoresca que atacando a miembros indefensos
de la población civil?
Tres cartas a los pacifistas
1
Me llega la noticia de que usted, movido por su gran corazón y
por su celo por la humanidad y su destino, realiza grandes cosas
en silencio. Pocos son los que ven con sus propios ojos y oyen con
sus propios oídos: de ellos dependerá el que los hombres no
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vuelvan a sumergirse en el letargo ante lo que parece ser el objetivo
de una masa fanatizada.
¡Ojalá los pueblos puedan reconocer a tiempo todo lo que tienen
que sacrificar de sentimientos nacionalistas para evitar una
guerra de todos contra todos! El poder de la conciencia y del espíritu
internacional ha demostrado ser muy débil. Tan débil como
para establecer pactos con los peores enemigos de la civilización.
Ciertos tipos de transigencia son atentados contra la humanidad,
aunque se quiera presentárnoslos como pruebas de sabiduría
política.
No podemos desesperar de los hombres, dado que nosotros
también lo somos. Y es un consuelo saber que hay aún personalidades
como usted, vivas y dispuestas.
2
Tengo que declarar públicamente que una explicación como la
que va adjunta carece de valor, según mi punto de vista, para ser
presentada a un pueblo que practica el servicio militar obligatorio
en tiempo de paz. Su lucha debe dirigirse a una abolición del servicio
militar obligatorio. ¡Qué precio más alto debió pagar el
pueblo francés por la victoria de 1918! Ha contribuido de muchas
maneras a mantenerlo en la peor de las esclavitudes.
¡Sean infatigables en esta lucha! Tienen un importante aliado
en los alemanes reaccionarios y militaristas. Pues si Francia
mantiene la obligatoriedad del servicio militar, con toda seguridad
que a la larga su introducción en Alemania será inevitable. Y
por cada esclavo militar francés habrá dos esclavos militares alemanes,
lo que no puede ser del interés de Francia.
Solo si conseguimos acabar con el servicio militar podremos
implantar la educación de la juventud en un espíritu de entendimiento
entre los pueblos y una actitud de amor hacia todo lo
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viviente. Creo que la negativa al servicio militar por razones de
conciencia, en caso que fuera hecha por cincuenta mil soldados,
sería un poder irresistible. El individuo no puede obtener mucho.
Aunque tampoco puede ser deseable que justamente los seres de
más valor sean objeto de la destrucción por parte de esa maquinaria
detrás de la cual se esconden tres grandes poderes: Imbecilidad,
Temor y Codicia.
3
En su carta ha tocado usted un punto de la mayor importancia.
De hecho son las industrias de armamento uno de los peligros
principales para la humanidad. Señala también usted la fuerza
maligna que se esconde detrás del nacionalismo, que cunde por
doquier
Es posible que mediante la nacionalización pueda ganarse algo
en este aspecto. Pero la delimitación de las industrias comprometidas
es muy difícil. ¿Se incluye la aviación? ¿Qué parte de la
industria química? ¿Qué parte de la industria metalúrgica?
En lo que concierne al control de la fabricación de municiones
y exportación del armamento, la Sociedad de Naciones se ocupa
de ello desde años atrás, y sabemos con qué poco éxito. El año
pasado pregunté a un conocido diplomático norteamericano por
qué no amenazaban al Japón con un embargo comercial si continuaba
con esta campaña de violencia. «Nuestros intereses
comerciales son demasiado poderosos» fue la respuesta. ¿Cómo
es posible ayudar a los hombres si son capaces de contentarse con
este tipo de argumentos?
¿Cree verdaderamente que mis palabras pueden lograr algo
por sí mismas? ¡Qué ilusión! Las gentes me cortejan en la medida
que no las moleste. Pero cuando pretendo servir a objetivos que
no les convienen pasan inmediatamente al insulto, mientras que
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los indiferentes se esconden detrás de su cobardía. ¿No ha hecho
aún la prueba del coraje civil de sus compatriotas? La consigna es:
no menearlo y no mencionarlo. Puede estar seguro de que encaminaré
todos mis esfuerzos a hacer posible lo que indica en su
carta, pero de manera tan directa como la que menciona es imposible
conseguir nada.
Pacifismo activo
Me alegra y enorgullece la gran manifestación por la paz que
ha organizado el pueblo flamenco. Tengo la necesidad de decirles,
en nombre de todos los hombres de buena voluntad, lo siguiente:
Nos sentimos unidos con ustedes en este momento de reflexión y
de toma de conciencia.
No olvidemos que será necesaria una dura batalla para mejorar
la situación presente, pues el número de los dispuestos a una
participación radical es pequeño comparado con la magnitud de
los indecisos. Y en cambio el poder de los interesados en alimentar
la maquinaria de la guerra es muy grande. No temen tomar cualquier
medida con tal de conseguir que la opinión pública sirva a
sus intereses.
Parecería que los Jefes de Estado de hoy tienen el objetivo de
lograr una paz duradera. Pero el aumento constante de la carrera
de armamento de los países indica con toda claridad que solo se
preparan para una guerra. Estoy convencido de que el remedio
solo puede provenir de los pueblos. Son ellos quienes, si quieren
sacarse de encima la esclavitud del servicio militar, tienen que decidirse
por un desarme total, en otro caso cada conflicto los llevará
a la guerra. Un pacifismo que no ataque activamente el
armamentismo de los Estados no podrá conseguir nada.
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Ojalá que la consciencia y el buen sentido de los pueblos despierte,
para llegar a un estadio de la civilización en el cual la
guerra pase a ser solo una inconcebible locura de los antepasados.
Una despedida
Al representante alemán en la Sociedad de Naciones
Muy respetado señor Dufour-Feronce:
Su amistosa carta no puede quedar sin respuesta, pues
quedaría en pie un malentendido respecto a mi actitud. Mi decisión
de no volver a Ginebra se debe a que no creo que la Comisión
pueda progresar en el restablecimiento de las relaciones internacionales.
De ella pienso que puede decirse: ut aliquid fieri
videatur. En este caso, la Comisión me parece todavía menos
eficaz que la Sociedad de Naciones.
De manera que estoy dedicando todos mis esfuerzos a la
creación de una organización supranacional que pueda actuar
como arbitro y órgano regulador de los asuntos internacionales,
una meta que tengo tan a pecho que me pareció necesario abandonar
la Comisión.
La Comisión ha favorecido una opresión de las minorías culturales
de los diferentes países al crear en estos unas «comisiones
nacionales» cuya misión era la de puente entre los intelectuales y
el Estado correspondiente. Con lo cual renunció a ser soporte
moral de esas minorías nacionales que resultan oprimidas.
Tan débil ha sido la postura de la Comisión en lo que atañe al
chauvinismo y militarismo de las tendencias que riñen la educación
impartida en algunos países, que no puede pensarse en
ningún éxito en un tema tan trascendental.
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La Comisión renunció siempre a apoyar a quienes consideraron
su deber moral buscar una salida radical para conseguir una
Legislación internacional, y para oponerse a todo sistema militar.
La Comisión nunca dio un paso hacia la incorporación de
miembros que tuvieran tendencias políticas diferentes a las que
ella apoya.
No quiero aburrirlo con más argumentos, pues con estas pocas
aclaraciones ya podrá hacerse cargo de mis motivos. No quiero
transformarme en un demandante sino fundamentar ante usted
mi postura.
Puede estar seguro de que si tuviera la menor esperanza hubiera
actuado de forma muy distinta.
Sobre la cuestión del desarme
La realización de los programas de Desarme se vuelve difícil
porque nadie quiere responsabilizarse de los problemas principales
que suscita. Los grandes objetivos suelen ser alcanzados a
pequeños pasos. ¡Pensemos en lo que fue reemplazar la monarquía
absolutista por la democracia! Pero en este caso el objetivo
no puede alcanzarse a pequeños pasos.
Mientras las posibilidades de una guerra no se descarten, los
países no dejarán de prepararse militarmente de la manera más
completa posible para afrontarla con todas las probabilidades de
éxito. Tampoco se podrá evitar que la juventud sea educada dentro
de las tradiciones militares y del orgullo nacional, con lo cual
los ciudadanos continuarán dentro de los mismos marcos de conducta
frente a la guerra. El armarse no significa una afirmación de
paz sino una preparación para la guerra. Tampoco de aquí podrá
salirse a pequeños pasos, sino de una vez, o de ninguna.
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La realización de un cambio tan absoluto en la vida de los
pueblos exigirá un esfuerzo moral enorme. Quien no se encuentre
dispuesto a poner el futuro de su país en manos de una organización
internacional que actúe de arbitro en caso de reyertas no está
verdaderamente decidido a evitar las guerras. En este punto es
válida la expresión «todo o nada».
Nadie podrá negar que los esfuerzos hechos hasta ahora en
pro de la paz han fracasado por impotencia para establecer compromisos
suficientes.
Estamos por lo tanto en una encrucijada. O encontramos el
camino de la paz, o tomamos el camino de la violencia, que terminará
con nuestra civilización y sus valores. Está en nuestras
manos: el primero asegurará la libertad de los individuos y la seguridad
de las comunidades, el segundo enfrenta al individuo con
su esclavitud y a la civilización con su destrucción. Nuestro destino
será el que nos merezcamos.
Sobre la Conferencia para el Desarme de
1932
1
¿Puedo empezar con una declaración política? Es esta: El
Estado es para los hombres y no los hombres para el Estado. De la
Ciencia puede decirse lo mismo que del Estado. Desde siempre se
ha valorado la personalidad humana por encima de todas las otras
dignidades. No me sentiría obligado a recordarlo si no fuera
porque la vigencia de esta máxima parece algo olvidada en estos
tiempos de rutina y de organización. Como deber primero del
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Estado veo la protección del individuo, así como ofrecerle la posibilidad
de desarrollar una personalidad creadora.
El Estado debe de ser nuestro servidor, y no nosotros esclavos
del Estado. Este principio es negado por el Estado cuando nos obliga
a hacer el servicio militar o a participar en una guerra, sobre
todo considerando que con ello se pretende la destrucción de
otros hombres o al menos el mayor perjuicio posible al desarrollo
de sus personalidades. Estos puntos son de por sí perfectamente
comprensibles para un norteamericano, pero no para un europeo.
Por tanto no debe sorprendernos que entre los norteamericanos
la batalla contra la guerra tenga un gran eco.
¡Pero volvamos a la Conferencia para el Desarme! ¿Hay que
reír, llorar o esperanzarse ante ella? Imagínense una ciudad solo
habitada por individuos rabiosos, desleales y pendencieros. La
vida normal estaría trabada por peligros que impedirían cualquier
desarrollo armonioso. El Ayuntamiento querría remediar la situación,
pero viéndola prolongarse durante años, ni los concejales ni
los ciudadanos aceptarán que se les prohíba llevar un puñal en el
cinto. Después de muchos preliminares, el Ayuntamiento decide
afrontar el problema, y plantea el siguiente debate: «¿Cuál será el
largo legal de los puñales?». Mientras los ciudadanos inteligentes,
apoyados por la Ley, los Tribunales y la policía, no procedan en
contra de las peleas a puñaladas, la situación no podrá cambiar.
La limitación en el largo de las hojas de los puñales solo redundará
en beneficio de los más fuertes y en detrimento de los
más débiles.
Todos ustedes saben qué verdadera es esta situación. Tenemos
una Sociedad de Naciones y tenemos un Tribunal de Arbitraje.
Pero la Sociedad de Naciones no es nada más que un local para
conferencias, y el Tribunal de Arbitraje carece de medios para
hacer cumplir sus dictámenes. En caso de ser atacado, ningún
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país encontrará respaldo en ellos. Considerando lo antedicho, dejarán
de juzgar a Francia con tanto rigor por su negativa a desarmarse
sin garantías de seguridad.
Mientras no comprendamos esta necesidad de limitar la
soberanía de los Estados, obligándolos a comprometerse a actuar
en conjunto contra cualquiera que no cumpla los dictámenes del
Tribunal de Arbitraje, será imposible que salgamos de la actual
anarquía y amenaza constante. No hay la menor posibilidad de
conciliar una soberanía ilimitada e individual de las naciones con
la seguridad frente a un ataque. ¿Tendrá que haber nuevas
catástrofes para que los Estados acepten en la emergencia las decisiones
de una organización internacional que haga el papel de
arbitro? Casi no veo indicios de que pueda esperarse algo mejor.
Pero todo amigo de la Civilización y de la Justicia debe emplear
sus mejores fuerzas en convencer a sus semejantes de que no
habrá salida si no es por medio de un compromiso internacional
entre los Estados, planteada del modo que ya he descrito.
Puede alegarse, y no sin razón, que subrayando de esta manera
los valores de lo organizativo se disminuye la importancia de
lo psíquico, y más aún de lo moral. Se habla de la necesidad de un
desarme intelectual previo al desarme material. Se dice, y también
con razón, que el obstáculo principal para organizarse internacionalmente
reside en ese excesivo nacionalismo espiritual que
se llama, de manera simpática pero mal usada, patriotismo. El
Estado que exige de sus habitantes el servicio militar está obligado
a propagar una mentalidad de la llamada patriótica entre sus
habitantes, mentalidad que es la base psíquica para su utilización
militar. Esta idealización de la patria junto a la religión ante los
ojos de la juventud, hecha en las escuelas, la transforma luego en
instrumento del poder brutal.
La introducción del servicio militar obligatorio es por eso,
según mi opinión, la causa principal de la decadencia moral de la
67/266
raza blanca, y pone en peligro no solo la existencia de nuestra cultura
sino nuestra misma existencia. Es una plaga que surgió,
junto con grandes victorias, de la Revolución francesa, y abarcó
muy pronto a los demás países. Quien quiera, pues, favorecer una
mentalidad internacionalista y contrarrestar el chauvinismo deberá
luchar contra el servicio militar obligatorio. ¿Son menos vergonzosas
para la humanidad las persecuciones que sufre el objetar
de conciencia que las que debieron sufrir los cristianos de los
primeros siglos?
¿Se puede, tal como ocurrió en el pacto Kellog, desdeñar la
guerra, dejando indefensos a los individuos frente a la maquinaria
bélica?
Si la Conferencia para el Desarme no se limitara a lo técnico y
organizativo, si prestara atención a los aspectos psicológicos, encontraría
una fórmula legal de valor internacional que contemplara
la negativa a cumplir con el servicio militar. Esta norma sería
de un efecto moral inmenso.
Intentaré resumir lo dicho: la sola limitación de los armamentos
no ofrece garantías de seguridad. Un Tribunal de Arbitraje
debe tener la certeza de que todos los países emprenderán una acción
conjunta contra cualquier Estado que, en materia científica y
militar, infrinja cualquiera de sus decisiones. El servicio militar
obligatorio, como semillero del nacionalismo, debe ser combatido,
así como quienes se nieguen a cumplirlo por razones morales
deberán tener asegurada la protección internacional.
2
Lo que el ingenio humano nos ha brindado en el último siglo
habría podido darnos una vida feliz y sin preocupaciones, siempre
que el desarrollo de la capacidad de organización hubiera ido al
par de la evolución técnica. Pero, tal como una navaja de afeitar
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en manos de un niño de tres años, los progresos se han vuelto un
arma peligrosa. En vez de traernos libertad, la posesión de maravillosos
medios de producción nos trajo preocupaciones y
hambre.
Pero lo peor que trajo es la creación de medios para destruir la
vida humana. Nosotros los mayores lo hemos experimentado durante
la primera guerra mundial. Y más terrible aún que la destrucción
me parece la inverosímil servidumbre a que la guerra
somete al individuo. ¿No es espantoso ser forzado por un movimiento
general a cometer acciones que individualmente cada uno
considera crímenes abominables? Muy pocos tuvieron la grandeza
moral de negarse: para mí son los verdaderos héroes de la guerra
mundial.
Hay una esperanza sin embargo. Tengo la impresión de que
los jefes de Gobierno intentan realmente una abolición de la
guerra. La resistencia a este proceso absolutamente necesario se
debe a algunas tradiciones desafortunadas que un sistema educativo
transmite de generación en generación. Pero más aún que las
escuelas sirve de transmisor de estas tradiciones el servicio militar
obligatorio y su glorificación, así como gran parte de la prensa
manejada por los intereses armamentistas. Sin desarme no habrá
verdadera paz. Y la continuación de la carrera armamentista conducirá
sin duda a nuevas catástrofes.
Es por esto que la Conferencia para el Desarme de 1932 será
de valor decisivo para el destino de la generación actual y de las
siguientes. Pensemos en el resultado de las conferencias anteriores.
Es evidente que todo hombre responsable y sensato procurará
persuadir a la opinión pública por todos los medios a su alcance
de la transcendental importancia que tiene esta reunión.
Únicamente si están respaldados por una mayoría ávida de paz,
los jefes de Gobierno podrán lograr lo que se proponen. Cada uno
69/266
de nosotros es responsable de la formación de una opinión
pública a través de cada acto, de cada palabra.
El fracaso de la Conferencia será un hecho si los delegados llevan
instrucciones cuya adopción se vea como cuestión de prestigio.
Esto está a la vista. Las tan frecuentes reuniones unilaterales
entre los representantes de dos países han tenido como objeto
preparar el terreno de la Conferencia por medio de discusiones
sobre el tema del desarme. A mí me parece este camino el más feliz,
pues dos personas o grupos pueden discutir con franqueza,
prudencia y desapasionamiento, mientras que un tercero en discordia
crea tensiones y obliga a los demás a creerse en el deber de
tenerlo en cuenta. Solo si se la encara de este modo, solo si se la
prepara hasta el menor detalle para que no haya sorpresas, solo si
se logra un verdadero clima de confianza, esta Conferencia tendrá
una salida feliz.
El éxito en las cosas realmente importantes no es una cuestión
de sagacidad o de astucia, sino una cuestión de honestidad y de
confianza. Lo moral no puede ser sustituido por la razón, gracias a
Dios.
La única actitud que no puede tenerse es la de observador o la
de crítico. Hay que servir esta causa con todo lo que se tiene. El
destino de la humanidad será el que nosotros le preparemos.
Estados Unidos y la Conferencia para el
Desarme de 1932
Los norteamericanos de hoy están llenos de preocupación por
el estado de la economía de su país, y sus gobernantes, conscientes
de su responsabilidad, emplean la mayor parte de sus esfuerzos
en solucionar o mitigar el paro y los problemas que hay
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dentro de sus fronteras. La sensación de participar en el destino
del resto del mundo, y sobre todo de Europa, está menos viva que
nunca.
Pero no será la economía de libre mercado la que resuelva
automáticamente lo más difícil. Hará falta una legislación que establezca
normas de repartición del trabajo y de los bienes de consumo,
sin las cuales la población de los países más ricos se asfixiaría.
Pues está claro que el progreso de la técnica ha hecho disminuir
la demanda de trabajadores, y que no será el libre juego de
las fuerzas el que solucione los problemas sino una adecuada legislación.
De esta dependerá el que el progreso de la técnica beneficie
a todos por igual.
Si la economía no puede resolver sus problemas sin una reglamentación
planificada, cuánto menos puede esperarse que lo logre
la política internacional. Muy poca gente cree en la actualidad
que actos de violencia como las guerras puedan ser medios aceptables
para resolver problemas internacionales. Pero la mayoría no
tiene la valentía necesaria parar defender con toda energía la adopción
de medidas que podrían suprimir las guerras, infame
residuo de épocas de barbarie. Hace falta valor, conocimiento del
tema, claridad en lo que se pretende y espíritu de servicio para
dedicarse con eficacia a conseguir este objetivo primordial.
Quien quiera abolir de veras toda guerra, tendrá que aceptar
que su propio Estado renuncie a parte de su soberanía en beneficio
de las organizaciones internacionales; tiene que estar dispuesto
a someter a su país, en caso de conflicto, a las decisiones
de un Tribunal de Arbitraje; tendrá que sostener con firmeza el
desarme de todos los países, que establece incluso el siniestro
Tratado de Versalles; tendrá que comprender que ese desarme no
significará ningún adelanto mientras no lo acompañen la
supresión de la enseñanza agresivamente militarista y patriótica.
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No hay acontecimiento más vergonzoso en los países de cultura
contemporáneos que el reiterado fracaso de las Conferencias
para el Desarme celebradas en los últimos años. Pues no es un
fracaso que se deba solo a las intrigas de jefes de Estado ambiciosos
o ignorantes, sino también a la indiferencia y a la falta de
energía de los hombres de todos los países. Si esto sigue así,
habremos aniquilado todos los logros obtenidos por nuestros
antepasados.
Creo que el pueblo de Estados Unidos no tiene conciencia
cabal de la responsabilidad que le toca en lo ya dicho. En América
se piensa: «Que Europa se destruya, puesto que lo deberá a la intolerancia
y a la maldad de sus habitantes. La buena siembra del
presidente Wilson ha fructificado raquíticamente en el estéril
suelo de Europa. Nosotros somos fuertes, estamos seguros y ya no
volveremos a mezclarnos con tanta prisa en los asuntos ajenos».
Quien piense así no es ni honrado ni inteligente. Estados Unidos
no es inocente del conflicto que padece Europa. Su exigencia
despiadada del cobro de las deudas aceleró el derrumbe económico,
y con él el derrumbe moral de Europa. Hasta cierto punto
es responsabilidad suya la balcanización europea, y las subsiguientes
degeneraciones de la moral política, y aparición de los
sentimientos de venganza que se alimentan de la desesperación.
Este sentimiento no se detendrá ante las puertas de América. Diré
más: no se detuvo en las puertas de América. Miraos y preparaos.
No hacen falta más palabras: la Conferencia para el Desarme
no representa solo para nosotros sino también para vosotros la última
oportunidad de conservar los más altos logros de la civilización.
En vosotros, como los más fuertes y los relativamente más
sanos, están puestas las miradas y la esperanza de todos.
72/266
Del Tribunal de Arbitraje
Un desarme planificado y rápido solo será posible si se garantiza
a cada nación la custodia de su seguridad por medio de un
Tribunal de Arbitraje permanente y autónomo respecto a los
gobiernos.
La obligación incondicional de los Estados sería no solamente
acatar las decisiones de ese tribunal sino hacerlas cumplir.
Estaría constituido por un Tribunal de Arbitraje para EuropaÁfrica,
otro para América, otro para Asia; Australia tendría que
añadirse a alguno de los anteriores. Habría además un Tribunal
de Arbitraje Conjunto para resolver las cuestiones que resultaran
excesivas para cualquiera de ellos.
La Internacional de la Ciencia
Cuando el fanatismo nacional y político alcanzaba su punto
álgido en plena guerra, Emil Fischer, durante una sesión de la
Academia, declaró: «No podrán hacer nada, señores: la Ciencia es
y seguirá siendo internacional». Esto lo han sabido siempre los
grandes investigadores, aunque en épocas turbulentas hayan podido
verse aislados en pequeños grupos del grueso de sus colegas.
Esas voces autorizadas en las que podía confiarse fueron traicionadas
después de la guerra. Ya en su transcurso, la Asociación Internacional
de Academias fue disuelta. Los congresos empezaron
a celebrarse y aún se celebran excluyendo a los científicos de los
países que en esa ocasión fueron enemigos. Consideraciones de
orden político se han interpuesto para obstaculizar la colaboración,
imprescindible para un progreso auténtico, de los científicos
de unos países con los de otros.
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¿Cómo pueden recuperar el tiempo perdido todos los que se
mantienen al margen de las tensiones emocionales inmediatas?
Todavía no pueden organizarse congresos auténticamente internacionales:
el apasionamiento de la mayoría de los científicos, los
obstáculos de orden psicológico son demasiado poderosos para
que pueda superarlos algo más que una minoría. El único papel
que a esta cabe es impulsar el restablecimiento de las sociedades
internacionales hablando en pro de ellas en sus sitios de trabajo, y
no dejando de mantener sus relaciones con científicos de todas las
nacionalidades. Aunque tarden en verse, los resultados favorables
llegarán. No quiero dejar pasar la oportunidad de subrayar el
hecho de que los colegas ingleses han insistido durante todos estos
difíciles años en sus esfuerzos por conseguir una Sociedad Científica
Internacional.
Ya se sabe: siempre son peores las declaraciones oficiales que
los sentimientos individuales. Y ello no debería desanimarnos,
dado aquello de: senatores boni viri, senatus autem bestia.
Si tengo tantas esperanzas puestas en la materialización de
una entidad de tipo internacional es porque considero las necesidades
que surgirán del desarrollo económico, no porque confíe en
la nobleza de sentimientos de los seres humanos. Porque esos
mismos que ahora se oponen en tan gran proporción a lo que es
propio del trabajo intelectual, muy pronto se verán trabajando,
por su interés y contra su voluntad, en la creación de la Organización
Científica Internacional.
Sobre las minorías
Es un hecho comprobado que las minorías sobre todo si sus
individuos pueden distinguirse por sus rasgos físicos son
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tratadas por la mayoría dentro de la cual viven como pertenecientes
a una categoría humana inferior. Lo trágico de ese destino
es que no solo la minoría se ve conducida por ese instinto a una
disminución económica y social, sino que bajo la influencia de la
mayoría empieza a considerarse efectivamente inferior. Esta segunda
parte del problema puede ser evitada por medio de una
educación adecuada, único medio para liberar a las minorías.
Los esfuerzos que han realizado los negros de Estados Unidos
en este orden me parecen dignos del mayor respeto.
Alemania y Francia
Una colaboración cabal entre Francia y Alemania solo podrá
conseguirse cuando Francia pueda tener la certeza de que no sufrirá
un ataque militar por parte de Alemania. Pero si Francia
plantea tales exigencias, Alemania reaccionará mal.
Hay una solución posible pese a todo: una propuesta por parte
del gobierno alemán al gobierno francés para que plantee a los
países miembros de la Sociedad de Naciones la adopción de estas
medidas:
1) Acatar toda decisión del Tribunal Internacional de
Arbitraje.
2) Comprometerse a actuar por todos los medios económicos y
militares de que disponga, contra cualquier Estado que no acate
una decisión del Tribunal, referente a toda actuación que ponga
en peligro la paz.
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El Instituto para la Colaboración
Internacional
Este año por primera vez los políticos europeos más destacados
han comprendido qué significa el hecho de reconocer que solo
el cese del enfrentamiento latente entre las naciones permitirá un
rebrotar de la cultura en nuestra región del planeta. La organización
política de Europa tiene que estabilizarse mediante la
supresión gradual de las fronteras. Pero no debe creerse que es un
objetivo alcanzable mediante una serie de tratados entre los
países. La tarea de todos será inculcar poco a poco un sentimiento
de solidaridad entre los hombres. Es con este fin que la Sociedad
de Naciones ha creado su Comission de Coopération Intellectuelle.
Es una organización del todo internacional, no vinculada a
la política, cuyo objeto es restablecer en todos los terrenos del trabajo
intelectual esas relaciones que quedaron reducidas con la
guerra a meros círculos nacionales. Es una tarea difícil, pues lamentablemente
debo decir que por lo menos en los países que
conozco mejor los científicos y los artistas se dejan arrastrar por
tendencias nacionalistas con mucha mayor facilidad que los
hombres de la praxis.
Hasta ahora, esa Comisión se reunía dos veces por año. Para
hacer su trabajo más eficaz, el gobierno francés ha decidido
fundar un Instituto para la Colaboración Intelectual, que se inaugura
en este día. Es un acto generoso por parte del Estado
francés, que merece toda nuestra gratitud.
Es una tarea fácil y agradable el alegrarse, alabar, y felicitarnos.
Pero nuestro deber solo podrá cumplirse mediante la honradez.
Por esto no dudo en añadir a mi satisfacción una crítica:
Noto diariamente que el obstáculo principal para un adecuado
trabajo de nuestra Comisión es la falta de confianza que se tiene
respecto a su objetividad política. Por tanto, el primer trabajo será
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ganar esa confianza, y prescindir de todo aquello que pueda
dañarla.
Si el gobierno francés funda y sostiene, en París, un Instituto
encargado de oficiar como órgano permanente de la Comisión y si
su director es un ciudadano francés, ¿cómo no va a cundir la impresión
de una preeminente influencia francesa? Si agregamos a
ello el hecho de que el presidente que ha tenido la Comisión hasta
ahora también es francés, tal impresión se refuerza. Es verdad
que los demás miembros gozan de todo prestigio y de gran respeto,
pero no debe ocultarse que la impresión mencionada
prevalece.
Dixi et salvavi animam meam. Espero de todo corazón que el
nuevo Instituto y la Comisión puedan trabajar estrechamente
unidos, intercambiando sus logros, hasta alcanzar los objetivos
propuestos, así como el respeto y la confianza de los intelectuales
de todos los países.
Cultura y bienestar
Para llegar a estimar los estragos producidos por la catástrofe
política que nos trajo el desarrollo cultural de la humanidad, hay
que considerar que la cultura refinada es una planta de índole
sutil, que solo crece en algunos parajes. Para crecer necesita ante
todo de cierto bienestar, que permita a una parte de la población
dedicar su tiempo a tareas que no sean la satisfacción de las necesidades
elementales para sobrevivir. En segundo lugar necesita
de una tradición de tipo moral, que otorgue un alto valor a la producción
de bienes culturales y a las tareas del intelecto.
Alemania perteneció durante el último siglo al grupo de
naciones que cumplían con esos requisitos. Su bienestar era
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modesto, pero en cambio su tradición de aprecio de los bienes
culturales era poderosa. Sobre tal base, la población edificó ciertos
valores que no pueden dejarse de lado cada vez que quiera analizarse
el desarrollo cultural moderno. La tradición se mantiene,
pero el bienestar está amenazado. Se han arrebatado al país una
gran proporción de sus fuentes de materia prima para la industria.
Súbitamente, se encuentra sin ese margen que hace posible el
mantenimiento de trabajadores intelectuales. Ello repercute sobre
la vigencia de esa tradición ya mencionada, y de este modo queda
amenazada de extinción una de las plantas que mayor fruto de
cultura diera al mundo.
La humanidad, en la medida en que aprecie los valores culturales,
deberá emplear sus fuerzas en ayuda de los que se encuentran
momentáneamente en apuros, dejando de lado el
trasfondo de egoísmos nacionales, y apoyando con altruismo que
los valores más altos puedan volver a resurgir. Favorecerá así las
realizaciones intelectuales de cada pueblo, ayudando a que cada
suelo produzca esa planta de la cultura que es su mejor
realización.
Síntomas de enfermedad en la vida
cultural
El intercambio de las ideas y de los resultados es necesario
para un desarrollo sano de la Ciencia y de toda la vida cultural.
Está claro que la intromisión de las autoridades de este país en el
libre intercambio de conocimientos entre los individuos ya ha originado
daños significativos. Por ahora este daño se extiende solo
sobre las disciplinas científicas, pero poco a poco se manifestará
actuando en todas las formas de la producción.
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Esta intromisión de las instancias políticas en la vida científica
de todo el país se ha hecho flagrante al decretarse la prohibición
para los científicos de viajar al extranjero, y la negativa a dejar entrar
a científicos extranjeros en Estados Unidos. Un comportamiento
tan minucioso por parte de una Nación de tal poderío no es
más que el síntoma de una enfermedad grave.
Pues esa injerencia, organizada después de una reestructuración
política, demuestra una desconfianza general y un comportamiento
lleno de temor hacia los seres humanos, que obliga a
abstenerse de toda publicación y vuelve sospechosa cualquier versión
oral o escrita de novedades científicas.
Pero la enfermedad verdadera de la que todo lo anterior no
son más que los síntomas, es un criterio que ha surgido de las
guerras mundiales: tenemos que organizar nuestra vida en la paz
de modo tal que en la guerra estemos seguros de la victoria.
Este punto de vista da origen a otro, según el cual es evidente
que no solo nuestra libertad sino aún nuestra existencia están
amenazadas por aquel enemigo que logre mayor poder.
Y es esta idea la que da lugar a todas estas abominaciones que
enumeré al principio llamándolas síntomas, y conduce casi irremisiblemente
a la guerra y a la destrucción. Encontramos su
manifestación más clara en el presupuesto de Estados Unidos.
Solo cuando hayamos logrado superar esta obsesión podremos
volvernos hacia la resolución razonable del verdadero problema
político: «¿Cómo contribuir a hacer segura la existencia de los
hombres sobre la Tierra?».
Y todo esto ¿por qué? Porque nadie puede librarse de los síntomas
de una enfermedad sin antes haber eliminado esta.
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Reflexiones sobre la crisis económica
mundial
Si algo puede animar al lego en materia económica a reunir el
valor necesario para dar su opinión sobre la esencia de las dificultades
angustiosas del presente, es el descorazonante caos que
se advierte en las opiniones de los expertos. Nada diré de nuevo.
Solo la opinión de un hombre independiente y honrado que desea
el bienestar de la humanidad, y que, libre de prejuicios de nacionalidad
o de clase, procura lograr una armonía en la existencia individual.
Si escribo dando la impresión de certeza en mis opiniones
es por comodidad de la expresión más que por infundada
confianza en mi juicio.
Por lo que puedo ver, esta crisis no se parece a las anteriores;
surge de hechos totalmente nuevos, que a su vez emanan del progreso
velocísimo alcanzado por los medios de producción. En una
economía de libre mercado ello conduce obligadamente a un incremento
del paro obrero.
Pues en tal tipo de economía gran parte de los trabajadores se
ve constreñida a trabajar por un salario que le permita cubrir sus
necesidades básicas; no analizaremos ahora las causas. Y de dos
fábricas, producirá artículos más baratos aquella que funcione
con la menor cantidad posible de obreros, que a su vez trabajen
con la mayor intensidad que la técnica permita. O sea que hay empleo
para una parte sola de la población obrera. Y que mientras
unos trabajan demasiado, otros quedan fuera del proceso de producción.
Con lo cual menguan la venta y la rentabilidad, quiebran
las empresas, aumenta el desempleo, las empresas pierden credibilidad
ante los bancos, sigue la insolvencia, el retiro de ahorros y
por fin la paralización de la industria.
Se ha visto esta crisis desde otro punto de vista, vinculándola a
motivos que analizaremos ahora:
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Superproducción: en la que hay que distinguir entre dos cosas,
la superproducción real y la aparente. Bajo el primer concepto entiendo
una producción tan abundante que sobrepasa la demanda.
Podría aplicarse a los automóviles y al trigo en Estados Unidos,
aunque no con certeza. Suele llamarse superproducción a la producción
excesiva de un artículo que no puede venderse a causa de
las circunstancias y a pesar de que los consumidores lo necesitan.
A esta llamo superproducción aparente. Pues en este caso no falta
demanda sino poder adquisitivo por parte de los consumidores.
Pero la expresión «superproducción aparente» no es sino otra
forma de llamar a la «crisis», con lo que mal podría servir de explicación
de esta. Llamar superproducción a la crisis actual no es
más que usar pretextos.
Reparaciones: la obligación de pagar sus reparaciones ha
afectado la economía de los países en deuda, y los ha forzado a exportar
a precios que resultan un verdadero dumping. Pero si Estados
Unidos, protegido por aranceles muy altos, da señales de
crisis, queda claro que no es aquella su causa principal. Puede
utilizarse la escasez de oro de los países deudores para explicar la
cancelación de estos pagos, pero no la crisis mundial.
Introducción de nuevos aranceles; aumento de los gravámenes
para pagar armamentos; inseguridad política derivada del peligro
de guerra: todo ello se agrava en Europa, sin afectar aparentemente
a Estados Unidos. Pero al aparecer la crisis también aquí,
queda claro que aquellas no pueden ser las causas principales.
Decadencia de China y de Rusia: tampoco este aspecto de la
economía mundial puede hacerse sentir en Estados Unidos de
manera notoria, ni menos aún ser causa principal de la crisis.
Ascenso económico de las clases inferiores a partir de la
guerra; solo acarrearía en caso de ser real escasez en los
bienes en oferta y no lo contrario.
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No quiero cansar al lector enumerando nuevas razones que no
explican la crisis. Para mí está claro: el progreso técnico que debía
de haber servido al hombre para liberarlo de parte de su carga
laboral es la causa principal de las desgracias actuales. De aquí la
aparición de quienes ¡pretenden prohibir la introducción de progresos
técnicos! Un disparate, a todas luces. Pero queda en pie el
dilema ¿cómo encontrar una solución?
Si de algún modo pudiera conseguirse que el poder adquisitivo
de la masa no descendiera por debajo de un determinado nivel, se
impediría esa paralización del sistema económico que padecemos
hoy.
La solución más sencilla, pero también más arriesgada, es adoptar
una economía planificada. O sea lo que intenta en esencia la
Rusia de hoy. Solo el tiempo revelará si es un sistema que dé resultado.
¿Puede ser más alta la producción en una economía planificada
que en una que dé libertades a la iniciativa privada? ¿Es
factible tal sistema sin el terror que aquellos gobernantes practican
hasta hoy? Un sistema tan rígido y centralizado ¿no cerrará las
puertas a posibles innovaciones beneficiosas? Son interrogantes
que debemos procurar no se transformen en prejuicios que impidan
una apreciación objetiva.
Yo creo personalmente que son mejores los sistemas cuanto
más respeten las tradiciones y las costumbres. Y creo también que
una brusca nacionalización de la industria no puede favorecer a la
producción.
Sea como fuere, hay dos puntos en los cuales la economía libre
debe planificarse: limitando los horarios semanales de los diversos
sectores para combatir el paro en forma sistemática, y regulando
el salario mínimo de modo que el poder adquisitivo de los
trabajadores se corresponda con la producción.
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En los sectores monopolizados, el Estado debería controlar los
precios para que una acumulación excesiva de capital no estrangulara
la producción en forma artificial.
Es así como quizá podrían equilibrarse producción y consumo,
sin introducir grandes limitaciones en la iniciativa privada. Al
mismo tiempo se evitaría una excesiva superioridad del propietario
de medios de producción tierras, máquinas respecto al
trabajador asalariado.
Producción y poder adquisitivo
No creo que conocer la capacidad de producción y de consumo
de un país sea medio para combatir las dificultades actuales. Es
un conocimiento que por regla general llega demasiado tarde. La
crisis que padece Alemania no surge de una hipertrofia del sistema
de producción sino de la falta de poder adquisitivo de un importante
sector de la población, apartado del proceso de producción
como consecuencia de la racionalización.
En mi opinión es un gran inconveniente que el oro sea el
patrón monetario. Pues toda escasez en sus reservas conduce a escasez
de la capacidad crediticia, a la que no pueden adaptarse de
inmediato ni los precios ni los salarios.
Según mi parecer, los medios naturales para combatir las actuales
circunstancias son los siguientes:
1.º) Reducción del horario de trabajo semanal, unida a la fijación
de un salario mínimo que regule el poder adquisitivo en
relación con la producción de bienes.
2.º) Regulación de la cantidad de dinero en circulación y del
volumen crediticio, así como mantenimiento de los precios medios
de los artículos.
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3.º) Establecer legalmente un tope en el precio de los artículos
producidos por un sector monopolizado.
Producción y trabajo
Contestación a una encuesta
Los inconvenientes de una libertad ilimitada en el mercado de
trabajo se vinculan con los adelantos extraordinarios de los métodos
de producción. Para fabricar lo imprescindible, no es necesario
emplear a todos los trabajadores disponibles. Con ello se
da la consecuencia de mayor paro, de competencia malsana entre
los asalariados y, como agregado, la disminución del poder
adquisitivo y una asfixia insoportable de todo el circuito vital de la
economía.
Sé que los economistas liberales opinan que el aumento de las
posibilidades compensa cualquier ahorro de mano de obra. Yo no
lo creo. En primer lugar, porque aunque fuera cierto, esos factores
conducirían a que una parte importante de la humanidad viera rebajado
su nivel de vida en forma artificial.
Creo sin embargo como usted, que ha de procurarse por todos
los medios la participación de los jóvenes en el proceso de producción.
También habría que excluir a los mayores de ciertos trabajos
que llamo trabajos no cualificados. Como indemnización
percibirían una pensión dada, por haber dado previamente
sus esfuerzos a la sociedad.
También soy partidario de la abolición de las grandes
ciudades. Siendo al mismo tiempo enemigo de la idea de instalar
una determinada categoría de ciudadanos, por ejemplo los viejos,
en una ciudad dada. Debo decir que me parece una idea terrible.
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Pienso asimismo que debería evitarse la fluctuación del valor
del dinero, sustituyendo al oro como patrón monetario por el precio
de una serie de artículos, tal como fue propuesto ya por
Keynes hace tiempo. Con ello podría permitirse cierta «inflación»
al valor del dinero, siempre y cuando el Estado se mostrara capaz
de usar con inteligencia de lo que para él sería un verdadero
regalo.
Los puntos débiles de su planteamiento son, según veo, su escasa
atención a los aspectos psicológicos. Si el capitalismo ha
traído consigo los adelantos de la producción pero también los del
conocimiento, no es por azar. El egoísmo y la competencia siguen
siendo (¡por desgracia!) fuerzas más poderosas que el altruismo y
el sentido del deber. En Rusia no es posible obtener ni siquiera un
buen trozo de pan. Quizá sea algo pesimista, pero no espero resultados
muy buenos de las empresas nacionalizadas. La burocracia
es la muerte de todo rendimiento. He visto demasiadas cosas
tremendas, incluso en la relativamente ejemplar Suiza.
Me inclino a creer que el Estado puede beneficiar al proceso
productivo solo si actúa como factor regulador. Tiene que ocuparse
en asegurar que la competencia entre las fuerzas del trabajo
se mueva sobre bases humanas, a asegurar una educación sólida a
todos los niños, a garantizar salarios suficientemente altos como
para que los productos puedan ser adquiridos. Tal función reguladora
puede ser decisiva si sus medidas de control pasan por las
manos de especialistas políticamente independientes.
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Observaciones sobre la situación actual
de Europa
La situación política del mundo y en especial de Europa se me
aparece caracterizada por un notorio retraso en hechos y en ideas
respecto a lo económico, que por su parte se ha modificado con
muchísima rapidez. Los intereses de los Estados deberían subordinarse
a los intereses de una mayoría que se ha vuelto muy vasta.
La lucha por orientar el pensamiento político en ese sentido es difícil,
pues deben superarse tradiciones centenarias. Pero de su feliz
logro depende la suerte de Europa, su existencia. Mi convicción
segura es que una vez superados los obstáculos psicológicos la
resolución del problema real no será tampoco difícil. Conseguir la
atmósfera adecuada será el trabajo de todos los que creemos en
esto. ¡Ojalá que los esfuerzos de todos juntos puedan contribuir a
la formación de un puente de confianza entre los pueblos!
De la convivencia pacífica de las naciones
Una participación al programa de televisión
de la señora Roosevelt
Le agradezco profundamente, señora Roosevelt, que me haya
ofrecido la oportunidad de expresar mis opiniones sobre esta importante
cuestión política: creer que armando al país se puede
conseguir seguridad es una ilusión funesta, dado el desarrollo de
la actual técnica militar. En Estados Unidos esta ilusión se ha
apoyado en otra: o sea, en que han sido los primeros en fabricar la
bomba atómica. Esto hizo creer que a la larga se podría alcanzar
una superioridad militar decisiva. Con lo cual se podría intimidar
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a todos los enemigos en potencia, obteniendo así la tan deseada
seguridad para ellos y para el resto del mundo. La máxima en que
confiamos durante los últimos cinco años se resume así: seguridad
por medio de coacción basada en la superioridad, por mucho
que cueste.
Las consecuencias de este criterio técnico militar y psicológico
no podían tardar en brotar. Toda la política exterior está dominada
por un único punto de vista: «¿Cómo actuar para, en caso de
guerra, vencer al enemigo?». Estableciendo bases militares en los
puntos más importantes de la tierra en materia de estrategia y de
vulnerabilidad; armando y apoyando económicamente a los aliados
potenciales. En el interior de Estados Unidos, concentrando
gran parte del poder financiero en mano de los militares, militarizando
a la juventud, controlando la lealtad de los individuos y
sobre todo de los funcionarios, intimidando a quienes piensan
políticamente de otro modo, e influenciando en la mentalidad de
la población por medio de la prensa, la radio y la escuela, así
como poniendo en práctica una creciente censura de las comunicaciones
bajo el pretexto del secreto militar.
Otras consecuencias: la carrera de armamento entre Estados
Unidos y Rusia, que en sus comienzos era preventiva, está adquiriendo
caracteres de histerismo. En ambos países se acelera
detrás del mayor misterio la preparación de los medios para
aniquilar a la humanidad.
La Bomba H se divisa en el horizonte como un objetivo verosímil.
Su acelerado proceso de fabricación ha sido solemnemente
proclamado por el presidente. Si llega a construirse, la contaminación
radioactiva de la atmósfera y con ella la destrucción de la
vida en la tierra entrarán en el terreno de lo técnicamente plausible.
El horror de este proceso reside en su aparente ineluctabilidad.
Cada paso parece consecuencia inevitable del anterior. El
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aniquilamiento total aparece cada vez con mayor claridad al final
del proceso.
Dado que nosotros mismos estamos construyendo las circunstancias
de nuestra muerte, ¿hay alguna vía de salvación? Todos
tenemos que caer en cuenta, y antes que nadie los gobiernos de
Estados Unidos y de la Unión Soviética, que si han podido eliminar
un enemigo exterior no podrán librarse de la psicosis creada
por la guerra. No puede llegar a forjarse una paz verdadera orientando
todo nuestro comportamiento hacia la eventualidad de un
conflicto. Cuanto más, si cada día resulta más evidente este conflicto
significaría la destrucción absoluta. La idea rectora de toda
política exterior debería ser: ¿qué podemos hacer para que las
naciones convivan de la manera más pacífica y mejor? Primer
problema: hacer desaparecer el miedo y la desconfianza recíproca.
Una denuncia cabal por ambas partes a usar la fuerza de los unos
contra los otros (y no únicamente los medios de destrucción masiva),
se impone de por sí. Renuncia que solo tendrá eficacia si se
acompaña de la creación de una entidad internacional que resuelva
todos los problemas relativos a la seguridad de las
naciones. La proclamación de las naciones de participar honestamente
en la realización de esta especie de gobierno mundial haría
disminuir en gran medida el peligro de guerra.
La convivencia pacífica de todos los hombres se funda ante todo
en la confianza mutua, y solo en segundo lugar en instituciones
tales como la Ley y la policía. Ello tiene la misma validez para las
naciones que para los individuos. Pero la confianza se basa en una
relación sincera de give and take, de dar y tomar.
¿Qué pensar del control internacional? Pues que puede ser útil
de manera accesoria, como función policial. Pero no sobrestimemos
su eficacia. ¡Una comparación con los tiempos de la prohibición
da qué pensar!
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Sobre la seguridad de la especie humana
El descubrimiento de las reacciones atómicas en cadena no
tiene por qué ser más peligroso para la humanidad que el descubrimiento
de las cerillas. Pero debemos hacer todo lo necesario
para evitar su mal uso. En el grado actual del desarrollo tecnológico,
solo puede protegernos una organización supranacional,
siempre que disponga de una capacidad ejecutiva suficiente.
Cuando sepamos reconocerlo en toda su amplitud seremos capaces
de hacer los sacrificios necesarios para asegurar la existencia
de la especie humana. Si no se alcanza a tiempo este objetivo,
cada uno de nosotros será culpable. El peligro consiste en que
cada uno, sin mover un dedo, espera a que actúen los demás. El
progreso de la Ciencia en lo que va de siglo es respetado por todos
los hombres, incluso por quien solo disponga de conocimientos
limitados o superficiales salidos de su ambiente de trabajo técnico.
Podemos exaltar esos progresos sin miedo a equivocarnos,
siempre que no perdamos de vista lo ocurrido en los últimos años.
Es como viajar en tren: mirando el entorno próximo nos parece
volar a la velocidad de un avión; mirando a lo lejos la imagen que
contemplamos varía con lentitud. Lo mismo sucede cuando nos
inclinamos sobre los grandes problemas de la Ciencia.
No tiene sentido, a mi modo de ver, hablar de nuestra way of
life o de la de los rusos. En ambos casos se trata de un conjunto de
tradiciones y de costumbres que no configuran una estructura orgánica.
Mucho más inteligente será preguntarse sobre las tradiciones
más dañinas y sobre las más útiles para el hombre, las que
hacen la vida más feliz y las que la vuelven más dolorosa. Y luego
habrá que actuar en consecuencia, procurando adoptar las que
hayan resultado mejores.
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Nosotros, los herederos
Las generaciones anteriores podían creer que los progresos espirituales
y sociales eran frutos del trabajo de sus antepasados
que hacían posible una vida más bella y más fácil. Las crueles vicisitudes
de nuestro tiempo nos indican que no es más que una
ilusión llena de consecuencias.
Porque hemos comprendido que nuestros esfuerzos principales
deben tener como objeto el que esa herencia no signifique el
fin de la humanidad, sino una buena suerte. Pues si antaño un
hombre alcanzaba mérito social cuando era capaz de sobreponerse
hasta cierto punto a su egoísmo personal, hoy se exige de él
que sea capaz de sobreponerse al egoísmo de país y de clase social.
Solamente llegado a ese nivel será posible para el individuo
mejorar la suerte de la comunidad.
De cara a este reto de la historia, el ciudadano de un Estado
pequeño se encuentra en una posición comparativamente más favorable
que el de un gran Estado, expuesto a las demostraciones
de brutal fuerza económica y política. El tratado entre Bélgica y
Holanda, que es en estos últimos tiempos una chispa de esperanza
dentro de la evolución política europea, nos permite esperar
que las naciones pequeñas jueguen un papel esencial: su manera
de luchar, su negativa a reservarse una autodeterminación aislada,
conducirán a una liberación de la degradante esclavitud
militarista.
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Tercera parte:
Lucha contra el nacionalsocialismo
Declaración
Marzo de 1933
Mientras me sea posible viviré en un país donde haya libertades
políticas, tolerancia e igualdad para todos los ciudadanos
ante la Ley. A la libertad política pertenece la libertad de expresar
las convicciones, así como el respeto por las creencias del
individuo.
Estas condiciones no son cumplidas por la Alemania actual.
Los hombres que se han dedicado a la causa internacional y algunos
destacados artistas son, en ella, perseguidos.
Lo mismo que los individuos, los organismos de una sociedad
pueden enfermar físicamente, sobre todo en épocas difíciles. Las
naciones suelen esforzarse por sobrevivir a sus enfermedades. Espero
que Alemania supere pronto las suyas, y que en un futuro
cercano se pueda no solo elogiar a eminencias como Kant y Goethe
de cuando en cuando, sino que la vida oficial y particular se
fundamente en sus obras.
Intercambio de cartas con la Academia
Prusiana de Ciencias
Declaración de la Academia del 1 de abril de 1933
La Academia Prusiana de Ciencias ha tenido conocimiento con
indignación, a través de los artículos en los diarios, de la participación
de Albert Einstein en la abominable campaña de difamación
contra Alemania emprendida en Francia y Estados Unidos.
De inmediato se le han exigido explicaciones. Entre tanto, Einstein
en persona ha pedido su baja de la Academia, fundamentándola
en el hecho de que bajo el gobierno actual no puede servir al
Estado prusiano. Debido a que es ciudadano suizo, parece que está
dispuesto a renunciar también a la nacionalidad prusiana, que
le fue concedida en 1913 cuando ingresó como miembro ordinario
en esta Academia.
La Academia Prusiana de Ciencias lamenta con la mayor
pesadumbre este comportamiento contestatario de Einstein en el
extranjero, dado que ella y sus miembros se sienten hondamente
ligados al Estado de Prusia, y que a pesar de las reservas que se
han impuesto en materia de política han defendido y exaltado
siempre la idea de Nación. Es sobre esta base que la Academia
Prusiana de Ciencias no tiene ningún motivo para lamentar el retiro
de Einstein.
Por la Academia Prusiana de Ciencias
Prof. Doctor Ernst Heymann
Secretario Perpetuo
Respuesta de Albert Einstein a la
Academia Prusiana de Ciencias
Le Coq, en Ostende, 5 de abril de 1933
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He recibido por una fuente de absoluta confianza la noticia de
que en una declaración oficial se ha hablado de una «participación
de Albert Einstein en la abominable campaña de difamación
emprendida en Francia y Estados Unidos».
Declaro que nunca he participado en ninguna campaña de difamación
y debo añadir que nunca asistí a cosa de tal género. En
cambio he podido ver las reproducciones y comentarios de los
manifiestos y disposiciones oficiales de los miembros responsables
del gobierno alemán, así como el programa relativo a la
aniquilación de los judíos alemanes en el terreno económico.
Las declaraciones que he hecho a la prensa se refieren a mi retiro
de la Academia y a mi renuncia a la nacionalidad prusiana.
Fundé mi decisión en que no quiero vivir en un Estado en el cual
los individuos no son iguales ante la Ley, y en el que la libertad de
cátedra y de expresión está rigurosamente controlada por el
Estado.
Dije también que la situación actual de Alemania se debe a
una enfermedad psíquica de sus masas, y di algunas explicaciones
sobre detalles de esta situación.
En un escrito no destinado a la prensa y que entregué a la
Liga Internacional de la Lucha Contra el Antisemitismo, pedía a
todos los hombres que aún permanecieran fieles a los ideales de
una civilización en peligro que hiciesen todo lo factible para que la
psicosis de masas que reina de manera tan odiosa en Alemania no
siga extendiéndose.
No habría sido difícil a la Academia conseguir el verdadero
texto de mis declaraciones antes de pronunciarse de ese modo
sobre mi persona. La prensa alemana las ha reproducido tendenciosamente,
lo que era de esperar por otra parte dadas las condiciones
en que hoy trabaja. Me declaro responsable de cada palabra
publicada por mí. Pero espero también que la Academia, ya
que se ha asociado a la campaña contra mi persona, haga llegar
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mis verdaderas declaraciones a cada uno de sus miembros, así
como al público ante el cual he sido calumniado.
Dos cartas de la Academia Prusiana
1
Berlín, 7 de abril de 1933
Muy apreciado señor profesor:
Como secretario en servicio de la Academia Prusiana, acuso
recibo de su notificación fechada el 28 de marzo, en la que renuncia
a esta Academia. La Academia se ha dado por enterada de su
renuncia en la sesión plenaria del 30 de marzo de 1933.
Si la Academia lamenta hondamente este hecho, este lamento
se funda en el hecho de que un hombre de un alto valor científico,
a quien largos años de trabajo entre los alemanes y el hecho de
pertenecer a la Academia hubieran debido integrar a la manera de
ser y de pensar alemana, se haya adaptado actualmente en el extranjero
a un círculo que sin duda en parte por desconocimiento
de las circunstancias y los hechos reales ha repercutido negativamente
en nuestro pueblo divulgando juicios falsos y suposiciones
infundadas. Hubiéramos esperado de un hombre que
perteneció tantos años a nuestra Academia que se hubiera puesto
de parte de quienes defendieron al pueblo alemán de esas calumnias,
independientemente de sus propias ideas políticas. ¡Qué potente
hubiera sido su testimonio en favor del pueblo alemán en el
extranjero, entre tantas sospechas en parte monstruosas y en
parte ridículas! Que por el contrario, su testimonio pudiera ser
utilizado por quienes odian al pueblo alemán, ha sido una amarga
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decepción para todos nosotros. En caso que no hubiéramos recibido
su notificación de renuncia, esas declaraciones suyas hubieran
conducido de todos modos a su separación de la Academia.
Con nuestros mayores respetos,
von Ficker
2
11 de abril de 1933
La Academia notifica sobre ese particular que su declaración
del 1.º de abril de 1933 no se refiere exclusivamente a los informes
de la prensa alemana sino sobre todo a los aparecidos en diarios
extranjeros, especialmente belgas y franceses, que no han sido recusados
por el señor Einstein. Por otra parte se ha informado,
entre otras cosas, de su declaración a la Liga Contra el Antisemitismo,
ampliamente difundida en su forma literal, y en la que ataca
el retorno alemán a la barbarie de tiempos ya reprimidos. Por lo
demás, la Academia comprueba que si el señor Einstein, según su
declaración, no ha participado en la propaganda difamatoria,
tampoco ha hecho nada para contrarrestar las calumnias y difamaciones,
como sería obligación, según lo ve la Academia, de
una persona que es miembro de ella desde hace tantos años. Por
el contrario, el señor Einstein ha hecho en el extranjero declaraciones
que por tratarse de un hombre de reputación internacional
tenían que ser utilizadas necesariamente por quienes sienten un
odio profundo, no solo hacia el gobierno actual sino hacia la totalidad
del pueblo de Alemania.
En representación de la
Academia Prusiana de Ciencias
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H. von Ficker-E. Heymann
Secretarios Perpetuos
Respuesta de Albert Einstein
Le Coq-sur-Mer, Bélgica, 12 de abril de 1933
Recibo vuestra carta del 7 de abril y deploro hondamente el estado
de espíritu que revela.
En cuanto a los hechos, solo puedo responder esto:
Vuestra afirmación respecto a mi postura no es sino otra
forma de la declaración pública en que se me acusaba de participar
en una campaña de propaganda difamatoria contra el
pueblo alemán.
Repito lo dicho en la carta anterior: es una calumnia.
También se menciona en ella que un «testimonio» mío en favor
del «pueblo alemán» hubiera tenido amplia repercusión en el
extranjero. A ello tengo que responder que el testimonio que exigen
de mí sería la negación de esa justicia y esa libertad que he
defendido toda mi vida. Además, no habría beneficiado como
dicen ustedes al degradado pueblo alemán, hubiera beneficiado
únicamente a aquellos que procuran suprimir las ideas y principios
que han hecho que el pueblo alemán ocupe un puesto de honor
en el mundo civilizado. Dicho testimonio solo habría contribuido
al terrorismo de las costumbres y a la aniquilación de los valores
culturales.
Precisamente ha sido esa la causa que me movió a renunciar a
la Academia. Y vuestro escrito me demuestra el acierto de mi
decisión.
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Una carta de la Academia Bávara de
Ciencias
Múnich, 8 de abril de 1933
Muy apreciado señor:
En su presentación a la Academia Prusiana de Ciencias usted
fundamentó su renuncia al sitio que en ella ocupaba en las condiciones
existentes en la Alemania actual. La Academia Bávara de
Ciencias, que lo eligiera como miembro correspondiente hace algunos
años, es también una Academia Alemana, con total solidaridad
con la Academia Prusiana y otras. Por tanto, su separación
de la Academia Prusiana no puede dejar de influir en sus relaciones
con la nuestra. Debemos preguntarle pues cómo afronta
usted, después de lo ocurrido con la Academia Prusiana, sus relaciones
con nosotros.
La Presidencia
de la Academia Bávara
de Ciencias
Contestación de Albert Einstein
Le Coq-sur-Mer, 21 de abril de 1933
Fundamenté mi dimisión de la Academia Prusiana en que bajo
las actuales circunstancias no quiero ser ciudadano alemán ni depender
de ninguna manera del Ministerio de Educación de Prusia.
Estos motivos no resolverían por sí solos mi relación con la
Academia Bávara. Cuando quiero que mi nombre sea tachado de
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su lista de miembros, lo hago por otra razón: las Academias tienen
ante todo el deber de ayudar y proteger la vida científica de un
país. Por lo que sé, las corporaciones de científicos alemanes han
tolerado sin una protesta que una parte significativa de científicos
y estudiantes alemanes, así como de trabajadores que dependen
de la instrucción académica, ¡se vean privados de su posibilidad
de trabajo y hasta de vivir en Alemania! No quiero pertenecer a
una Academia que tolere esa postura, aun cuando lo haga
presionada.
Respuesta a una invitación a participar
en una manifestación
Estas lineas son respuesta a una invitación a
participar en una manifestación francesa contra
el antisemitismo alemán.
He reflexionado con cuidado, desde todos los ángulos, sobre
esta petición que me llega tan al fondo del corazón. Y he decidido
no participar en la manifestación por dos razones:
Ante todo sigo siendo ciudadano alemán, y segundo: soy judío.
No olvido que he trabajado en instituciones alemanas y que
siempre fui tratado como persona de confianza. Por mucho que
lamente las cosas que suceden en Alemania, por más que condene
los horrores que se hacen en complicidad con el gobierno, no
puedo participar personalmente en un acto organizado por miembros
de un gobierno extranjero. Para que lo comprendan bien les
ruego que imaginen a un ciudadano francés en una situación
igual, es decir, organizando con eminentes hombres políticos de
Alemania una manifestación contra las decisiones del gobierno
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francés. Sé que considerarían aun cuando reconocieran lo justo
de la demanda desleal esa actuación. Si Zola hubiera debido
abandonar Francia en pleno affaire Dreyfus, no hubiera colaborado
en una manifestación de autoridades alemanas, por muy justa
que le hubiera parecido. Se hubiera limitado a sentirse avergonzado
de sus compatriotas.
Siendo judío, considero que una protesta contra la injusticia y
la violencia es de un valor incomparablemente mayor y es realizada
por personalidades solo movidas por un sentimiento de humanidad
y de justicia. Pero yo, que en tanto judío considero
hermanos a todos los judíos, sufro la injusticia que se comete contra
cada uno de ellos como una injusticia hecha a mi propio
cuerpo. No me toca juzgar, debo esperar el juicio de los no directamente
afectados.
Tales son mis motivos. Quiero agregar que siempre admiré y
respeté el alto grado de sentimiento de justicia que es uno de los
rasgos más hermosos de la tradición del pueblo francés.
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Cuarta parte:
Problemas judíos
Ideales judíos
La pasión del conocimiento en sí, el amor de la justicia hasta el
fanatismo, y el afán por la independencia personal, expresan las
tradiciones del pueblo judío, y por esto considero el ser judío
como un regalo del destino.
Quienes desatan hoy sus odios contra los ideales de la razón y
de la libertad individual, quienes por medio del terror quieren
transformar a los hombres en estúpidos esclavos del Estado, nos
estiman, con razón, sus enemigos irreconciliables. La historia ya
nos ha impuesto muy terribles combates. Pero mientras defendamos
ese ideal de la verdad, de la justicia y de la libertad continuaremos
existiendo como uno de los pueblos civilizados más
antiguos, pero sobre todo cumpliremos, dentro del espíritu de
nuestra tradición, un trabajo creador para una regeneración de
toda la humanidad.
¿Hay una concepción judía del mundo?
No creo que exista esa concepción, en el sentido filosófico de la
palabra. El judaísmo trata casi exclusivamente de la moral, es decir,
que analiza una actitud en y para la vida. El judaísmo encarna
más las concepciones vivas en el pueblo judío que la suma de las
leyes contenidas en la Thorá e interpretadas en el Talmud.
Ambos, Thorá y Talmud representan para mí el testimonio principal
de la ideología judía en tiempos de su historia antigua.
La esencia de la concepción judía de la vida creo que es la
siguiente: afirmación de la vida de todos los seres. El sentido individual
de una vida es volver la existencia de todos más hermosa y
más digna. La vida es sagrada, representa el valor supremo del
que dependen todas las demás valoraciones. La sacralización de la
vida ultraindividual conlleva el respeto hacia todo lo espiritual: un
aspecto especialmente característico de la tradición judía.
El judaísmo no es una fe. El Dios judío significa no solamente
un rechazo de la superstición y un pretexto para su abolición. Es
también un intento de basar el código moral en el miedo, un intento
lamentable, poco honroso. Creo no obstante que la poderosa
tradición moral del pueblo judío se ha desembarazado de ese
temor. Está claro que «servir a Dios» es lo mismo que «servir a
los seres vivientes». Y ese es el objeto de la lucha de los mejores
hijos del pueblo judío, sobre todo de los profetas y de Jesucristo.
El judaísmo no es por tanto una religión trascendente. Se ocupa
únicamente de nuestra vida experimentable, comprensible. No
está claro que pueda llamárselo «religión» en el sentido habitual
de la palabra, ya que al judío no se le exige ninguna creencia, sino
un cumplimiento de la vida en un sentido comunitario.
La comunidad de los vivos es sentida hasta tal punto como un
ideal, que los mandamientos que rigen la santificación del Sabbat
incluyen expresamente a los animales. Más prístina se destaca todavía
la solidaridad entre los humanos, y no es un azar si las
reivindicaciones socialistas salieron sobre todo de judíos.
Cuán viva está entre los judíos la consciencia de sacralización
de la vida se expresa en lo que me dijo un día Walter Rathenau:
«Cuando un judío dice que va de caza por placer, miente».
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Cristianismo y judaísmo
Si se separa al judaísmo de los profetas, y al cristianismo tal
como fue enseñado por Jesús de todos los agregados posteriores,
en especial los de los sacerdotes, subsistiría una doctrina capaz de
curar a la humanidad de todas sus enfermedades sociales.
Todo hombre de buena voluntad debe intentar,
valerosamente, en su medida y en su ambiente, llevar esta doctrina
del hombre perfecto a la práctica. Si lo consigue sin que lo
repudien o prohíban sus contemporáneos, tiene derecho a sentirse
satisfecho de sí mismo y de su sociedad.
Comunidad judía
Discurso pronunciado en Londres
No me es fácil dominar el gusto por un retiro tranquilo. Pero el
llamado de las sociedades ORT y OZE no podía ser desatendido.
Pues es igual al llamado de nuestro pueblo judío, tan duramente
perseguido. Aquí estoy.
La situación de nuestro pueblo diseminado por la tierra es un
barómetro de la moralidad que reina en el mundo político. ¿Qué
más revelador de la clase de moral política y de cierto sentido de
la justicia que la actitud de las naciones ante una minoría indefensa
cuya singularidad consiste en salvaguardar una tradición
cultural?
Este barómetro marca muy bajo en nuestros tiempos. Nuestro
destino lo prueba trágicamente, así como la actitud de los
hombres respecto a nosotros: debemos pues consolidar y reforzar
nuestra comunidad. La tradición del pueblo judío consiste en una
voluntad de justicia y de razón que sirve y ha servido al resto de
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los hombres, y que los servirá en el futuro. Spinoza y Karl Marx
surgieron de esa tradición.
Quien quiera mantener el espíritu debe cuidar también al
cuerpo que lo envuelve. La OZE sirve al cuerpo de nuestro pueblo
en el sentido literal de la palabra. En Europa Oriental, donde el
pueblo judío sufre una severa opresión económica, trabaja sin
descanso. Mientras que la ORT procura hacer desaparecer una injusticia
terrible que nos aflige desde la Edad Media. Y es que en
aquellos tiempos se prohibió a los judíos dedicarse a profesiones
directamente productivas, obligándolo a lo puramente mercantil.
En Europa Oriental la única forma de ayudar con eficacia al
pueblo judío es abriéndole camino hacia nuevas profesiones. Y tal
es el difícil campo en que trabaja, y no sin éxito, la sociedad ORT.
Ustedes, compatriotas ingleses, son invitados a colaborar con
esta obra de gran aliento, continuando el trabajo creado por
hombres superiores. Los últimos años, y hasta los últimos días,
les han traído una decepción que les afecta muy especialmente.
No se lamenten. Saquen de este hecho un motivo más para vivir y
para mantener nuestra fidelidad a la causa de la comunidad judía.
Creo de todo corazón que luchamos por objetivos que además son
en beneficio de toda la humanidad. Y son estos los que debemos
considerar principales.
Pensemos también en que la mejor fuente de lucha, de fuerza y
de salud para cualquier comunidad son las dificultades. La
nuestra no hubiera sobrevivido si solo hubiera tenido placeres.
Nunca lo dudé.
Nos espera otro consuelo más hermoso aún. Nuestros amigos
no son muchos en número pero entre ellos se encuentran
hombres de una inteligencia y de un sentido moral de la justicia
muy altos. Su interés primordial es ennoblecer la sociedad humana,
y liberar a los individuos de toda opresión denigrante.
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Estamos satisfechos y felices de tener hoy entre nosotros a
hombres de esta naturaleza. No pertenecen al pueblo judío, y dan
una solemnidad peculiar a esta noche memorable. Me alegro de
ver frente a mí a Bernard Shaw y a H. G. Wells. Sus concepciones
de la vida siempre me han seducido.
Usted, señor Shaw, ha logrado ganarse la admiración y un gozoso
afecto por parte de los hombres siguiendo un camino que
para otros habría sido impensable seguir. No solo ha predicado la
moral a la humanidad sino que se ha burlado de todo lo que
parecía intocable. Lo que usted ha hecho solo puede hacerlo un
artista. Usted sacó de su caja mágica innumerables figurillas que
parecen humanas, y las creó no de carne y hueso sino de ingenio,
inteligencia y gracia. Y se parecen tanto más a los humanos que
nosotros mismos, hasta el punto que uno llega a olvidarse de que
no son obra de la naturaleza sino suya. Usted mueve a esas figurillas
en su pequeño universo regido por la gracia, que impide todo
resentimiento. Quien haya observado ese universo microscópico
descubre el nuestro real bajo otras luces. Nota que sus figurillas se
deslizan entre los hombres reales con tanta habilidad que estos
cobran de pronto otro aspecto, muy distinto del anterior. Y
mostrándonos el espejo nos enseña usted a liberarnos como casi
ninguno de nuestros contemporáneos logró hacerlo. Es así como
ha logrado librar a la existencia de un poco de su terrestre
pesadez. Nosotros lo agradecemos desde el fondo del corazón, y
felicitamos a la suerte que nos dio a un médico del alma, a un liberador
en medio de nuestras dolorosas enfermedades. Personalmente,
le agradezco las palabras inolvidables que dirigió a mi
¿¿¿sosias???, que me complica mucho la vida con su hierática
grandeza, tan honorífica, pero que en el fondo es un muchacho
inofensivo.
A ustedes, hermanos judíos, vuelvo a repetirles: la existencia y
el destino de nuestro pueblo dependen menos de factores
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externos que de conservar la fidelidad a nuestra tradición moral,
que durante siglos nos mantuvieron vivos pese a las tremendas
tempestades que desataron sobre nosotros. Sacrificarse en pro de
la vida se convierte en un don.
Antisemitismo y juventud académica
Mientras vivimos en el gueto pertenecer al pueblo judío pudo
implicar problemas materiales y hasta a veces peligros físicos,
pero en cambio nunca implicó problemas sociales o psíquicos.
Con la emancipación esto se modificó, especialmente para los
judíos que eligieron profesiones intelectuales.
El joven judío en el colegio y en la universidad está bajo la influencia
de una sociedad de estructura nacional, a la que admira y
respeta, y de la que recibe el acervo intelectual. Se siente parte de
ella y es al mismo tiempo tratado en ella como extranjero y hasta
con desdén y aversión. Llevado sobre todo por la influencia sugestiva
de la primacía intelectual más que por fines utilitarios,
olvida su pueblo y sus tradiciones y se cree definitivamente integrado
a los otros, mientras trata de disimular, a sí mismo y a los
demás, pero inútilmente, que su conversión es unilateral. ¡He
aquí la historia del funcionario judío converso, hoy como ayer
digno de toda la compasión! En la mayoría de los casos no lo
mueve ni la debilidad moral ni el arribismo, sino la influencia de
un entorno más fuerte por el número y por la presión ambiental.
No cabe duda de que gran número de hijos del pueblo judío contribuyó
en inmensa medida al progreso de la civilización europea,
pero fuera de algunas excepciones, ¿su conducta no fue esta?
Como en toda enfermedad psíquica el remedio reside en un
conocimiento claro de la naturaleza y de las causas del mal.
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Tenemos que tener clara nuestra condición de forasteros y sacar
consecuencias de ella. No tiene sentido tratar de convencer a los
demás mediante raciocinios de nuestra identidad espiritual y intelectual
con ellos. Pues las raíces de su comportamiento no se encuentran
en el cerebro. Debemos liberarnos socialmente, traer
nosotros mismos una solución a nuestras necesidades sociales.
Debemos constituir nuestras propias asociaciones estudiantiles y
guardar hacia los no judíos una distancia cortés y razonable.
Queremos vivir según nuestras costumbres, sin imitar las de estudiantes
bebedores y camorristas. Nada de eso nos incumbe. Se
puede representar a la cultura europea, ser un buen ciudadano y
no dejar por eso de ser un judío fiel. Recordémoslo, obremos en
consecuencia y el problema del antisemitismo quedará resuelto, al
menos en lo que a nosotros se refiere.
Discurso sobre la construcción de
Palestina
1
Hace diez años tuve la alegría de visitarlos por primera vez.
Era para fomentar la idea de sionismo, y casi todo estaba en estado
de proyecto para el futuro. Hoy podemos volvernos a contemplar
esos diez años con satisfacción. Porque durante ellos los
esfuerzos coordinados de todo el pueblo judío consiguieron poner
en pie en Palestina un hermoso trabajo de reconstrucción, mucho
mayor que todo lo que pudimos esperar entonces.
Hemos superado además y con éxito la dura prueba que nos
impusieron los acontecimientos de los últimos años. El trabajo dirigido
a una meta noble lleva siempre al éxito. Las últimas
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declaraciones del gobierno inglés significan la vuelta a una concepción
más justa de nuestra situación: lo reconocemos con
gratitud.
Pero no hay que olvidar la lección de esta crisis: establecer una
cooperación satisfactoria entre árabes y judíos no es problema
inglés sino nuestro. Nosotros, es decir judíos y árabes, nosotros
mismos tenemos que ponernos de acuerdo respecto a las exigencias
de ambos pueblos para una vida comunitaria. Una solución
justa y satisfactoria para las dos partes debe basarse en esta convicción:
el objetivo capital y espléndido cuenta tanto como el trabajo
mismo. Pensemos en el ejemplo de Suiza, que representa un
grado superior en el desarrollo del Estado precisamente porque
está constituida por varios grupos nacionales.
Queda mucho por hacer, pero uno de los puntos más deseados
por Herzl ya se ha cumplido. El trabajo por Palestina ha ayudado
al pueblo judío a encontrar la solidaridad y el optimismo necesarios
para toda vida sana de una organización. Quien quiera verlo, lo
tiene ante los ojos.
Todo cuanto hagamos por la obra común redundará no solo en
bien de nuestros hermanos de Palestina sino en la moral y la dignidad
de todo el pueblo judío.
2
Nos hemos reunido hoy para conmemorar a una comunidad
milenaria, sus problemas y su futuro. Es una comunidad de tradición
moral, que en momentos de tribulación demostró siempre su
fortaleza y su amor a la vida. De ella han salido hombres que encarnaron
la conciencia del mundo occidental, y que defendieron la
dignidad humana y la justicia.
Mientras esta comunidad nos importe, se perpetuará para salud
de la humanidad, aunque su organización no sea formal. Hace
109/266
algunas décadas hombres de claro entendimiento, como Herzl,
pensaron que teníamos necesidad de un centro espiritual desde el
cual mantener el sentimiento de solidaridad en los tiempos más
difíciles. De allí surgió la idea sionista y la obra de asentarse en
Palestina, cuya realización, o al menos cuyo prometedor comienzo
está ante los ojos.
He visto con satisfacción y alegría hasta qué punto ella contribuye
al saneamiento del pueblo judío. Minoritario dentro de las
naciones que habita, este está expuesto no solo a dificultades extremas
sino a peligros íntimos de tipo psicológico.
Durante los últimos años la obra de construcción conoció una
crisis que pesó gravemente sobre todos, y todavía no ha sido superada.
Pero las últimas noticias demuestran que el mundo, y en
particular el gobierno inglés, están dispuestos a reconocer lo que
significa nuestra búsqueda de la meta sionista. En este mismo
momento tenemos un pensamiento de gratitud hacia Weizmann,
que ha permitido el éxito de la causa por una devoción y una
prudencia totales.
Las dificultades tuvieron también consecuencias benéficas.
Han ratificado el poder de los lazos que unen a los judíos de todos
los países, sobre todo en cuanto concierne a nuestro destino. Han
aclarado nuestro modo de ver el problema palestino, limpiándolo
de las impurezas de una ideología nacionalista. Quedó claramente
proclamado que nuestro objetivo no es la creación de una
comunidad política, sino que conforme a la tradición del
judaísmo, es una meta cultural en el sentido más amplio de la palabra.
Para lograrlo debemos resolver con nobleza, abierta y dignamente,
el problema de la convivencia con el pueblo hermano de
los árabes. Es la ocasión de probar lo aprendido a través de milenios
en nuestro dificultoso pasado. Si descubrimos el recto camino
triunfaremos, y podremos dar un bello ejemplo a todos los
pueblos.
110/266
Lo que hacemos por Palestina lo hacemos también por la dignidad
y la moral de todo el pueblo judío.
3
Me alegra tener la ocasión de decir unas palabras a la juventud
de este país fiel a los objetivos del judaísmo. No os dejéis desanimar
por las dificultades con que hemos tropezado en Palestina.
Situaciones como esa sirven de experiencias indispensables para
el dinamismo de nuestra comunidad.
Hemos criticado con justicia algunas declaraciones y medidas
adoptadas por el gobierno inglés. No nos debe bastar con esto
sino que debemos extraer una lección de ellas.
Especial atención merecen nuestras relaciones con el pueblo
árabe. Fomentándolas podremos evitar en el futuro la formación
de tensiones peligrosas, que podrán ser utilizadas para provocar
ataques de nuestros enemigos. Es una meta fácil de alcanzar ya
que nuestra tarea se ha encarado de modo que favorezca también
a los árabes.
De tal modo conseguiremos evitar esa situación que tan catastrófica
es para unos como para los otros de recurrir al arbitraje
de la potencia mandataria. Manteniéndonos en este espíritu
seguiremos la voz de la sabiduría, pero también la voz de las tradiciones
que dan sentido y fuerza a la comunidad judía. Pues esta
comunidad no es política ni debe llegar a serlo. No existe más que
como fuerza moral. Y solo en esa tradición puede encontrar nueva
energía. Solo en esa tradición tendrá razón de ser.
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Hace dos mil años que la única propiedad del pueblo judío es
su pasado. Este pueblo disperso por el mundo estaba unido por
un solo lazo: su tradición, cuidadosamente conservada. Es cierto
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que como individuos muchos judíos han creado obras importantes
dentro de la cultura. Pero el pueblo judío como conjunto
parecía carecer de la fuerza necesaria para una gran empresa
colectiva.
Todo ha cambiado ahora. La historia nos ha atribuido un
noble trabajo, que es la construcción de Palestina entre todos.
Compañeros fuera de lo común están trabajando ya con todas sus
fuerzas en la materialización de este objetivo. Se nos ofrece la posibilidad
de instalar focos de civilización que el pueblo judío entero
pueda contemplar como su propia obra. Tenemos la profunda esperanza
de establecer en Palestina un lugar para las familias y
para una civilización nacional propia, que permita despertar el
Cercano Oriente a una vida económica e intelectual.
La meta de los líderes sionistas no es política sino social y cultural.
La vida comunitaria deberá ser una aproximación al ideal
social de nuestros antepasados, tal como nos lo muestra la Biblia,
pero al mismo tiempo deberá ser una ciudad de vida intelectual
moderna, un centro intelectual para los judíos de todo el mundo.
La fundación de una universidad judía en Jerusalén representa,
dentro de esta concepción, uno de los fines primordiales de la organización
sionista.
En los últimos meses viajé a Estados Unidos para ayudar a
constituir la vida material de esta universidad. El éxito de la campaña
surgió de ella misma. Gracias a la actividad incansable y la
generosidad sin límites de los médicos judíos, recogimos medios
suficientes para emprender la construcción de una facultad de
medicina y empezamos de inmediato los trabajos preparatorios
para ello. Si juzgamos por los resultados actuales, no cabe duda de
que obtendremos las estructuras materiales para realizar otras
facultades, y eso muy pronto. La facultad de medicina estará concebida
sobre todo como un Instituto de Investigación. Actuará en
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forma directa para el saneamiento del país, función indispensable
en la empresa.
La enseñanza de alto nivel se desarrollará más adelante. Se
cuenta ya con un número de sabios capaces de asumir la responsabilidad
de una cátedra en la universidad, de modo que la
fundación de una facultad de medicina no ofrece problemas.
Quiero hacer constar sin embargo que se ha previsto para la universidad
un fondo completamente independiente, separado de los
capitales necesarios para la construcción del país. Durante los últimos
meses y gracias al esfuerzo incansable del profesor Weizmann
y de otros jefes sionistas de América, han podido reunirse
sumas muy importantes debidas sobre todo a donaciones de la
clase media. Concluyo con un llamado vehemente a los judíos alemanes.
Que a pesar de la terrible situación económica actual contribuyan
con todas sus fuerzas a la creación de un hogar judío en
Palestina. No es una obra de caridad sino algo que concierne a todos
los judíos. Su logro será para todos la ocasión de una alegría
imposible de expresar.
5
Palestina no es para nosotros, judíos, una obra de caridad o
una empresa de tipo colonial, sino un problema fundamental, del
interés de todo nuestro pueblo. Y antes que nada: Palestina no es
un refugio para los judíos orientales, sino la corporización resurrecta
del sentimiento de comunidad nacional de todos los judíos.
¿Será oportuno y necesario reforzar ese sentimiento de comunidad?
Es una pregunta a la que no quiero contestar guiado por un
movimiento reflejo: daré razones sólidas.
Y digo sí, sin reservas. ¡Analicemos rápidamente el desarrollo
de los judíos alemanes durante los últimos cien años! Hace un
siglo nuestros antepasados vivían, salvo raras excepciones, en el
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gueto. Eran pobres, carecían de derechos políticos, y estaban
apartados de los no judíos por una serie de tradiciones religiosas,
de conformismo, y de jurisdicciones limitatorias. Aún en su vida
intelectual se atenían a los límites de su propia literatura. Estaban
poco o superficialmente enterados del poderoso impulso que la
vida intelectual de Europa había experimentado a partir del Renacimiento.
Pero nos llevaban ventaja en un punto: cada uno
pertenecía por entero a la comunidad de la que se sentía miembro.
Vivía y se expresaba dentro de una comunidad que no le
exigía nada que fuera ajeno a su modo natural de pensar.
Nuestros antepasados de ese tiempo aparecían hasta atrofiados
física o intelectualmente, pero socialmente tenían un envidiable
equilibrio moral.
Entonces vino la emancipación. Trajo de pronto al individuo
insospechadas posibilidades de progreso. Cada cual conseguía por
sí ubicarse en las capas sociales y económicas más altas. Habían
asimilado con devoción las conquistas creadas por el arte y la
ciencia de Occidente. Participaban con fervor en ese impulso,
creando a su vez ellos mismos obras de valor perdurable. Pero adoptaron
las formas exteriores del mundo no judío para ello, y progresivamente
fueron apartándose de sus tradiciones religiosas y
sociales, incorporándose costumbres, hábitos, modos de pensar
extraños al mundo judío. Podía pensarse que se asimilarían completamente
a los pueblos entre los cuales vivían, más numerosos
en cantidad y mejor organizados cultural y políticamente, podía
parecer que a las pocas generaciones no subsistirá nada del
mundo judío. Pareció inevitable una desaparición completa del
pueblo judío en Europa Central y Occidental.
Pero nada de eso ocurrió. Los instintos de las nacionalidades
diferentes parecerían impedir esa fusión completa, la adaptación
de los judíos a los pueblos europeos entre los que vivían, a sus
idiomas, a sus costumbres, y hasta en parte a sus formas
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religiosas, no logró disipar esa sensación de ser extranjero que se
mantiene entre el judío y las comunidades europeas hospedantes.
En última instancia, ese innato sentimiento de extranjería constituye
la base del antisemitismo. Y ningún tratado, por mejores
intenciones que tenga, conseguirá extirparlo del mundo. Pues las
nacionalidades no quieren mezclarse, quieren seguir sus destinos.
Y solo la comprensión y la indulgencia recíprocas logran instaurar
situaciones de paz.
Es esta la razón por la que importa que los judíos retornemos
conciencia de nuestra existencia como nacionalidad, y que volvamos
a adoptar ese amor propio necesario para una vida plena. De
nuevo tenemos que aprender a interesarnos lealmente por
nuestros antepasados, por nuestra historia, y como pueblo asumir
misiones que subrayen nuestro sentimiento de comunidad. No
basta que participemos como individuos en el progreso de la humanidad,
sino que asumamos esos problemas propios de las
comunidades nacionales. Tal es la situación para un judaísmo que
se quiera social otra vez.
Los invito y les ruego que consideren el movimiento sionista
desde ese punto de vista. La Historia nos ha encomendado la reconstrucción
cultural y económica de nuestra tierra de origen.
Hombres llenos de esperanzas y de ilusión nos han preparado la
tarea, y muchos son los compañeros dispuestos a colaborar activamente
en ella. ¡Que cada uno de ustedes pueda comprender su
importancia, y aportar todas sus fuerzas para llevarla a cabo!
Palestina Trabajadora
Entre las organizaciones sionistas, Palestina Trabajadora es la
que beneficia del modo más directo a los hombres que logran
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transformar con sus manos el desierto en florecientes colonias.
Estos trabajadores voluntarios son la élite de la juventud judía,
hecha de seres conscientes y desinteresados. No son trabajadores
sin calificación que vendan su fuerza física, sino gentes cultas y
libres cuya lucha pacífica sobre una tierra abandonada beneficia a
todo el pueblo judío, ya directa como indirectamente. Suavizar en
lo posible la dureza de su destino será salvar vidas humanas especialmente
valiosas. Pues la lucha de los primeros colonos sobre un
suelo todavía no saneado es una serie de esfuerzos rudos y peligrosos
y una abnegación personal completa. Solo quien los haya
visto puede comprender lo justo de esta aserción. Y mencionemos
también como ayuda de esa empresa benéfica la de los hombres
que se esfuerzan por una mejora de sus herramientas y utensilios.
Estos trabajadores serán también los únicos que puedan establecer
relaciones sanas con el pueblo árabe. Meta que es el objetivo
político principal del sionismo. Pues las administraciones se
instalan y se van. Pero en cambio las relaciones humanas constituyen
la etapa decisiva de la vida de los pueblos. De modo que
una ayuda a Palestina Trabajadora será también el cumplimiento
de una política humana y respetuosa en Palestina, y un combate
eficaz contra esas oleadas de nacionalismo retrógrado y egoísta
que llenan el mundo de hoy extendiéndose hasta el pequeño
mundo de la Construcción de Palestina.
Renacimiento judío
Una llamada al «Keren Hajessod»
Los enemigos principales de la conciencia y de la dignidad
judías son esa degeneración del sentimiento judío por la riqueza,
por el bienestar, por una especie de dependencia íntima del
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mundo no judío, fomentados por el relajamiento de la comunidad.
Lo mejor del hombre puede prosperar únicamente si se desarrolla
dentro de la comunidad. ¡Qué grande es pues el peligro moral
en que se encuentra el judío! Ha perdido el contacto con su
pueblo y es visto como extranjero entre los pueblos que lo hospedan.
Corolario de esta situación suele ser un egoísmo opaco,
despreciable.
Ahora bien, la presión externa a que el pueblo judío se ve
sometido en estos días es particularmente potente. Y este flagelo
nos cura. Ha logrado la reaparición de la vida comunitaria judía
en un grado que no podría haber imaginado la penúltima generación.
Gracias al resurgir del sentimiento de compañerismo entre
los judíos, iniciado pese a tantos obstáculos de apariencia insalvable,
la colonización de Palestina, dirigida por jefes prudentes y
entregados, comienza a dar resultados tan buenos que ya no es
posible dudar del éxito final. Para los judíos de todo el mundo la
importancia de esta obra se revela de primer orden. Palestina será
para los judíos un lugar de cultura, para los perseguidos un refugio,
para los mejores de nosotros un campo de acción. Para los
judíos del mundo entero encarnará un ideal de unidad, una forma
de renacimiento.
Carta a un árabe
15 de marzo de 1930
Me ha alegrado mucho su carta. Pues demuestra que tiene usted
la buena voluntad necesaria para que nuestros pueblos resuelvan
favorablemente las dificultades que existen. Son obstáculos
que parecen de naturaleza más bien psicológica, y que pueden
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resolverse si hay por ambas partes un honesto sentimiento de
buena voluntad.
Nuestra situación actual es desfavorable, ya que los pueblos
judío y árabe se enfrentan antagónicamente ante la potencia mandataria.
Tal circunstancia perjudica a ambas naciones, y solo
puede remediarse si, entre nosotros, buscamos las propuestas en
que ambos pueblos puedan estar de acuerdo.
Tengo una opinión sobre la manera de realizar este cambio. Le
advierto que es una opinión privada, y que no la he consultado
aún con nadie.
Constituir un «Consejo Secreto», al que judíos y árabes delegaran
por separado cada uno cuatro representantes, absolutamente
independientes de todo organismo político.
Así, de una y otra parte, el Consejo se compondría de:
Un médico, elegido por las Asociaciones de Médicos,
Un jurista, elegido por los abogados,
Un representante obrero, elegido por los sindicatos,
Un intelectual, elegido por los intelectuales.
Estas ocho personas tendrían que reunirse una vez por semana.
Se comprometerían por juramento a no servir los intereses
de su profesión ni de su nación, sino a buscar en conciencia las
necesidades de toda la población. Las discusiones serían secretas
y no podría informarse sobre ellas ni en privado.
Si se tomara una decisión que contara con la aceptación de por
lo menos tres miembros de cada parte, sería dada a conocer en
nombre de todo el Consejo. Si uno de los miembros no acepta la
decisión, podrá dejar el Consejo pero sin quedar desligado de la
obligación del secreto. Si uno de los grupos ya citados, electores
de representantes, se considera insatisfecho por una resolución
del Consejo, puede reemplazar a su representante por otro.
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Aun cuando el «Consejo Secreto» no tenga competencia específica,
puede limar las diferencias y puede hacer aparecer ante
la potencia mandataria una representación de los intereses del
país, opuestos a la política a corto plazo.
Sobre la necesidad del sionismo
Carta al profesor doctor Hellpach, ministro de
Estado
He leído su artículo sobre el sionismo, y su ponencia en el congreso
de Zúrich. Me siento obligado a responderle, aunque brevemente,
como lo haría cualquier convencido de la idea de sionismo.
Los judíos forman una comunidad de sangre y de tradición, en
la que la tradición religiosa no es el único vínculo. Esto lo demuestra
ante todo el comportamiento del resto de las gentes hacia
los judíos. Cuando llegué a Alemania, hace quince años, descubrí
por primera vez que era judío, y ese descubrimiento provino de
los no judíos más que de los judíos.
La tragedia del judío consiste en esto: son personas de un
grado evidente de evolución que carecen de una comunidad que
los aglutine. La consecuencia es una inseguridad que puede conducir
a una gran fragilidad moral en los individuos. La experiencia
me ha demostrado que el único modo de salvar al pueblo judío
es, con ayuda de todos los judíos del mundo, establecer una
comunidad viva, de la que cada judío se sienta parte, lo que permitirá
soportar el odio y la humillación con que se topa en todas
partes.
He sido testigo de la transformación numérica de judíos de
primer orden, y el corazón me sangró ante esa visión. He visto
cómo la escuela, las revistas satíricas y los innumerables factores
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culturales de una mayoría no judía corroían el sentimiento de dignidad
hasta en los mejores de mis hermanos de raza y he sentido
que esto no podía continuar así.
He aprendido por experiencia que solamente una creación
conjunta que entusiasme a los judíos del mundo entero podría
curar a ese pueblo enfermo. Fue una gran idea de Hertz la de
pensar y luego luchar con toda energía por la fundación de un
Hogar o, para hablar más claramente, de un centro en Palestina.
Era una obra que exigía todas las energías. Y se inspiró en las
tradiciones del pueblo judío.
Usted llama a esto nacionalismo, y no sin cierta razón. Pero un
trabajo de todos para formar una comunidad fuera de la cual no
podemos vivir ni morir en este mundo hostil puede denominarse
siempre con esa palabra horrible. En todo caso será un nacionalismo
que no busca el poder, solo la dignidad y la salud moral. Si
no estuviéramos obligados a vivir entre hombres intolerantes,
mezquinos y violentos, sería yo el primero en rechazar todo
nacionalismo con miras a una comunidad humana universal.
El reparo de que si los judíos queremos ser «nación» no
podremos ser ciudadanos normales de un Estado, por ejemplo el
alemán, revela un desconocimiento de la naturaleza del Estado,
fundando su existencia a partir de la intolerancia de una mayoría
nacional. Nunca estaremos protegidos de esa intolerancia, así nos
llamemos «pueblo», «nación», etcétera.
He dicho lo que pienso en forma breve, desnuda y brutal; pero
a través de sus escritos lo reconozco como alguien que no se fija
en la forma sino en el fondo.
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Aforismos para Leo Baeck
¡Salud al hombre que atraviesa la vida pronto a socorrer, ignorando
el miedo, libre de toda agresividad y de todo resentimiento!
De tal madera están hechos los creadores de ideales, los que
consuelan a la humanidad en las desgracias que ella misma se
forja.
El esfuerzo por unir sabiduría y acción se logra pocas veces, y
dura poco.
Por lo común, el hombre evita atribuir inteligencia a otro; a
menos que se trate de un enemigo.
Pocos son capaces de formarse una opinión independiente de
los prejuicios del ambiente y de expresarla con serenidad. La
mayoría suele ser incapaz de llegar hasta los prejuicios.
La primacía de los tontos es insuperable y está garantizada
para todas las épocas. El terror de esa tiranía se mitiga por su ineficacia
y sus consecuencias.
Para ser miembro irreprochable de un rebaño de ovejas, hace
falta primero ser oveja.
Los contrastes y las contradicciones que pueden alojarse simultáneamente
en una corteza cerebral echan por tierra cualquier
sistema político optimista o pesimista.
Quien intenta aparecer como una autoridad en el terreno de la
Verdad y del Conocimiento se pone en ridículo ante los dioses.
La alegría de contemplar y conocer es el regalo más hermoso
de la Naturaleza.
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Quinta parte:
Estudios científicos
Los principios de la investigación
Discurso en el 60.º cumpleaños de Max Planck
El Templo de la Ciencia es una multiforme construcción. Los
hombres y las fuerzas espirituales que lo frecuentan son muy diversos.
Unos tienen la sensación gozosa de ejercitar su fuerza intelectual;
la Ciencia es para ellos solo el deporte más apto para
saciar sus energías vitales y satisfacer su ambición. Otros entran
allí dispuestos a ofrendar su materia gris al servicio de metas utilitarias.
Si un ángel del Señor apareciera y expulsara del Templo a
todos los que pertenecen a esas dos categorías es posible que
quedara casi vacío. Restarían unos pocos, de hoy y de ayer. A ellos
pertenece nuestro Planck, y por eso lo amamos.
Sé que acabamos de expulsar a hombres valiosos, tanto por su
corazón como por su intelecto, hombres que no solo han engrandecido
sino probablemente construido la mayor parte del Templo.
A causa de ellos nuestro ángel encontraría amargas algunas de sus
decisiones. Pero de una cosa estoy seguro: si solo hubiera habido
hombres como los que acabamos de expulsar, el Templo no existiría,
tal como no puede existir un bosque hecho solo de plantas
trepadoras. Pues estos hombres en realidad pueden satisfacerse
en las arenas donde se desenvuelven las actividades normales de
la humanidad: que se hagan ingenieros, oficiales, tenderos o
científicos depende solo de factores externos. Volvamos ahora
nuestra mirada hacia aquellos que el ángel perdonó. Extravagantes,
ensimismados, solitarios en su mayoría, se parecen no obstante
menos entre sí que todos los del hato expulsado. ¿Qué los
condujo al Templo? La respuesta no es fácil, ni puede ser la
misma para todos.
Ante todo, creo con Schopenhauer que una de las razones más
poderosas que impulsan al hombre hacia el arte y la ciencia es una
huida de la rutina cotidiana con su torpeza dolorosa y su yermo
desconsuelo, es cortar el lazo de nuestros deseos siempre cambiantes.
Es el intento de afinar las cuerdas de su existencia personal
saliendo al mundo de la observación y la comprensión objetivas.
Son razones comparables al anhelo con que el habitante de la
ciudad ruidosa y complicada tiende irresistiblemente hacia el alto
paisaje de montaña, donde la mirada se explaya cruzando la pura
quietud del aire, y se pierde en las reposadas perspectivas que
parecen creadas para la eternidad.
A estas razones negativas se agrega una positiva. El hombre
procura formarse una imagen adecuada y fácilmente aprehensible
del mundo, con el fin de sobreponerla a la experiencia de la realidad,
sustituyéndola hasta cierto grado por ella. Esto hacen, cada
uno a su modo, el pintor, el poeta, el filósofo y el investigador de
la naturaleza. Hacia esta imagen y su elaboración desplazan lo
principal de su vida sensible, buscando así la paz y la seguridad
que no pueden encontrar en el círculo demasiado estrecho de su
agitada experiencia personal.
¿Qué posición ocupa la imagen del mundo del físico teórico
entre todas estas? El físico se exige ante todo rigor y exactitud en
la elaboración de los informes, lo cual solo le es permitido por el
uso del lenguaje matemático. Pero para ello debe medirse en
cuanto al monto del material que abarca, y darse por contento si
reconstruye los hechos más sencillos, ya que los más complejos en
cuanto a causas y consecuencias pueden ser reproducidos por el
intelecto humano sin la exactitud del físico. Mayores nitidez, claridad
y certeza a expensas del conjunto. Y ¿qué atracción puede
tener entonces la comprensión de un retazo tan pequeño de
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Naturaleza, dejando de lado cobardemente todo lo más sutil y
complejo? ¿Puede darse el altivo nombre de «Imagen del Mundo»
a tan resignado esfuerzo?
Creo que el altivo nombre es adecuado, pues las leyes generales
en que se basan las construcciones del pensamiento de la
física teórica se proclaman válidas para juzgar todos los fenómenos
de la Naturaleza. Con ellas deberían poder demostrarse
mediante los caminos de la deducción pura todos los fenómenos
de la Naturaleza, si no fuera que tales procesos de deducción están
por encima de la capacidad intelectual de los hombres. La renuncia
de una imagen física del mundo en su totalidad no es,
pues, una renuncia de principio. Es una alternativa, un método.
La tarea principal del físico es pues abocarse a encontrar, mediante
la pura deducción, esas leyes elementales, lo más generales
posible, con que configura su imagen del mundo. No hay camino
lógico que lleve a estas leyes fundamentales. Debemos dejarnos
conducir por la intuición, que se basa en una sensación de la experiencia.
Podría pensarse, a causa de esta inseguridad del método,
que hay muchos sistemas posiblemente arbitrarios en la física
teórica: es una opinión que se justifica plenamente. Pero la experiencia
demuestra que de todas las construcciones pensables hay
una única superior y digna de atención. Nadie que haya profundizado
de veras en esto podrá negar que el sistema teórico ha sido
prácticamente determinado por el mundo de las suposiciones,
pese a que no existe camino lógico alguno que conduzca desde estas
hasta las leyes fundamentales. Esto es lo que Leibnitz denominó
con la feliz expresión de «armonía preestablecida». No tenerlo
suficientemente en cuenta es el grave reproche que los físicos
hacen a algunos teóricos del conocimiento. Creo que las raíces de
la polémica que tuvieron hace unos años Mach y Planck son esas.
La esperanza en la visión de aquella «armonía preestablecida»
es la fuente de la inagotable perseverancia y paciencia con que
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Planck se consagra a los problemas más generales de la Ciencia,
sin dejarse desviar por metas más gratificantes y más fáciles de alcanzar.
Con frecuencia he oído atribuir este comportamiento a
una fuerza de voluntad y a una disciplina fuera de lo común. Yo
no lo creo. El sentimiento que sostiene esta capacidad es el mismo
del religioso, el mismo del enamorado: la búsqueda cotidiana no
surge de ningún plan ni de programa alguno, surge de una necesidad
inmediata.
Aquí sentado, nuestro querido Planck se sonríe interiormente
de mi pueril deambulación con la linterna de Diógenes. Nuestra
simpatía por él no necesita de argumentaciones deshilvanadas.
Que el amor por la Ciencia embellezca también el camino de su
vida futura, y le conduzca a resolver el problema más importante
de la Física actual, planteado por él mismo: ¡ojalá pueda unificar
en un sistema homogéneo la teoría cuántica con la electrodinámica
y la mecánica!
Principios de la física teórica
Discurso inaugural ante la Academia Prusiana de
Ciencias
Muy distinguidos colegas:
Reciban ante todo mi profundo agradecimiento por haberme
honrado con la mayor distinción a que pueda aspirar un hombre
como yo. Al acogerme en esta Academia han permitido que me
dedique por completo al estudio científico, libre de las preocupaciones
y emociones que comporta una profesión práctica. No
duden de mi gratitud y de mi dedicación total a mi tarea, aun
cuando los frutos de mis esfuerzos puedan parecerles pobres.
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Permítanme que haga algunas observaciones generales sobre
la posición de mi área de trabajo, la física teórica, en relación con
la física experimental. Un amigo matemático me decía medio en
broma hace poco tiempo: «El matemático sabe, por supuesto,
pero no sabe lo que le preguntamos en un momento determinado
». Lo mismo ocurre con el físico teórico cuando es cuestionado
por el físico experimental. ¿A qué se debe esta singular falta
de sincronía?
El método del teórico consiste en la emisión de unas hipótesis
generales de base, llamadas principios, a partir de los cuales
podrá deducir resultados. Su actividad consiste, pues, en:
primero, encontrar esos principios, y segundo, sacar conclusiones.
Para llevar a cabo la segunda parte recibe en la escuela los
instrumentos adecuados. Por lo tanto, una vez resuelta la primera
parte de su tarea en un campo determinado de actividad, o en un
conjunto de actividades determinado, saldrá sin duda con éxito de
su trabajo si se esfuerza y razona con perseverancia. Pero lo más
importante, es decir encontrar los principios que deben servir de
base a las deducciones, se presenta bajo aspectos muy distintos.
Para esta parte de la tarea no existe método alguno sistemáticamente
aplicable que pueda ser aprendido y que nos conduzca a la
meta. El investigador debe intentar que estos principios sean un
fiel trasunto de la Naturaleza, aprehendiendo determinadas características
de los hechos experimentales más complejos que
puedan ser formulados con rigor.
Una vez realizada esta formulación, empieza el desarrollo de
las consecuencias, que revelan a menudo relaciones insospechadas,
y que van mucho más allá de los hechos a partir de los cuales
se han formulado los principios. Pero hasta que no se hayan encontrado
los principios que servirán de base a la deducción, los
hechos de la experiencia individual no sirven al teórico. Es más,
no puede ni siquiera hacer uso de leyes más generales
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descubiertas empíricamente. Debe, más bien, reconocer su impotencia
frente a los resultados elementales de la investigación empírica,
hasta que no haya descubierto los principios a partir de los
que podrá desarrollar deducciones lógicas.
En una situación similar se encuentra actualmente la teoría
con respecto a las leyes de la radiación térmica, y del movimiento
molecular a bajas temperaturas. Hace tan solo quince años nadie
dudaba de que la mecánica de Galileo-Newton aplicada a los
movimientos moleculares y la teoría de Maxwell sobre el campo
magnético permitieran llegar correctamente a la representación
exacta de las propiedades eléctricas, ópticas y térmicas de los
cuerpos. Entonces Planck demostró que, para formular una ley
sobre la radiación térmica basada sobre la experiencia, había que
emplear un método matemático cuya incompatibilidad con los
principios de la mecánica clásica se hacía cada vez más evidente.
Mediante este método matemático, Planck introdujo en la Física
la célebre hipótesis cuántica, que desde entonces no ha hecho más
que afirmarse. Con la hipótesis cuántica subvertía de tal manera
la mecánica clásica en el caso de que masas suficientemente
pequeñas se desplazaran a velocidades suficientemente bajas, con
aceleraciones lo bastante notables, que ahora no podemos considerar
las leyes del movimiento establecidas por Galileo-Newton
más que como leyes para situaciones límite. Pero a pesar de la infatigable
actividad de los teóricos, aún no se ha logrado sustituir
los principios de la mecánica que satisfacen la ley de radiación
térmica, o la hipótesis cuántica de Planck. Aunque estemos absolutamente
seguros de poder atribuir el calor al movimiento molecular,
debemos confesar que, frente a las leyes fundamentales
de este movimiento, nos encontramos en una posición parecida a
la de los astrónomos anteriores a Newton frente a los movimientos
de los planetas.
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Acabo de aludir a hechos no reductibles a estudio teórico por
falta de principios básicos. Asimismo, puede darse el caso de que
principios lógicos formulados con claridad conduzcan a conclusiones
que caigan fuera, en su totalidad o parcialmente, del ámbito
de hechos actualmente accesibles a nuestra experiencia. En
este caso, la tarea de investigación empírica puede tardar muchos
años en descubrir si los principios de la teoría responden a la realidad.
Este es el caso de la teoría de la relatividad.
Un análisis de los conceptos fundamentales de tiempo y espacio
nos ha demostrado que el principio de la constancia de la velocidad
de la luz en el vacío, que se deduce mediante la óptica de los
cuerpos en movimiento, no nos obliga a aceptar la teoría del éter
inmóvil. Más bien permitió construir una teoría general que determina
este extraño fenómeno según el cual, en las experiencias
realizadas en la tierra, nunca notamos su movimiento de traslación.
En tales circunstancias se recurre al principio de la relatividad,
que dice: las leyes naturales no alteran su forma si cambiamos
el sistema de coordenadas de origen ya experimentado por uno
nuevo, realizando un movimiento de traslación uniforme con respecto
al primero. Esta teoría fue confirmada en muchas y notables
ocasiones por la experiencia. Permite también simplificar la
representación teórica de conjuntos de hechos ya vinculados unos
a otros.
Por otro lado, esta teoría no es, desde el punto de vista teórico,
totalmente satisfactoria, debido a que el principio de la relatividad
antes mencionado privilegia el movimiento uniforme. Se plantea
entonces la pregunta: ¿No debería extenderse esta afirmación a
los movimientos no uniformes? Ahora bien, si se parte de la base
del principio de la relatividad en un sentido amplio, se ha demostrado
que se llega a una extensión indefinida de la teoría de la
relatividad. Esto nos lleva pues a una teoría general de la gravitación
que incluye la dinámica. Pero por ahora faltan los hechos
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que nos permitan comprobar la legitimidad de la introducción del
principio que sirve de base.
Hemos probado que la física inductiva cuestiona a la física deductiva
y viceversa, y que este tipo de respuesta exige de nosotros
una tensión y un esfuerzo absolutos. ¡Ojalá podamos llegar a encontrar,
gracias al trabajo común, las pruebas definitivas para
mayores adelantos en este sentido!
Acerca del método de la física teórica
Si quieren aprender algo del método que utilizan los físicos
teóricos, les aconsejo: no escuchen sus palabras, aténganse, a sus
realizaciones. Todo aquel que descubre algo en este campo cree
que el producto de su fantasía es tan natural y necesario que lo
considera un hecho real y no una imagen brotada del pensamiento.
Y quiere que así sea para los demás.
Estas palabras parecen invitarlos a retirarse de la sala, pues
dirán que soy un físico teórico, y que por tanto debería dejar a los
teóricos del conocimiento la tarea de reflexionar sobre la estructura
de la ciencia teórica.
Pero me defenderé asegurándoles que mi presencia en esta
cátedra no se debe a un impulso pasional sino a una cordial invitación
por parte de amigos que la han dedicado a la memoria de
un hombre que trabajó toda su vida para unificar el conocimiento.
Además, objetivamente, podría justificar mi presencia aquí preguntando:
¿no interesa saber qué piensa de su ciencia un hombre
que ha tratado de perfeccionar y aclarar los fundamentos de ella
durante toda su vida? Su manera de aprehender la evolución pasada
y presente podría influir tremendamente en lo que espera del
futuro, y por tanto en sus proyectos inmediatos. Pero tal es la
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suerte de quien se entrega con pasión al mundo de las ideas. Lo
mismo pasa con el historiador, que agrupa los hechos, aún inconscientemente,
en base a unos ideales subjetivos que la sociedad
humana le sugiere.
Hoy analizaremos en forma superficial el desarrollo del sistema
teórico y el conjunto de los hechos experimentales. Se trata
del eterno antagonismo entre las dos componentes indivisibles de
nuestro conocimiento: empirismo y razón.
Admiramos a Grecia por ser cuna de la ciencia occidental. Allí
se creó por primera vez un sistema lógico, cuyas proposiciones se
deducían unas de las otras con tanta exactitud que cada demostración
no dejaba lugar a duda alguna. Esta maravillosa hazaña
de la razón, la geometría de Euclides, dio confianza al hombre
para sus realizaciones posteriores. Quien se haya entusiasmado
en la juventud por esta obra no nació para convertirse en investigador
teórico.
Pero para alcanzar una ciencia que describa la realidad se necesita
de un segundo conocimiento básico, que hasta Kepler y Galileo
había sido ignorado por los filósofos. A través del razonamiento
lógico no podemos alcanzar conocimiento ninguno sobre el
mundo de la experiencia; todo el saber de la realidad nace de la
experiencia y desemboca en ella. Las leyes encontradas mediante
el uso de la lógica no tienen ningún contenido con respecto a lo
real. Gracias a este descubrimiento empírico, y sobre todo a que
luchó violentamente por imponerlo, Galileo se convirtió en el
padre de la física moderna e incluso de todas las ciencias de la
naturaleza.
Pero si la experiencia inicia, describe y propone una síntesis de
la realidad, ¿cuál es el papel de la razón en la Ciencia?
Un sistema completo de física teórica está formado por un
conjunto de conceptos, de leyes fundamentales aplicables a dichos
conceptos y de las proposiciones lógicas que pueden deducirse
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normalmente de ellas. Estos corolarios en los que se ejerce la deducción
responden exactamente a nuestras experiencias individuales;
tal es la razón profunda por la que, en un libro teórico, la
deducción representa casi toda la obra.
En realidad esto es exactamente lo que ocurre en la geometría
euclidiana, solo que en ella las leyes fundamentales se llaman axiomas
y que las proposiciones a deducir no se fundamentan en las
experiencias comunes. Pero si concebimos la geometría euclidiana
como la teoría de las posibilidades de situación de los cuerpos
prácticamente rígidos, es decir, interpretándose como una ciencia
física sin suprimir su contenido empírico originario, entonces la
identidad lógica entre geometría y física teórica es evidente.
Así hemos asignado a la razón y a la experiencia su lugar dentro
del sistema de la física teórica. La razón constituye la estructura
del sistema: el contenido experimental y sus mutuas dependencias
encontrarán su demostración a través de las proposiciones
deductivas. En la posibilidad de una demostración de este tipo se
basan el valor y la comprobación de todo el sistema y en particular
de las leyes fundamentales y los conceptos en los que está basado.
Por otra parte, los conceptos y las leyes fundamentales son
invenciones libres del intelecto humano que no pueden ser comprobadas
a priori ni por la naturaleza del intelecto humano ni de
cualquier otro modo.
Los conceptos y leyes fundamentales ya no reductibles configuran
la parte inevitable de teoría que la razón no puede comprender.
El objeto principal de toda teoría es simplificar y reducir al
máximo esos elementos fundamentales e irreductibles sin tener
que desprenderse de la demostración correspondiente a cualquier
contenido experimental.
La concepción que aquí se ha expuesto acerca del carácter
puramente ficticio de las bases de la teoría aún no era mayoritaria
en los siglos XVIII y XIX. Sin embargo cada vez gana más terreno
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debido a que el distanciamiento entre los conceptos y las leyes
fundamentales por un lado, y las consecuencias que podemos
comprobar mediante la experiencia por el otro, se hace cada vez
más pequeño a medida que la construcción lógica se hace más homogénea,
es decir, cada vez podemos hacer descansar dicha construcción
en menos elementos lógicos, conceptualmente independientes
entre sí.
Newton, primer creador de un sistema amplio y eficiente de la
física teórica, no duda que los conceptos y las leyes fundamentales
de su sistema resultan directamente de la experiencia. Creo que es
en este sentido en el que debe interpretarse su principio hypothesis
non fingo.
De hecho, las nociones de espacio y tiempo no parecían
presentar entonces problema alguno. Los conceptos de masa, inercia
y fuerza, y sus relaciones directamente determinadas por la
ley parecían derivar directamente de la experiencia. Una vez
aceptada esta base, la expresión «fuerza de gravitación» por ejemplo
se deduce de la experiencia y habría que esperar que así ocurriese
con las demás fuerzas.
De todas maneras, de la formulación de Newton se desprende
que el concepto de espacio absoluto le preocupaba. Era consciente
del hecho de que este último concepto no parecía responder a
nada relacionado con la experiencia. También le desagradaba la
introducción de las fuerzas distantes. Pero el increíble éxito
práctico de su teoría les impidió, a él y a los físicos de los siglos
XVIII y XIX, reconocer el carácter ficticio de los fundamentos de su
sistema.
Los investigadores de la naturaleza de aquella época creían
que los conceptos y leyes fundamentales de la física no eran libres
invenciones del pensamiento humano, sino que por abstracción
podían deducirse de las experiencias, es decir, ser encontradas
por un camino lógico. La revelación de la inexactitud de esta
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concepción fue llevada a cabo en realidad por la teoría de la relatividad
general. Pues esta mostraba que basándose en un fundamento
que difería notablemente de los de Newton, se podían justificar
los hechos de la realidad de una manera incluso más satisfactoria
y global que la permitida por los fundamentos de Newton.
Pero aparte de la posible superioridad, el carácter ficticio de los
fundamentos se hace evidente al existir dos fundamentos intrínsecamente
diferentes que concuerdan con la experiencia. Con esto
también se demuestra que todo intento de deducir los conceptos y
leyes fundamentales de la mecánica a partir de experiencias elementales
está condenado al fracaso.
Pero si es verdad que la base axiomática no puede obtenerse
de la experiencia, ¿es posible aspirar al hallazgo del recto camino?
Aún más: ¿no existirá ese recto camino solo como ilusión? ¿Podemos
creer que la experiencia nos guía correctamente, cuando
existen teorías como la mecánica clásica que concuerdan con ella
sin comprender los hechos en toda su profundidad? A esto respondo
que, según mi opinión, sí existe el recto camino, y que
además lo podemos encontrar.
Según nuestra experiencia estamos autorizados a pensar que
la Naturaleza es la realización de lo matemáticamente más
simple. Creo que a través de una construcción matemática pura es
posible hallar los conceptos y las relaciones que iluminen una
comprensión de la Naturaleza. Los conceptos usables matemáticamente
pueden estar próximos a la experiencia, pero en ningún
caso pueden deducirse de ella. Está claro que la experiencia es el
único criterio que tiene la Física para determinar la utilidad de
una construcción matemática. Pero el principio creativo se encuentra
en realidad en la matemática. De algún modo creo que es
cierto que a través del pensamiento puede comprenderse la realidad,
tal como lo soñaron los antiguos.
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Para justificar esta confianza tengo que hacer uso de conceptos
matemáticos: el mundo físico está formado por un continuo tetradimensional.
Si introduzco en este la métrica de Riemann y pregunto
cuáles son las leyes más simples que satisfacen a dicha
métrica, llego a la teoría de la gravitación relativista del espacio
vacío.
Una vez alcanzado este punto, aún falta una teoría para las
partes del espacio en las que no desaparezca la densidad eléctrica.
Louis de Broglie adivinó la existencia de un campo ondulatorio
que se podía aplicar para explicar determinadas propiedades
cuánticas de la materia. Dirac encontró en los semivectores una
nueva magnitud de campo, cuyas ecuaciones más simples permitían
explicar las propiedades de los electrones. Por último,
junto con mi colaborador, doctor Walter Mayer, descubrí que estos
semivectores eran un caso especial de una nueva clase de
campo relacionado matemáticamente con el campo tetradimensional.
Las ecuaciones más sencillas a que podían someterse los
semivectores nos dan la clase de la existencia de dos partículas
elementales de diferente masa e igual carga, pero de signo
opuesto.
En un continuo métrico de cuatro dimensiones pueden existir
estos semivectores, que aparte de los vectores, son los entes
matemáticos más sencillos capaces de formar un campo. Creo que
describen, sin lugar a dudas, las propiedades de las partículas elementales
con carga eléctrica.
Para nuestra concepción es esencial que todas estas imágenes
y sus relaciones sigan el principio de buscar los conceptos
matemáticos más simples. En la delimitación de los campos y
ecuaciones sencillas que puedan existir matemáticamente, descansa
la esperanza del teórico de comprender lo real en toda su
profundidad.
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El punto más difícil de esta teoría de campos está en la comprensión
de la estructura atómica de la materia y de la energía. La
teoría no es atómica en sus fundamentos, pues en definitiva opera
con funciones continuas del espacio, al contrario de la mecánica
clásica, cuyo elemento principal, el punto material, responde a la
estructura atómica de la materia.
La teoría cuántica moderna en la forma caracterizada por de
Broglie, Schrödinger y Dirac, que opera con funciones continuas,
ha superado esta dificultad mediante una interpretación atrevida,
formulada en primer lugar por Max Born: las funciones espaciales
que aparecen en las ecuaciones no pretenden ser un modelo
matemático de la imagen atómica. Tales funciones solo han de determinar
el cálculo de las posibilidades de aquellas imágenes en el
caso de una medición en un lugar determinado.
Esta interpretación es lógicamente irreprochable y logra éxitos
significativos. Pero por desgracia necesita hacer uso de un continuo
cuya cifra dimensional (cuatro) ya no es el de la física existente
hasta ahora, sino que crece ilimitadamente según el sistema
considerado. No puedo evitar el pronosticar a esta interpretación
un significado efímero. Aún creo en la posibilidad de un modelo
de la realidad, esto es, de una teoría que describa las cosas en sí y
no solo la posibilidad de su aparición.
Por otra parte, creo que tendremos que abandonar la idea de
un modelo teórico que describa la localización completa de las
partículas. Este me parece ser el resultado definitivo del principio
de incertidumbre de Heisenberg. Pero se puede pensar en sentido
intrínseco (no solo en base a una interpretación) en una teoría
atómica sin localización de las partículas en el modelo
matemático. Para concordar, por ejemplo, con el carácter atómico
de la electricidad, las ecuaciones del campo han de llevarnos a las
siguientes conclusiones: una región del espacio en cuya frontera
desaparezca la densidad eléctrica contiene siempre una carga
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eléctrica total no nula. Por lo tanto en una teoría del continuo se
podría expresar satisfactoriamente el carácter atómico de las leyes
integrales, sin determinar la localización de los elementos estipulados
en la estructura atómica.
Solo cuando se encontrara una descripción de este tipo de la
estructura atómica, consideraría que se ha resuelto el enigma
cuántico.
¿Qué es la teoría de la relatividad?
Con mucho gusto accedo al ruego de su colaborador, de escribir
algo sobre relatividad para el Times. Pues tras la lamentable
ruptura de relaciones internacionales de los científicos, será la
ocasión de expresar mi agradecimiento a los físicos y astrónomos
ingleses.
Está dentro de las tradiciones del trabajo científico de su país
el que célebres investigadores e institutos dediquen tiempo y esfuerzos
para comprobar una teoría completada y publicada durante
la guerra en un país enemigo. Y si bien cuando se trató de examinar
la influencia del campo gravitatorio del sol en los haces luminosos,
era un asunto puramente objetivo, quiero expresar mi
agradecimiento personal a mis colegas ingleses, pues sin ellos no
hubiera podido tener la comprobación de la consecuencia más importante
de mi teoría.
Las teorías físicas son de diversas clases. La mayor parte son
constructivas. O sea que intentan construir a partir de una base
formal una imagen de sucesos más complejos. Así la teoría cinética
de los gases intenta reducir los fenómenos mecánicos, térmicos
y de difusión a los movimientos de las moléculas. Vale decir,
construir una teoría a partir de la hipótesis del movimiento
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molecular. Cuando se dice que un conjunto de sucesos de la naturaleza
han sido finalmente comprendidos, se quiere decir que se
ha encontrado una teoría constructiva que abarca esos sucesos.
Esa es una importante clase de teorías. Luego existe un segundo
grupo, que llamaré teorías de principios. Estas no utilizan
métodos sintéticos, sino analíticos. O sea que no se parte de una
hipótesis y de elementos constructivos sino de los resultados de la
experiencia. Es un método empírico. De sus principios se deducen
criterios formulables matemáticamente, y ellos servirán para satisfacer
sucesos individuales, por ejemplo, las imágenes teóricas.
Es así como la termodinámica intenta determinar relaciones que
satisfarán los hechos individuales, a partir de un dato de la experiencia:
es imposible una movilidad perpetua.
Las teorías constructivas tienen las ventajas de su claridad, integridad
y capacidad de adaptación. Las de principios, las de integridad
lógica y seguridad de fundamento.
La teoría de la relatividad es una teoría de principios. Para entender
su naturaleza deben comprenderse en primer lugar los
principios sobre los que se basa. Pero ante todo tengo que señalar
que es una teoría parecida a un edificio de dos plantas. Pues está
compuesta por la teoría de la relatividad restringida y la teoría de
la relatividad general.
La teoría de la relatividad restringida, base de la general, contempla
todos los fenómenos físicos excepto la gravitación. La
teoría de la relatividad general ofrece una ley de gravitación y sus
relaciones con las otras fuerzas naturales.
Desde la antigua Grecia se sabe: para describir el movimiento
de un cuerpo hace falta un segundo cuerpo que sirva de referencia.
Por ejemplo: el movimiento de un coche se refiere al suelo, el
de un planeta a la totalidad de estrellas fijas visibles. En física ese
segundo cuerpo o referencia se llama sistema de coordenadas. Y
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por ejemplo las leyes de mecánica de Galileo y de Newton solo
pueden formularse usando un sistema de coordenadas.
Para que valgan las leyes de la mecánica, el movimiento del
sistema de coordenadas no puede elegirse arbitrariamente. Debe
estar libre de rotaciones y de aceleraciones. Hay un sistema de coordenadas
admitido por la mecánica, que se llama «sistema inercial
». Pero según la mecánica el estado de movimiento de un sistema
inercial no está suficientemente determinado por la naturaleza.
Más válida es por eso la ley que establece que un sistema
de movimiento de traslación uniforme respecto a un sistema inercial
es a su vez él también un sistema inercial.
Con el nombre de «principio de relatividad restringida» se entiende
pues la aplicación de esta ley a cualquier fenómeno de la
naturaleza. Vale decir: toda ley general de la naturaleza que valga
aplicada a un sistema de coordenadas K, tiene que ser válida aplicada
a un sistema de coordenadas K1, siempre que esté dotado
de un movimiento de traslación uniforme respecto a K.
El segundo principio sobre el que se basa la teoría de la relatividad
restringida es el principio de la constancia de la velocidad
de la luz en el vacío. O sea: la luz tiene en el vacío una determinada
velocidad de propagación, independiente del estado de
movimiento de su fuente. La seguridad de este principio se basa
en los resultados de la electrodinámica de Maxwell-Lorentz.
Los dos principios tienen sólidos respaldos en la experiencia.
Pero no podían unificarse de manera lógica. Su unificación lógica
fue conseguida finalmente por la teoría de la relatividad restringida.
Fue mediante una alteración de la cinemática, esto es,
de la ciencia que se ocupa de las leyes del espacio y del tiempo
desde el punto de vista físico. Se comprobó que la simultaneidad
de dos acontecimientos solo tenía sentido si se referían a un
mismo sistema de coordenadas. Y que la forma de los patrones de
medida, así como la velocidad de la marcha de los relojes, tenía
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que depender de su estado de movimiento respecto al sistema de
coordenadas.
La física antigua, incluso las leyes del movimiento de Galileo-
Newton, no se adaptaban a esta cinemática relativista. Sin embargo,
de esta surgían condiciones matemáticas generales que
tenían que concordar con las leyes de la naturaleza. Tenían que
concordar siempre que los dos principios generales ya nombrados
fueran verdaderamente concluyentes. A ellos había que ajustar la
física. Y se llegó a una nueva ley del movimiento para masas a
grandes velocidades, que se verificó en partículas cargadas
eléctricamente.
El resultado más importante de la teoría de la relatividad se
refería precisamente a la masa inerte. Demostró que ella no era
más que energía latente. Así, la ley de conservación de la masa
perdió su independencia y se fundió con la de conservación de la
energía.
La teoría de la relatividad restringida, no era más que el desarrollo
sistemático de la electrodinámica de Maxwell-Lorentz. Pero
¿por qué limitar la independencia de las leyes físicas al estado de
sistemas de coordenadas en movimiento de traslación uniforme?
¿Qué tiene que ver la naturaleza con unos sistemas de coordenadas
introducidos por nosotros, y con sus estados de movimiento?
Si para describir la naturaleza fuera necesario el uso de sistemas
de coordenadas introducidos arbitrariamente por nosotros,
la elección de sus estados de movimiento no tendría que estar
sometida a limitación alguna. Las leyes tendrían que ser totalmente
independientes de esta elección (principio general de la
relatividad).
La conclusión de este principio general de la relatividad es
similar a una experiencia conocida desde hace mucho tiempo:
según ella, la inercia y el peso de un cuerpo se expresan por la
misma constante (identidad entre la masa inerte y la masa
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pesante). Pensemos en un sistema de coordenadas concebido en
rotación uniforme respecto a un sistema inerte, en el sentido newtoniano.
Según enseña Newton, las fuerzas centrífugas que aparecen
respecto al segundo sistema deben interpretarse como una acción
de la inercia. ¿No sería posible interpretar que el sistema de
coordenadas está en reposo, y que las fuerzas centrífugas pueden
asimilarse a las fuerzas gravitacionales? Tal interpretación parece
la más indicada. Pero la mecánica clásica la prohíbe.
Esta reflexión superficial deja entrever que una teoría de la relatividad
general debe proporcionar una ley de gravitación. Y la
evolución del pensamiento ha hecho realidad la esperanza.
Pero el camino era más difícil de lo que se podía pensar. Había
que abandonar nada menos que la geometría euclidiana. Esto significa:
las leyes según las que se pueden disponer los cuerpos en el
espacio no concuerdan rigurosamente con las leyes de localización
que suscribe la geometría euclidiana respecto a los cuerpos.
Con ello los conceptos fundamentales de «recta», «plano»,
etcétera, perdieron su significado exacto en la física.
En la teoría de la relatividad general, la ciencia del espacio y
del tiempo, la cinemática, ya no juega el papel de fundamento independiente
del resto de la física. El comportamiento geométrico
de los cuerpos y la marcha de los relojes dependen en mayor
grado de los campos gravitatorios. Y estos, a su vez, están generados
por la materia.
La nueva teoría de la gravitación difiere mucho de la teoría de
Newton. Pero sus resultados prácticos concuerdan de tal manera
con ella, que es difícil encontrar criterios de diferenciación accesibles
a la experiencia. Hasta ahora se han encontrado los
siguientes:
1. En la rotación de las elipses de las órbitas planetarias
alrededor del sol. (Comprobado en Mercurio).
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2. En la curvatura de los rayos de luz por los campos gravitatorios.
(Demostrado por las fotografías del eclipse solar de la expedición
inglesa).
3. En el viraje hacia el rojo de las líneas espectrales de la luz
emitida por las estrellas de masa significativa. (Comprobado también
posteriormente).
El principal motivo de orgullo de la teoría es su unidad lógica.
Si se demuestra que una sola de sus consecuencias es incorrecta
debe abandonarse la teoría; no creo que sea posible introducir
una modificación sin destruir toda la estructura.
Pero que nadie piense que con esta o con cualquier otra teoría
pueda quedar eliminada en un sentido intrínseco la gran creación
de la teoría de Newton. Sus ideas seguirán manteniendo su eminente
significado en el campo de la filosofía natural, como fundamento
de nuestra moderna formación de conceptos.
Sobre la teoría de la relatividad
Una conferencia en Londres
Es para mí una gran alegría hablar en la capital del país del
que han partido las ideas fundamentales de la física. Pienso en la
teoría de los movimientos de las masas y la gravitación que nos
regaló Newton. Pienso en el concepto del campo electromagnético
mediante el cual Maxwell y Faraday han proporcionado a la física
un nuevo fundamento. Bien puede decirse que la teoría de la relatividad
ha sido la culminación de la maravillosa estructura construida
por Maxwell y Lorentz, intentando extender la teoría de
campos a todos los fenómenos, incluida la gravitación.
Considerando que voy a explicar la teoría de la relatividad,
debo señalar que esta teoría no tiene un origen especulativo. Su
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descubrimiento se debe al intento de adaptar lo mejor posible la
teoría física a los hechos observados. No se trata de un acto revolucionario,
sino de la evolución natural de un camino seguido a
lo largo de muchos siglos. El abandono de los conceptos fundamentales
de espacio y tiempo tal como habían sido concebidos
hasta ahora, no se debe interpretar como un acto voluntario. Ha
sido condicionado por hechos observados.
La ley de la constancia de la luz en el vacío, corroborada por el
desarrollo de la electrodinámica y de la óptica, unida al conocido
experimento de Michelson para explicar la equivalencia de todos
los sistemas inerciales (principio de la relatividad restringida),
condujo en primer lugar a que se tuviera que relativizar el concepto
de tiempo. O sea: fue necesario dotar a cada sistema inercial
de su propio tiempo. Con el desarrollo de esta idea se hizo patente
algo que antes no se había considerado con suficiente profundidad:
la dependencia que existe entre las experiencias inmediatas
por una parte, y las coordenadas y el tiempo por otra.
Una de las características más importantes de la teoría de la
relatividad es que se ocupa de elaborar con mayor rigor las relaciones
que hay entre los conceptos generales y los hechos experimentables.
Para ello es válido siempre el fundamento siguiente: la
comprobación de un concepto físico se basa en último término en
su clara y significativa relación con los sucesos experimentables.
Conforme a la teoría de la relatividad restringida, y en este sentido,
las coordenadas espaciales y el tiempo aún tienen un carácter
absoluto. Son medibles mediante relojes y cuerpos rígidos.
Pero en la medida en que dependen del estado de movimiento del
sistema inercial escogido, son relativos. El continuo tetradimensional
que resulta de la unificación del espacio y el tiempo,
mantiene según la teoría de la relatividad restringida, el mismo
carácter absoluto que poseían, cada uno a su manera, el tiempo y
el espacio en la teoría anterior (Minkowski). De la interpretación
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de las coordenadas y del tiempo como resultado de una medición,
se llega a la influencia del movimiento (respecto al sistema de coordenadas)
en la forma de los cuerpos y en la marcha de los
relojes, así como la equivalencia entre masa inerte y energía.
La teoría de la relatividad general debe su creación en primer
lugar, al hecho experimental de la igualdad numérica que hay
entre la masa inerte y el peso de un cuerpo; la mecánica clásica no
ofrecía ninguna interpretación de este hecho fundamental. Se
llegó a tal interpretación extendiendo el principio de la relatividad
a sistemas de coordenadas acelerados uno respecto al otro. La introducción
de sistemas de coordenadas acelerados respecto a un
sistema inercial condiciona la aparición de campos gravitatorios
respecto al primer sistema. De esto depende que la teoría de la relatividad
general, basada en la identidad entre inercia y peso, proporcione
una teoría del campo gravitatorio.
La introducción de sistemas de coordenadas acelerados uno
respecto al otro como sistemas de coordenadas equivalentes, tal
como imponía la identidad entre inercia y peso, condujo, junto
con los fenómenos de la teoría de la relatividad restringida, a la
conclusión de que las leyes que rigen la localización de los cuerpos
rígidos en presencia de un campo gravitatorio, no responden a las
reglas de la geometría euclidiana. Lo mismo ocurre con la velocidad
de la marcha de los relojes. De esto se deduce la necesidad de
unificar definitivamente la teoría del espacio y el tiempo, debido a
que ahora la interpretación inmediata es realizable por medio de
los resultados de mediciones llevadas a cabo usando patrones de
medida y relojes ideales. Esta generalización de la métrica, posible
ya gracias a las investigaciones de Gauss y Riemann, descansa
en el hecho de que la métrica de la teoría de la relatividad, restringida
a regiones pequeñas, es también válida para el caso
general.
144/266
Esta evolución tal como ha sido expuesta quita a las
coordenadas espacio-tiempo cualquier existencia real. Lo métrico
real solo se presenta con la incorporación a las coordenadas
espacio-tiempo de magnitudes matemáticas, que describen el
campo gravitatorio.
Hay un segundo origen en el proceso de creación de la teoría
de la relatividad general. Como ya señaló Mach, en la teoría de
Newton hay un punto problemático: si lo contemplamos desde un
punto de vista puramente descriptivo y no causal, el movimiento
solo existe como movimiento relativo entre varias cosas. Pero el
concepto de la aceleración que aparece en las ecuaciones del
movimiento de Newton no figura dentro del concepto de movimiento
relativo. Forzó a Newton a fingir un espacio físico en relación
al cual debía existir la aceleración. Esta introducción ad hoc del
concepto de espacio absoluto es lógicamente correcta, pero es al
mismo tiempo problemática. Debido a ello, Ernst Mach buscó una
modificación de las ecuaciones de la mecánica mediante la cual la
inercia de los cuerpos pudiera reducirse a un movimiento respecto
a la totalidad de las restantes masas ponderables.
Pero el problema sigue siendo incómodo para la razón. Y es
ello lo que insta a aceptar con mayor intensidad la teoría de la relatividad
general ya que, según esta, las propiedades del espacio
están influidas por la materia ponderable. El conferenciante cree
que este problema solo puede ser resuelto por la teoría de la relatividad
general, considerando el mundo espacialmente cerrado.
Los resultados matemáticos nos obligan a esta interpretación, si
suponemos que la densidad media de la materia ponderable, aun
cuando sea muy pequeña, tiene un valor finito.
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Geometría y experiencia
Las matemáticas gozan de prestigio propio frente a las demás
ciencias. El motivo es que sus proposiciones son absolutamente
ciertas e indiscutibles, mientras que todas las proposiciones de las
demás ciencias son discutibles hasta cierto punto, y corren
siempre peligro de quedar invalidadas por nuevos descubrimientos.
A pesar de ello, el investigador de otra área no necesitaría envidiar
la suerte del matemático, cuyas proposiciones no se refieren
a hechos de la realidad sino solo de nuestra imaginación. No
debe sorprender que se llegue a conclusiones lógicas congruentes
si uno se ha puesto de acuerdo en los axiomas fundamentales, así
como en el método a seguir. De este método y de los axiomas fundamentales
deberán deducirse todas las proposiciones. Por otra
parte, este gran prestigio de las matemáticas descansa en el grado
de seguridad que confieren a las ciencias de la naturaleza, grado
que estas no podrían alcanzar sin su ayuda.
Llegados a este punto, surge el problema que tanto ha preocupado
a los científicos de todos los tiempos. ¿Cómo es posible que
las matemáticas encajen con tanta perfección en los hechos de la
realidad, siendo un producto del pensamiento humano independiente
de toda experiencia? ¿Acaso el intelecto humano puede
profundizar, a través del pensamiento puro, en las propiedades de
los objetos reales sin la ayuda de la experiencia?
Según mi opinión, esa pregunta puede responderse como
sigue: cuando las proposiciones matemáticas se refieren a la realidad,
no son ciertas; cuando son ciertas, no hacen referencia a la
realidad. Creo que este estado de cosas se me ha aclarado por
completo gracias a esa parte de las matemáticas conocida como
axiomática. El avance logrado por la axiomática consiste precisamente
en que a través de ella se trazó una frontera nítida entre lo
lógico-formal y el contenido práctico. Únicamente lo lógico-
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formal constituye, con arreglo a la axiomática, e) objetivo de las
matemáticas. No así la intuición ni cualquier otro tema vinculado
a lo lógico-formal.
Consideremos con arreglo a este criterio cualquier axioma de
la geometría. Por ejemplo el siguiente: por dos puntos del espacio
pasa siempre una, y solo una, recta. ¿Cómo se ha de interpretar
este axioma según el criterio antiguo y el nuevo?
Interpretación antigua: todo el mundo sabe lo que es una recta
y lo que es un punto. Que esto se sepa gracias a una facultad del
espíritu humano, o bien mediante la experiencia, o bien debido a
una combinación de ambas, o por cualquier otra causa, no necesita
decidirlo el matemático. Queda a cargo del filósofo. El citado
axioma (al igual que todos los demás) se basa en un conocimiento
anterior a toda matemática. Y por eso es un término apto para expresar
una parte de este saber a priori.
Interpretación nueva: la geometría trata de hechos descritos
por las palabras recta, punto, etcétera. No se supone ningún
conocimiento u opinión acerca de estos temas. Solo se supone la
validez puramente formal de los axiomas comprendidos, esto
quiere decir, independizados de cualquier contenido intuitivo o
experimental. Estos axiomas definen los hechos de que trata la
geometría. Por esto Schlick, en su libro sobre la teoría del conocimiento
de causas, ha descrito tan acertadamente los axiomas
como «definiciones implícitas».
Esta apreciación, sustentada por la axiomática moderna, purifica
a las matemáticas de todos los elementos no pertenecientes a
ellas y suprime la oscuridad mística que anteriormente era inherente
a su fundamento. Una exposición tan clara pone en evidencia
que las matemáticas están en condiciones de inducir afirmaciones,
tanto sobre los hechos de la intuición imaginativa, como
sobre los hechos de la realidad. Los conceptos «punto», «recta»,
etcétera, se han de comprender en la geometría axiomática solo
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como nociones esquemáticas sin contenido. Lo que les da contenido
no corresponde a las matemáticas.
Por otra parte también es cierto que las matemáticas, y en especial
la geometría, deben su origen a la necesidad de averiguar el
comportamiento de los objetos reales. La palabra «geometría»,
que al fin y al cabo significa «mediciones geodésicas», ya pone esto
en evidencia. Pues la medición geodésica trata de las posibilidades
de localización relativa entre varios cuerpos físicos, es decir,
de partes de la tierra, jalones, instrumentos de medición, etcétera.
Queda claro que el método conceptual de la geometría axiomática
por sí solo no puede suministrar ninguna afirmación sobre los objetos
de la realidad que nosotros queremos conceptuar como
cuerpos prácticamente rígidos. Para proporcionar tales afirmaciones
hay que despojar a la geometría axiomática de su carácter
únicamente lógico-formal, aunque se podrá añadir hechos experimentales
de la realidad a los esquemas de comprensión de la geometría
axiomática. Para realizar esto, basta con añadir la
siguiente proposición:
En cuanto atañe a posibilidades de localización, los cuerpos rígidos
se comportan como los cuerpos tridimensionales de la geometría
euclidiana; pues las proposiciones de la geometría euclidiana
contienen afirmaciones sobre el comportamiento de los cuerpos
prácticamente rígidos.
La geometría así completada es sin duda una ciencia de la naturaleza;
de hecho la podemos considerar como la rama más antigua
de la física. Sus afirmaciones se refieren ante todo a la inducción
de la experiencia; y no solo a claves lógicas. A la geometría
así completada la llamaremos «geometría práctica» para distinguirla
en lo sucesivo de la geometría axiomática. Que la geometría
práctica del mundo sea una geometría euclidiana o no es una pregunta
de significado obvio, a la que solo puede responderse mediante
la experiencia. Todas las medidas de distancias largas, así
148/266
como las mediciones geodésicas y astronómicas, son geometría
práctica en la física, si nos ayudamos de la siguiente proposición
experimental: la luz se propaga en línea recta y solamente en línea
recta según el sentido de la geometría práctica.
Concedo trascendencia especial a la interpretación de la geometría
así estructurada, ya que sin ella no hubiera podido formular
la teoría de la relatividad. Sin ella no habría sido posible la
siguiente reflexión: en un sistema de referencia en rotación respecto
a un sistema inerte, las posibilidades de localización de un
sólido rígido no cumplen las reglas de la geometría euclidiana,
debido a la contradicción de Lorentz. Por consiguiente al admitir
los mismos derechos para los sistemas no inertes se ha de abandonar
la geometría euclidiana. El paso decisivo, que consistió en
pasar a utilizar ecuaciones covariantes generalizadas, no se hubiera
dado de no existir la interpretación anterior como punto de
partida. Si se desestima la relación que hay entre los cuerpos de la
geometría axiomática euclidiana y el sólido prácticamente rígido
de la realidad, se logra llegar muy pronto a la siguiente interpretación,
sostenida especialmente por H. Poincaré: de todas las geometrías
axiomáticas imaginables, la euclidiana es admirable por
su sencillez. Considerando que la geometría axiomática solo contiene
afirmaciones acerca de la realidad experimentable, cuando
relacionamos sus proposiciones con las proposiciones de la física
tendría que ser posible y al mismo tiempo razonable seguir ateniéndonos
a la geometría euclidiana, como quiera que esté estructurada
la realidad. Pues en caso de que se comprueben contradicciones
entre teoría y experiencia, uno se decidirá preferentemente
por una modificación de las leyes físicas más que por una alteración
de la geometría axiomática euclidiana. Si se rechaza la
relación entre el sólido prácticamente rígido y la geometría, no
será posible desprenderse con facilidad de la convención de que lo
más sencillo es atenerse a la geometría euclidiana.
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¿Por qué rehúsan Poincaré y otros investigadores la evidente
equivalencia que hay entre el sólido prácticamente rígido de la experiencia
y los cuerpos de la geometría? Sencillamente porque los
sólidos realmente rígidos de la naturaleza no son rígidos si los observamos
con exactitud, y también porque su comportamiento
geométrico, es decir, sus posibilidades de localización en el espacio,
dependen de la temperatura, las fuerzas exteriores, etcétera.
Con esto parece que la relación originaria entre la geometría y la
realidad se viene abajo, y uno se siente forzado hacia la siguiente
interpretación, que es el punto de vista de Poincaré. La geometría
(G) no dice nada acerca de los comportamientos de los objetos
reales. Esto lo realiza únicamente la geometría, en unión con el
contenido (P) de las leyes de la física; simbólicamente podemos
decir que solo la suma (G) + (P) no resiste el control de la experiencia.
Por tanto se puede escoger a (G) arbitrariamente, así como
a partes de (P); todas estas leyes son convenciones. Para evitar
contradicciones solo es necesario escoger el resto de (P) de tal
manera que (G) junto a la totalidad de (P) corresponda a la
realidad.
Sub specie aeterni, Poincaré tiene razón en esta interpretación.
La noción de patrón de medida, así como el concepto del
reloj de medición, que en la teoría de la relatividad aparecen coordinados
no encuentran ningún objeto de la realidad que cuadre
con ellos. También está claro que el sólido rígido y el reloj no
juegan el papel de elementos irreductibles en la estructuración de
los conceptos de la física. Son ideas sintéticas, que deben jugar un
papel independiente en la estructuración de la física teórica. Sin
embargo, según mi opinión, en el estado actual de desarrollo de la
física teórica es necesario recurrir a estos conceptos como si fueran
independientes; pues aún nos encontramos lejos de un conocimiento
tan preciso de los fundamentos de la atomística que nos
permitan una exacta estructuración teórica de dichas ideas.
150/266
Lo que concierne al argumento de que en la naturaleza no existen
verdaderos cuerpos rígidos, y que por tanto sus propiedades
no afectan a la realidad física, es una opinión basada en una observación
superficial; pues la opinión expresada antes no es en
modo alguno tan profunda, si tenemos en cuenta que no ofrece
mayores dificultades establecer con suficiente precisión el estado
físico de un patrón de medida para que su comportamiento,
referido a la situación relativa de otros patrones de medida, quede
suficientemente definido y pueda ser sustituido por el cuerpo «rígido
». Las proposiciones sobre sólidos rígidos se han de referir a
estos patrones de medida.
Toda la geometría práctica descansa sobre un axioma al alcance
de la experiencia que vamos a imaginar ahora. Queremos
llamar distancia a dos marcas hechas en un sólido prácticamente
rígido, y nos imaginamos dos sólidos prácticamente rígidos con
una distancia marcada en cada uno de ellos. De estas dos distancias
diremos que son «recíprocamente iguales» si se pueden hacer
coincidir siempre las marcas de un sólido con las del otro. Siendo
así se supone lo siguiente:
Si dos distancias han sido halladas alguna vez como iguales,
serán invariablemente y en todo lugar iguales. Se basan en este
supuesto no solo la geometría práctica euclidiana, sino también su
generalización posterior, la geometría rimanniana y con ella la
teoría de la relatividad general. De los argumentos experimentales
que justifican lo acertado de esta suposición, solo quiero mencionar
uno: el fenómeno de la propagación en el vacío asigna a
cada intervalo de tiempo local una distancia que es el correspondiente
camino de ida y vuelta de la luz. Con esto guarda relación el
hecho de que la suposición citada también debe valer en la teoría
de la relatividad para intervalos de tiempo de reloj. Por consiguiente
se puede formular así: dos relojes ideales marchan a
igual ritmo, no importa dónde y cuándo (con lo cual ocupan
151/266
posiciones contiguas en el espacio). O sea: marchan a igual ritmo,
sin variar, con independencia de dónde y cuándo sean mutuamente
comparados. Si esta proposición no fuera válida para los
relojes naturales, las frecuencias propias de los átomos de un
mismo elemento químico no concordarían con tanta exactitud
como demuestra la experiencia. La existencia de líneas espectrales
agudas prueba la convincente conclusión del llamado «axioma
de la geometría práctica». Sobre esto se basa en última instancia
que podamos hablar de manera razonable, en el sentido
de Riemann, de una métrica del espacio tetradimensional tiempocontinuo.
La pregunta de si esta continuidad está estructurada euclidianamente,
de acuerdo con el esquema rimanniano, o de otro modo,
es, después de la opinión aquí sostenida, una pregunta intrínsecamente
física. O sea: debe ser contestada mediante la experiencia y
no con la ayuda de una convención escogida ex profeso. La geometría
rimanniana valdrá cuando las leyes de localización de los
sólidos prácticamente rígidos se transformen con mayor exactitud
en las mismas que rigen para los cuerpos de la geometría euclidiana,
es decir, a medida que se reduzcan las medidas de la región
espacio-tiempo abarcadas por el ojo.
La interpretación física de la geometría aquí sostenida no
acepta, en su ampliación inmediata, la existencia de espacios de
orden submolecular. Conserva a pesar de ello una parte de su significación
al afrontar las preguntas sobre la constitución de las
partículas elementales. Pues se puede intentar dar un significado
físico a aquellos conceptos acerca de los campos que se han definido
para la descripción del comportamiento geométrico de
grandes cuerpos a partir de sus moléculas, así como a las partículas
eléctricas que constituyen la materia. Solo el éxito del resultado
puede decidir acerca de lo justificado de un ensayo que atribuya
una realidad física a los conceptos básicos de la geometría
152/266
rimanniana, por encima de su dominio de definición. Podría ser
que esta extrapolación evidenciara ser tan poco apta como la extrapolación
del concepto de temperatura a partes de un cuerpo de
orden molecular.
Menos problemática aparece la extensión de los conceptos de
la geometría práctica a espacios de orden cósmico. Se podría objetar
que una estructura formada por barras sólidas se aleja tanto
más del ideal de rigidez cuanto mayor es su extensión espacial.
Pero difícilmente se podrá atribuir a esta objeción un significado
de importancia fundamental. Por tal motivo me planteo esta pregunta:
¿es el mundo espacialmente finito?, pregunta que dentro
de la geometría práctica parece razonable. No considero que esta
pregunta quede excluida por el mero hecho de que sea respondida
por la astronomía en un futuro no muy lejano. Recordemos lo que
dice la teoría de la relatividad general a este respecto. Según ella
hay dos posibilidades:
1. El mundo es infinito. Esto solo es posible si la densidad media
de la materia concentrada en las estrellas desaparece en el
universo, es decir, cuando el comportamiento de la masa total de
las estrellas respecto a la amplitud del espacio en el cual se hallan
dispersas se acerque ilimitadamente a cero, a medida que se va
haciendo mayor el espacio tomado en consideración.
2. El mundo es finito. Tal será el caso si la densidad media de
la materia ponderable en el universo es distinta de cero. El volumen
del universo es tanto mayor cuanto menor sea la densidad.
No quiero dejar de mencionar que existe un argumento en favor
de que el espacio es finito. La teoría de la relatividad general
demuestra que la inercia de un cuerpo es tanto mayor cuanto
mayor sea la masa ponderable que se encuentra en su entorno;
por consiguiente es natural atribuir la inercia global de un cuerpo
a intercambios recíprocos entre un cuerpo y los restantes, tal
como se hace desde Newton al atribuir la gravedad a efectos
153/266
mutuos entre los cuerpos. De las ecuaciones de la teoría de la relatividad
general se puede deducir que esta atribución de la inercia
a efectos recíprocos entre las masas solo es posible si el mundo
es finito, tal como lo ha postulado E. Mach.
A muchos físicos y astrónomos no les hace ninguna impresión
este argumento. En último extremo únicamente la experiencia
podrá decidir cuál de las dos posibilidades verifica la naturaleza.
¿Cómo puede dar respuesta la experiencia? En primer lugar
puede creerse que la densidad media de la materia puede ser determinada
a través de observaciones de las partes accesibles del
universo. Esa esperanza es engañosa. La distribución de las estrellas
visibles es extremadamente irregular, de tal manera que de
ningún modo podemos arriesgarnos a equiparar la densidad media
de la materia de las estrellas en el universo a, por ejemplo, la
densidad media en la Vía Láctea. En general podría conjeturarse
que fuera del espacio explorado sea este todo lo grande que
sea no hay más estrellas.
Hay sin embargo un segundo camino, más viable, aunque
también ofrece grandes dificultades. Preguntemos acerca de las
discrepancias que hay entre las experiencias astronómicas abordables
a partir de la teoría de la relatividad y las teorías newtonianas.
Se hace patente así una anomalía que se manifiesta en las
proximidades de una masa gravitatoria, comprobada en el caso de
Mercurio. Si el mundo es finito, existe aún otra anomalía en la
teoría newtoniana. En su lenguaje se expresa así: el campo gravitatorio
está dispuesto de manera tal que es como si estuviera originado,
aparte de por las masas ponderables, por una concentración
de masas de signo contrario. Como quiera que esta concentración
de las masas tendría que ser extremadamente
pequeña, solo podría ser perceptible en sistemas gravitatorios de
gran extensión.
154/266
Supuesto que conozcamos la distribución estadística de las estrellas
en la Vía Láctea, así como sus masas, podremos calcular el
campo gravitatorio según la ley de Newton. Y podremos calcular
también las aceleraciones medias que han de tener las estrellas
para que la Vía Láctea no se «aplastara» por las acciones mutuas
de las estrellas. Si las aceleraciones medias fueran menores que
las calculadas se habría comprobado que las atracciones a grandes
distancias son menores que las que fueron calculadas según la ley
de Newton. Por una anomalía de este tipo se podría demostrar
que el mundo es finito e incluso se podría estimar la dimensión
del espacio.
Sobre los orígenes de la teoría general de
la relatividad
Accedo gustosamente al ruego de escribir algo histórico sobre
mi propio trabajo científico. No es que otorgue un gran valor a mi
obra. Creo, sin embargo, que escribir acerca del desarrollo
histórico del trabajo de otras personas exige una profundización
del pensamiento ajeno que resulta mucho más difícil que una explicación
personal del pensamiento propio. Se está en una posición
favorable que no debe desperdiciarse por modestia.
Cuando en 1905, la teoría restringida de la relatividad estableció
equivalencias entre todos los sistemas inerciales para la formulación
de las leyes de la naturaleza, se planteaba una pregunta
inmediata: ¿no existiría una equivalencia mayor entre los sistemas
de coordenadas? Expresado de otra manera: si al concepto de
velocidad solo puede suscribirse un significado relativo ¿hay que
seguir considerando, a pesar de todo, como absoluto el concepto
de aceleración?
155/266
Desde el punto de vista puramente cinético no se podría poner
en duda la relatividad de los movimientos arbitrarios; pero físicamente
parecía que se privilegiaba el sistema inercial; tal significado
privilegiado hacía aparecer a los otros sistemas de coordenadas
en movimiento como entes artificiales.
Es cierto: conocía la interpretación de Mach según la cual la
inercia no se opone a una aceleración en sí sino a una aceleración
en contra de las masas de los restantes cuerpos que existen en el
mundo. Esto me parecía fascinante. Pero no era una base utilizable
para una teoría nueva.
Me acerqué por primera vez a la resolución del problema al intentar
operar con la ley de gravitación en el marco de la teoría de
la relatividad restringida. Como la mayoría de los investigadores
de aquella época, intenté determinar una ley de campo para la
gravitación, ya que debido a la abolición del concepto de simultaneidad
ya no era posible introducir, al menos de manera natural,
fuerzas que actuaran inmediatamente a distancia.
Lo más sencillo era conservar el potencial escalar de la gravitación
de Laplace, y añadir a la ecuación de Poisson un término
dependiente del tiempo, que cumpliera con la teoría de la relatividad
restringida. También se tenía que adecuar a la teoría de
la relatividad restringida la ley de movimiento de un punto
másico en un campo gravitatorio. En este caso el camino a seguir
ya no era tan evidente, pues la masa inerte de un cuerpo podía depender
del potencial gravitatorio. Esto incluso era de esperar en
base a la ley de inercia de la energía.
Pero estas investigaciones dieron resultados que me hacían
desconfiar. Según la mecánica clásica, la aceleración vertical de
un cuerpo en un campo gravitatorio vertical, es independiente de
la componente horizontal de la velocidad. Con esto está ligado el
que la aceleración vertical de un punto másico, de un sistema
mecánico, sea independiente de la energía cinética de dicho
156/266
sistema. En mi teoría, la aceleración vertical en una caída libre no
es independiente de la velocidad horizontal, o lo que es lo mismo,
dicha aceleración depende de la energía interna del sistema.
Esto no se correspondía con las experiencias antiguas, según
las cuales los cuerpos sometidos a un mismo campo gravitatorio
adquieren la misma aceleración. Esta ley que también se puede
formular como ley de igualdad entre la masa inerte y la masa pesante,
solo me inspiró en su sentido más profundo. Su vigencia me
asombraba. Al mismo tiempo creía que en ella estaba la clave para
la comprensión de la inercia y de la gravitación.
Rechacé el intento expresado antes de manejar el problema de
la gravitación en el marco de la teoría de la relatividad restringida,
pues no cumplía con los requisitos fundamentales que imponen
las características de la gravitación. Intuitivamente, la ley de la
igualdad entre la masa inerte y la masa pesante podía formularse
así: en un campo gravitatorio homogéneo, los movimientos
referidos a un sistema de coordenadas uniformemente acelerado
son equivalentes a los movimientos que se realizan en ausencia de
un campo gravitatorio. Si esta ley era válida para sucesos arbitrarios
(principio de equivalencia) era evidente que el principio de
relatividad se tenía que extender a sistemas de coordenadas con
aceleración variable entre sí, para llegar a una teoría natural de la
gravitación. Estas reflexiones me mantuvieron ocupado desde
1908 hasta 1911, y me llevaron a sacar consecuencias de las que no
voy a hablar aquí. Por de pronto, solo era importante el descubrimiento
de que únicamente a partir de una extensión del principio
relativista se podía llegar a formular una teoría razonable de la
gravitación.
Había que establecer una teoría cuyas ecuaciones mantuvieran
invariable su forma al someter las coordenadas a transformaciones
no lineales. Si esto iba a valer para transformaciones de
157/266
coordenadas totalmente arbitrarias, o bien solo para algunas determinadas,
no podía saberlo de antemano.
Pronto me di cuenta de que con la interpretación lograda mediante
el principio de equivalencia, las transformaciones no lineales
perdían su significado físico sencillo. Ya no podía exigirse
que las diferencias de coordenadas expresaran el resultado inmediato
de una medición realizada con patrones ideales. Tal descubrimiento
me ocasionó grandes molestias, pues me costó
mucho tiempo descubrir el significado de las coordenadas en la
física. La solución al dilema la encontré en 1912, a través de la
siguiente reflexión:
Para empezar tenía que encontrar una nueva formulación de
la ley de inercia, que en caso de que faltara un «campo gravitatorio
al aplicar un sistema inercial», se convirtiera en un sistema
de coordenadas, según la formulación de Galileo del principio de
inercia. Esta nueva formulación es como sigue: un punto material
sobre el que no actúe ninguna fuerza se representa en el espacio
tetradimensional por una línea recta, esto es, por la línea más
corta, o mejor dicho por una línea límite. Esta noción dota al concepto
de longitud con una métrica. En la teoría de la relatividad
restringida, esta métrica era, tal como la demostró Minkowski,
cuasieuclidiana; esto significa que el cuadrado de la «longitud» ds
del elemento lineal es una determinada función cuadrática de las
derivadas de las coordenadas.
Pero si mediante una transformación no lineal introducimos
otras coordenadas, ds2 sigue siendo una función homogénea de
las derivadas de las coordenadas, pero los coeficientes de esta
función (gµv) ya no son constantes, sino que pasan a ser función
de las coordenadas. Matemáticamente esto significa lo siguiente:
el espacio físico (tetradimensional) posee una métrica de
Riemann. Las líneas límites, variables con el tiempo, de esta
métrica, proporcionan la ley del movimiento de un punto material
158/266
sobre el que no actúe fuerza alguna, a excepción de la fuerza gravitacional.
Los coeficientes (gµv) de esta métrica describen al
mismo tiempo el campo gravitatorio respecto al sistema de coordenadas
elegido. Con esto se había encontrado una formulación
natural del principio de equivalencia, cuya extensión a un campo
gravitatorio arbitrario significa una hipótesis absolutamente
natural.
La solución del dilema expuesto más arriba, es por tanto la
que sigue: solo al conjunto formado por las derivadas de las coordenadas
y la métrica de Riemann agregada, tiene un significado
físico. Con esto se había conseguido una base para la teoría de la
relatividad general. Pero aún se tenían que resolver dos
problemas:
1. ¿Cómo se puede trasladar una ley de campo expresada en
términos de la teoría de la relatividad restringida, al caso de una
métrica de Riemann?
2. ¿Cuáles son las leyes diferenciales que definen por sí mismas
una métrica de Riemann (esto es, gµv)?
Desde 1912 hasta 1914 trabajé junto con mi amigo Marcel
Grossmann en la respuesta a estas dos preguntas. Descubrimos
que ya existía el método matemático para la solución del primer
problema en el cálculo diferencial e infinitesimal de Ricci y Levi-
Civitá.
Para resolver el segundo problema se tenían que utilizar las
ecuaciones diferenciales de segundo orden de las gµv. Pronto nos
dimos cuenta de que estas ya habían sido establecidas por
Riemann (tensor de curvatura). Dos años antes de publicar la
teoría de la relatividad general ya habíamos reflexionado sobre las
ecuaciones del campo gravitatorio, pero no pudimos descubrir su
utilidad física. Entonces creía que no podían corresponderse con
la experiencia. Incluso creía que basándome en una reflexión general
podría demostrar que una transformación arbitraria de las
159/266
coordenadas respecto a una ley invariante de gravitación no sería
compatible con el principio de causalidad. Este error me costó dos
años de trabajo, hasta que en 1915 descubrí la conexión con los
sucesos experimentales de la astronomía, tras volver a hacer uso
del tensor de curvatura de Riemann.
Gracias a los descubrimientos realizados, lo alcanzado en esta
teoría parece casi evidente y todo estudiante con inteligencia comprendió
la teoría sin dificultad. Pero los largos años de búsqueda
en la oscuridad, con sus fases de inseguridad y de cansancio,
hasta llegar finalmente a descubrir la verdad, solo los conoce
aquel que los ha vivido.
El problema del espacio, del éter y del
campo, en la física
El pensamiento científico es el desarrollo del conocimiento
precientífico. Como en este último juega un papel fundamental el
espacio, tenemos que empezar por tanto con el concepto del espacio
del conocimiento precientífico. Existen dos puntos de vista indispensables
para comprender la formación de conceptos. El
primero es el lógico-analítico. Responde a la pregunta: ¿cómo dependen
los juicios de los conceptos? Al responderla pisamos sobre
terreno relativamente seguro. Es la seguridad que en matemáticas
nos infunde tanto respeto. Pero esta seguridad se obtiene al precio
de un contenido vacío. Los conceptos requieren contenido solo
cuando los relacionamos, aunque sea indirectamente, con las experiencias
sensoriales. Pero esta relación no puede ser comprobada
lógicamente, solo puede ser experimentada. Y a pesar de
todo esto, es esta relación la que determina la comprensión de los
sistemas conceptuales.
160/266
Ejemplo: un arqueólogo perteneciente a una cultura posterior
encuentra un tratado de geometría euclídea sin dibujos. Identificará
la utilización de las palabras punto, recta, plano, en las proposiciones.
También descubrirá cómo se deducen unas a partir de
otras. Incluso será capaz de formular nuevas proposiciones
valiéndose de las reglas que ha encontrado. Pero esta formulación
de proposiciones será para él un juego de palabras carente de sentido,
mientras bajo las palabras punto, recta, plano, etcétera, no
pueda «pensarse algo». Solo cuando este sea el caso, la geometría
adquirirá para él un significado intrínseco. De manera análoga le
sucederá con la mecánica analítica, y en general con la descripción
de ciencias lógico-deductivas.
¿Qué quiere decir «pensarse algo», bajo las palabras punto,
recta, plano, etcétera? Significa revelar el contenido experimental
al que dichas palabras se refieren. Este problema, situado fuera de
la lógica, constituye el problema esencial que el arqueólogo solo
podrá resolver intuitivamente, pasando revista a sus experiencias
y mirando a ver si entre ellas puede encontrar algo que concuerde
con la teoría y los axiomas formulados. Únicamente en este sentido
se puede plantear de una manera razonable, la pregunta
acerca de la entidad de una cosa descrita abstractamente.
Al preguntar sobre la entidad de los conceptos precientíficos
de nuestro pensamiento, nos encontramos casi en las mismas
condiciones que las del arqueólogo. Por decirlo así, hemos olvidado
los rasgos peculiares del mundo experimental que originaron
la formación de tales conceptos y tenemos grandes dificultades en
imaginamos el mundo experimental sin distorsionarlo a través de
la interpretación tradicional de los conceptos. Esta dificultad se
agrava al tener que operar nuestro lenguaje con palabras relacionadas
irremediablemente con tales conceptos primitivos. Estos son
los obstáculos con los que nos encontramos cuando queremos determinar
el concepto precientífico del espacio.
161/266
Antes de dedicarnos al problema del estudio del esparció, me
gustaría hacer una observación sobre los conceptos en general: los
conceptos se refieren a experiencias de los sentidos, pero no se
pueden deducir de estos de una manera lógica. Por este motivo
nunca he podido comprender la pregunta sobre lo a priori, según
Kant. Las preguntas sobre la esencia de algo solo pueden intentar
descubrir el carácter del conjunto de experiencias sensoriales al
que se refieren los conceptos.
En cuanto al problema del espacio, creo que le ha de preceder
al del objeto material. La modalidad de las impresiones y conjuntos
de impresiones sensoriales que hayan originado este concepto,
han sido expuestas con frecuencia. La respuesta a determinadas
impresiones (caras, teclas) continuas a lo largo del tiempo y reiterables
en el momento deseado, son algunas de estas características.
Una vez se ha fijado el concepto de cuerpo material a
través de tales experiencias tan determinantes concepto que no
presupone el concepto de espacio o relación espacial se hace necesario
comprender ideológicamente las relaciones espaciales
entre tales cuerpos materiales, y si es necesario, originar conceptos
que concuerden con estas relaciones espaciales. Dos objetos
materiales pueden estar separados o en contacto. En el primer
caso se puede colocar otro tercero sin alterar los dos primeros; en
el segundo caso es imposible. Estas relaciones espaciales son
claramente reales en el mismo sentido que lo son los propios
cuerpos. Si dos cuerpos son equivalentes para rellenar aquel espacio
intermedio, entonces son equivalentes para rellenar cualquier
otro espacio intermedio. De esta manera el espacio intermedio es
independiente del cuerpo elegido para rellenarlo; lo mismo vale
para una regla general, para las demás relaciones espaciales. Es
evidente que esta independencia representa una condición previa
para la utilización de la formulación de conceptos puramente geométricos.
Creo que este concepto de espacio intermedio generado
162/266
por la elección especial del cuerpo que lo rellena, es el punto de
partida para el concepto de espacio.
Contemplado desde el punto de vista de la experiencia sensorial,
el desarrollo del concepto de espacio está ligado al siguiente esquema:
objeto material; relaciones entre las posiciones de los
cuerpos materiales; espacio intermedio; espacio. Según esto el espacio
aparece como algo real en el mismo sentido que los objetos
materiales.
Está claro que en el mundo de los conceptos no científicos existía
el concepto del espacio como algo real. Pero la matemática de
Euclides no conocía este concepto como tal, sino que tenía suficiente
con los conceptos de objeto, y de relación espacial entre objetos.
Punto, recta, plano y distancia son la idealización de los objetos
materiales. Todas las relaciones espaciales se originan a
partir del concepto de contacto (rectas y planos que se cortan,
puntos situados encima de una recta, etcétera). La continuidad
del espacio no aparece en todo el sistema conceptual. Este concepto
fue introducido por Descartes, describiendo el punto del espacio
por sus coordenadas. Aquí aparecieron por primera vez
figuras geométricas como partes de un espacio, concebido como
un continuo tridimensional ilimitado.
La gran superioridad del tratamiento que hace Descartes del
espacio, no consiste únicamente en que coloca el análisis al servicio
de la geometría. El punto principal creo que es el siguiente: la
geometría de los griegos privilegia ciertas figuras (recta, plano) en
su descripción, otras figuras (por ejemplo, la elipse) solo los
puede abordar construyéndolos o definiéndolos a partir de las
figuras punto, recta y plano. Por el contrario en el tratamiento de
Descartes, todas las superficies tienen en principio el mismo valor,
sin privilegiar arbitrariamente las figuras lineales en la construcción
de la geometría.
163/266
Si interpretamos la geometría como la enseñanza de las regularidades
de las situaciones recíprocas, entonces la tenemos que
considerar como la rama más antigua de la física. Esta enseñanza
como ya se ha señalado estaba en condiciones de ser entendida
sin establecer el concepto de espacio como tal, pues tenía suficiente
con manejar las imágenes idealizadas, punto, recta, plano
y distancia. En cambio en la física de Newton era imprescindible
la noción del espacio absoluto, en el sentido de Descartes. La
dinámica necesita hacer uso de los conceptos de punto másico y
de distancia variable con el tiempo entre los puntos másicos. En
las ecuaciones del movimiento de Newton, juega un papel fundamental
la aceleración, esta no puede ser definida sin el concepto
auxiliar, de distancia variable con el tiempo. La aceleración de
Newton solo se puede concebir, es decir definir, mediante el espacio
absoluto. Junto a la realidad geométrica del espacio, apareció
pues una función inercial del espacio. Cuando Newton definía el
espacio como absoluto, se refería a que tenía que conferir al espacio
un estado de movimiento muy determinado, que a pesar de todo
no lo fijaban por completo los fenómenos de la mecánica. Este
espacio era también absoluto en un segundo sentido: su efecto inercial
era independiente, esto es, el espacio no era afectado por los
acontecimientos físicos; actuaba sobre las masas, pero nada actuaba
sobre él.
Y sin embargo, el espacio permaneció hasta hace poco tiempo,
en la consciencia de los físicos como el recipiente pasivo de todos
los sucesos, y que por sí mismo no contribuía a los sucesos físicos.
Esto empezó a cambiar con la teoría ondulatoria de la luz y la
teoría de Faraday y Maxwell del campo electromagnético. Es evidente
que en un espacio en el que no hay cuerpos existen condiciones
en expansión ondulatoria, así como campos localizables capaces
de ejercer fuerzas sobre masas eléctricas, por ejemplo, polos
magnéticos. Como que a los físicos del siglo XIX les hubiera
164/266
parecido completamente absurdo dotar al espacio de funciones
físicas específicas, se pensó en un medio, el éter, transmisor de los
sucesos luminosos y electromagnéticos. Las características de este
medio tenían que ser las de un campo electromagnético y se
pensó que podrían ser mecánicas, similares a las deformaciones
elásticas de los cuerpos rígidos. La elaboración de esta teoría
mecánica del éter no llegaba a dar resultado; esto hizo que se renunciara
a interpretar la naturaleza del campo del éter. El éter se
convirtió en una materia cuya única función consistía en transmitir
los campos eléctricos. Por consiguiente la imagen era esta: el
espacio estaba llenado por el éter y en este nadaban los corpúsculos
materiales como por ejemplo los átomos de la materia ponderable,
pues la estructura atómica de la materia ya había sido demostrada
a finales de siglo.
Debido a que las interacciones entre los cuerpos se tenían que
realizar a través de los campos, tenía que existir también un
campo gravitacional en el éter cuyas leyes aún no habían recibido
una forma explícita. El éter no solo era el medio de las fuerzas que
actuaban a través del espacio. Desde que se descubrió que las
partículas eléctricas en movimiento originaban un campo magnético
cuya energía podía ser un modelo para la transmisión, se
pensó que la transmisión se debía a una acción localizada del
campo en el éter.
Las propiedades mecánicas del éter no estaban nada claras,
hasta que se produjo el gran descubrimiento de H. A. Lorentz.
Todos los fenómenos electromagnéticos que se conocían en
aquella época se podían interpretar en base a dos suposiciones: el
éter está fijo en el espacio, es decir, no se puede mover. La electricidad
está fija en las partículas elementales. En la actualidad podemos
expresar el descubrimiento de Lorentz así: el espacio físico
y el éter son únicamente dos expresiones diferentes para la misma
cosa; los campos son los estados físicos del espacio. Pues si al éter
165/266
no le corresponde ningún estado de movimiento no hay ningún
motivo para introducirlo junto al espacio como si fuera un ente de
naturaleza especial. Sin embargo, los físicos no asumían esta
forma o manera de pensar. Para ellos el espacio aún era un ente
fijo y homogéneo, sin posibilidad de cambio. Solo Riemann, incomprendido
y solitario, se preocupó por establecer una nueva
concepción del espacio hacia mediados del siglo pasado; en la que
se segregaba al espacio su inmovilidad y se posibilitaba su participación
en los sucesos físicos. Esta contribución es asombrosa
teniendo en cuenta que fue anterior a la teoría del campo eléctrico
de Maxwell-Faraday. Entonces llegó la teoría de la relatividad especial
con el descubrimiento de la igualdad física de todos los sistemas
inerciales. En conexión con la electrodinámica, como por
ejemplo la ley de la propagación de la luz, se hizo patente la inseparabilidad
del espacio y el tiempo. Hasta entonces se había
supuesto tácitamente que el continuo tetradimensional de los
sucesos se podía estructurar de manera objetiva en el tiempo y el
espacio, es decir, que al «ahora» del mundo de los sucesos, le corresponda
un significado absoluto. Con el descubrimiento de la relatividad
de la simultaneidad, se fundieron el espacio y el tiempo
y en un continuo unitario, de manera parecida a como anteriormente
se habían fundido las tres dimensiones espaciales en un
continuo homogéneo. El espacio físico se completó, formando así
un espacio de cuatro dimensiones que incluía la dimensión temporal.
El espacio tetradimensional de la teoría de la relatividad restringida
es absoluto e inmóvil al igual que el espacio de Newton.
La teoría de la relatividad es un buen ejemplo de motivo
básico en el desarrollo de una teoría. Las hipótesis de partida son
cada vez más abstractas, están más lejos de la experiencia. Pero
por otro lado estamos más cerca de los objetivos más importantes
de la ciencia: abarcar con el mínimo número de hipótesis o axiomas
posibles, el máximo de experiencias mediante la deducción
166/266
lógica. Con esto, el camino intelectual que va de los axiomas a la
experiencia, es decir, a las consecuencias verificables, se hace
cada vez más largo y sutil. El teórico se ve forzado cada vez más a
dejarse llevar por puntos de vista puramente matemáticos y formales
en su búsqueda de teorías, ya que no es capaz de elevar las
experiencias físicas del experimentador a un grado de abstracción
tan alto. La deducción por tanteo se introdujo cuando en la ciencia
prevalecían los métodos inductivos. Una estructura teorética
de este tipo ha de estar muy desarrollada para poder ofrecer conclusiones
que puedan ser comparadas con la experiencia. Es
cierto que también aquí los hechos probados por la experiencia se
erigen en jueces omnipotentes. Pero su lema solo puede ser el resultado
de un difícil y gran trabajo intelectual que supere la distancia
existente entre los axiomas y las consecuencias que puedan ser
verificadas. Este trabajo lo ha de llevar a cabo el teórico con el
convencimiento de que quizá sea el primer paso para sentenciar la
muerte de su propia teoría. Al teórico que realiza un trabajo de
este tipo no deberíamos tacharlo de caprichoso en un sentido peyorativo,
sino que se lo tendríamos que agradecer, ya que para él
no hay ningún otro camino que lo lleve a la meta. De todas maneras
no se trata de unos caprichos sin ton ni son, sino de la
búsqueda de las posibilidades lógicas más sencillas y sus consecuencias.
Este captatio benevolentiae era necesario para que el
lector estuviera más inclinado a leer con interés las ideas que
ahora siguen: es la asociación de pensamientos que han llevado de
la teoría de la relatividad restringida a la general y de esta a la
teoría de campo unificado. En su explicación no se puede prescindir
por completo de la utilización de signos matemáticos.
Empezamos con la teoría de la relatividad especial. Esta, aún
se basa en una ley empírica, cual es la constancia de la velocidad
de la luz. Sea P un punto en el vacío, P un punto alejado del
primero una distancia infinitesimal d. Del punto P parte en el
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instante de tiempo t, un impulso de luz que llega al punto P en el
instante t+dt.
Entonces:
ds = c2 dt2.
Sean dx1, dx2, dx3, las proyecciones ortogonales de ds, e introduzcamos
la coordenada de tiempo imaginaria v 1 ct = x4,
entonces la ley de la constancia de la luz expresada anteriormente,
toma la forma de:
ds2 = dx1
2 + dx2
2 + dx3
2 + dx4
2 = 0
Como que esta fórmula expresa un estado real, a la distancia d
se le podrá suscribir un significado real, incluso cuando los puntos
del continuo tetradimensional P y P sean elegidos de manera
que el d que les corresponda no desaparezca. Esto se expresa de la
siguiente manera: el espacio tetradimensional (con coordenadas
de tiempo imaginarias) de la teoría de la relatividad especial
posee una métrica euclidiana. Que a una métrica de este tipo se le
llame euclidiana, está relacionado con lo siguiente: la introducción
de una métrica de este tipo en un continuo tetradimensional
es totalmente equivalente a la introducción de los axiomas de la
métrica euclidiana. Esta identidad no es otra cosa que el teorema
de Pitágoras aplicado a coordenadas diferenciales.
Este cambio de coordenadas es posible en la teoría de la relatividad
especial (a través de una transformación), ya que en las
nuevas coordenadas superficie ds (invariante fundamental) también
se expresa como la suma de los cuadrados en las nuevas coordenadas
diferenciales. Estas transformaciones, reciben el
nombre de transformaciones de Lorentz.
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Los métodos inventivos de la teoría de la relatividad especial
están caracterizados por la siguiente proposición (teorema): solo
son admisibles aquellas ecuaciones que expresan leyes de la naturaleza
con cuya forma no se altera, al cambiar las coordenadas,
usando una transformación de Lorentz (covariancia de las ecuaciones
frente a transformaciones de Lorentz).
Con este método se descubrió la relación indispensable entre
impulso y energía, entre electricidad y campo magnético, entre las
fuerzas electrostáticas y electrodinámicas, entre portadores de
masa y energía, y como consecuencia se redujeron el número de
conceptos independientes y de ecuaciones fundamentales de la
física.
Este método aún nos podía llevar más lejos si formulábamos la
siguiente pregunta: ¿es cierto que las ecuaciones que expresan las
leyes de la naturaleza solo son covariantes frente a transformaciones
de Lorentz, pero no frente a otras transformaciones?
Pues bien, esta pregunta así formulada no tiene sentido,
puesto que todo sistema de ecuaciones puede ser expresada en coordenadas
generalizadas. (Generales como universales). Hay que
preguntar: ¿las leyes de la naturaleza no están hechas de tal manera
que por la elección de unas coordenadas cualesquiera no experimenten
una significación apreciable?
Dicho sea de paso, nuestra Ley experimental de la igualdad
entre la masa inercial y masa pesante está próxima a contestar la
pregunta anterior afirmativamente. Si convertimos en principio la
equivalencia de todos los sistemas de coordenadas para las leyes
de la naturaleza, llegamos a la teoría de la relatividad general; si
nos atenemos a la ley de la constancia de la luz como por ejemplo
la hipótesis del significado objetivo de la métrica euclídea, al
menos, para partes infinitesimales del espacio tetradimensional.
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Esto significa que para regiones finitas del espacio (físicamente
razonable) la existencia de la métrica generalizada de
Riemann se presupone según la fórmula:
donde el sumatorio se ha de realizar desde 11 hasta 44 para todas
las combinaciones de índices posibles.
La estructura de este espacio se diferencia del espacio euclídeo
principalmente por una causa. Por de pronto los coeficientes son
funciones arbitrarias de las coordenadas x1 a x4 y la estructura del
espacio no está determinada hasta que no sea conocida esta función
gµv. También se puede decir que la estructura de un espacio
tal está, por sí mismo, completamente indeterminado. Queda más
determinado cuando se indican leyes a las que les basta el campo
métrico de gµv. Con esto perduró, basado en motivos físicos, el
convencimiento de que el campo métrico coincidía con el campo
gravitatorio.
Debido a que el campo gravitatorio queda determinado por la
configuración de masas y varía al variar dicha configuración, la
estructura geométrica de este espacio depende también de
factores físicos. El espacio ya no es pues, según esta teoría exactamente
como lo había presentido Riemann absoluto, si no
que su estructura depende de influencias físicas. La geometría
(física) no es una ciencia encerrada en sí misma, más que la geometría
de Euclides.
El problema de la gravitación quedó reducido a un problema
matemático de la siguiente manera: se han de buscar las ecuaciones
más simples posibles, que sean covariantes frente a
170/266
transformaciones arbitrarias de coordenadas. Este es un problema
ciertamente delimitado, que al menos pudo ser resuelto.
No quiero hablar aquí de la confirmación de la teoría por la experiencia,
si no exponer inmediatamente por qué esta teoría no se
podía dar definitivamente por satisfecha con este éxito. Es verdad,
que la gravitación se había relacionado con la estructura del espacio,
pero aparte del campo gravitacional existe el campo electromagnético.
En primer lugar, este último tuvo que ser introducido
en la teoría con independencia de la gravitación. En las ecuaciones
del campo se tuvieron que añadir miembros adicionales,
que correspondieran al campo electromagnético. Pero para el espíritu
teórico era insoportable que existieran dos estructuras independientes
entre sí del espacio, a saber, la métrico-gravitacional
y la electromagnética. Uno se siente impulsado al convencimiento
de que las dos clases de campos tienen que corresponder a
una estructura homogénea del espacio.
Johannes Kepler
En una época tan revuelta, tan llena de preocupaciones como
la nuestra, en la que es difícil tener esperanzas respecto a los
hombres y al desarrollo de la humanidad, es reconfortante recordar
a un hombre tan extraordinario y sereno. Vivió en una
época en la que el establecimiento de unas leyes generales de la
naturaleza no era seguro. Qué grande debió ser su fe en que esas
leyes existían para obtener la fuerza necesaria para sacrificar tantos
años de paciente trabajo solitario. Sin apoyo de nadie, con la
comprensión de pocos, se dedicó a investigar empíricamente los
movimientos planetarios, y a buscar regularidades matemáticas
en ellos. Si queremos honrar su memoria con la dignidad que
171/266
merece, tenemos que plantearnos su problema y las etapas de su
resolución lo más explícitamente posible.
Copérnico había abierto los ojos a los más capacitados. Les
hizo ver que la manera más fácil de entender el movimiento aparente
de los planetas, era interpretarlo como circulación en torno
del Sol, considerado inmóvil. Si el movimiento de un planeta hubiera
sido simétrico a lo largo de un círculo alrededor del Sol,
habría resultado relativamente sencillo descubrir qué apariencia
tendría tal movimiento visto desde la Tierra. Pero como había aspectos
mucho más complicados, el cometido encontraba trabas.
Primero había que determinar los movimientos empíricamente, a
partir de las observaciones planetarias de Tycho Brahe. Solo
hecho esto podía pensarse en encontrar las leyes generales que los
ordenaban.
Para comprender lo difícil que era determinar los movimientos
de la Vía Láctea, hay que tener claro lo siguiente: nunca se ve
la posición verdadera que ocupa un planeta en un momento determinado.
Solo se ve la dirección en que puede ser visto desde la
Tierra en aquel instante. Pero al mismo tiempo dicho planeta está
describiendo un movimiento de naturaleza desconocida alrededor
del Sol. Las dificultades en aquel momento parecían insuperables.
Kepler tenía que encontrar un camino para poner orden en
este caos. Primero reconoció que lo que había que intentar
primero era determinar el movimiento de la propia Tierra. Hubiera
sido imposible si solo hubieran existido la Tierra, el Sol y las
estrellas fijas, pero no otros planetas. Pues empíricamente solo
podría averiguarse cómo cambia la dirección de la recta que une
la Tierra con el Sol a lo largo del año (movimiento aparente del
Sol con respecto a las estrellas fijas). Esto implicaría la posibilidad
de pensar que estas direcciones ocupaban una región también fija
con respecto a las estrellas fijas. Al menos según lo revelaban las
observaciones de aquella época, realizadas sin telescopios. Lo
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mismo era tratar de averiguar la rotación alrededor del Sol de la
línea que une el Sol con la Tierra. Resultó que la velocidad angular
de este último movimiento variaba regularmente a lo largo del
año. Esto no ayudaba gran cosa, pues aún no se sabía cómo
variaba la distancia Tierra-Sol a lo largo del año. Solo cuando se
supo esta se pudo entender la forma de la órbita de la Tierra, así
como la manera en que la Tierra la recorría.
Kepler encontró una salida maravillosa a este dilema. De las
observaciones del Sol se desprendía en primer lugar que su movimiento
aparente en relación con las estrellas fijas era más o
menos rápido según la época del año. Pero que la velocidad angular
de este movimiento era siempre la misma en la misma época
del año astronómico. Por consiguiente, la velocidad de rotación de
la recta que une al Sol con la Tierra era la misma cuando señalaba
a una determinada región de las estrellas fijas. O sea: se podía
conjeturar que la órbita de la Tierra era cerrada, y que la Tierra la
recorría cada año de la misma manera. Esto no era de ninguna
manera evidente a priori. Para los seguidores del sistema copernicano
ello se podía afirmar con toda seguridad de las demás
órbitas.
Lo cual era sin lugar a dudas una facilidad. ¿Pero cómo determinar
ahora la verdadera forma de la órbita? Pensemos que en
alguna región de la órbita se encuentra una linterna luminosa M,
de la que supiéramos que su posición permanece fija, por lo que
se convierte en un punto de triángulo fijo para la determinación
de la órbita de la Tierra y además visible para los habitantes de la
Tierra en cualquier época del año. Esta linterna M está más alejada
del Sol que de la Tierra. Con la ayuda de una linterna de este
tipo se determinó la órbita de la Tierra como sigue:
Para empezar: en cada año hay un instante de tiempo en el
que la Tierra T está precisamente encima de la línea que une al
Sol S con la linterna M. Si en este instante de tiempo vemos la
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linterna M, entonces esta dirección es la misma que la dirección
de la línea SM (Sol-linterna). Imaginamos que esta última está
marcada en una zona del cielo. Ahora imaginamos a la Tierra en
otra posición y en otro instante de tiempo. Y como desde la Tierra
podemos ver tanto al Sol como a la linterna, el ángulo de T en el
triángulo STM sería conocido. Pero como también se podría establecer
la dirección ST por observación directa del Sol, y antes se
había determinado para siempre la dirección SM, también conocemos
el ángulo S del triángulo STM. Estamos ahora en condiciones
de construir el triangulo STM en un papel, a partir de una
elección arbitraria de SM. Esta construcción se podría repetir a lo
largo del año, y cada vez obtendríamos una posición de T con la
correspondiente fecha y para una línea SM, que una vez elegida se
mantiene fija. Con esto estaría empíricamente determinada toda
la órbita de la Tierra.
Pero, diréis vosotros, ¿de dónde sacó Kepler su linterna? Se la
proporcionó su genio, y la naturaleza (en este caso condescendiente).
Pues existía el planeta Marte. Y se sabía la duración del año
en Marte, es decir, una vuelta de Marte alrededor del Sol. Hay un
momento en que la Tierra, el Sol y Marte están alineados. Esta
posición de Marte se repite cada vez al cabo de uno, dos, tres,
etcétera, años marcianos. Años marcianos, ya que la órbita de
Marte es también cerrada. En estos instantes de tiempos conocidos,
SM forma cada vez la misma línea, mientras que la Tierra
está cada vez en una posición diferente de su órbita. Las observaciones
del Sol y de Marte, en los instantes de tiempo que de esta
manera han sido privilegiados, forman un medio para determinar
la verdadera órbita de la Tierra, en el que aquellas posiciones de
Marte juegan el papel de la linterna fingida, explicado más arriba.
De esta manera descubrió Kepler la forma de la órbita de la Tierra
y la manera como la recorría. Nosotros, los hombres que hemos
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nacido más tarde, europeos, alemanes y suavos, debemos apreciarlo
y admirarlo por todo esto.
Una vez determinada empíricamente la órbita de la Tierra se
conocía la verdadera magnitud y dirección de la línea S para cada
instante, y en principio Kepler ya no debía tener grandes dificultades
para obtener las órbitas de los restantes planetas a partir de
las observaciones planetarias. Pero, dado el desarrollo de las
matemáticas en aquel tiempo, este trabajo era una tarea inmensa.
Entonces se planteaba ante Kepler la segunda parte del problema
o trabajo, no por ello más fácil. Ya se conocían empíricamente
las órbitas, pero basándose en los resultados empíricos
había que descubrir las leyes que las regían. Primero había que
establecer una suposición acerca de la naturaleza matemática de
las órbitas, y luego comprobarla utilizando para ello una inmensa
cantidad de datos. En caso de no concordar, había que buscar otra
hipótesis y volver a comprobarla. Tras una larga búsqueda pudo
por fin verificar una hipótesis: la órbita es una elipse y el Sol ocupa
uno de sus focos. También encontró la ley según la cual variaba
la velocidad a lo largo del recorrido: en intervalos de tiempo
iguales la línea Tierra-Sol barre superficies iguales. También descubrió
que los cuadrados del período de revolución eran proporcionales
a las terceras potencias de los ejes mayores de las elipses.
La admiración por este hombre está asociada al sentimiento
de admiración y respeto por la enigmática armonía de la naturaleza
en la que hemos nacido. Ya en la antigüedad los hombres
imaginaban las regularidades más simples. Entre estas estaban en
primer lugar, junto a la recta y el círculo, la elipse y la hipérbole.
Estas últimas formas las vemos realizadas en las órbitas de los
cuerpos celestes al menos con gran aproximación.
Parecería que la razón humana debe construir en primer lugar
las formas, antes de poderlas comprobar en las cosas. En la obra
de Kepler se pone de manifiesto, con gran claridad, que el saber
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no puede surgir de la mera experimentación, sino que solo surge
de la comparación entre lo ideado y lo observado.
La mecánica de Newton y su influencia en
el desarrollo de la física teórica
En estos días se cumplen doscientos años de la muerte de
Newton. Se hace necesario reflexionar sobre este genio que ha
mostrado con tanta claridad al pensamiento occidental y a la investigación
el camino a seguir. No solo era un inventor genial,
sino que también dominaba de una manera extraordinaria el material
empírico conocido en su época, y además era increíblemente
creativo en lo que a demostraciones matemáticas y físicas
se refiere. Por todos estos motivos se hace merecedor de nuestro
mayor respeto. Por esto Newton sobrepasa la imagen que
tenemos de él, la de un maestro, más aún si tenemos en cuenta
que el destino le situó en un momento crítico del desarrollo intelectual.
Para comprenderlo mejor tenemos que considerar que
antes de Newton no existía ningún sistema cerrado de causalidad
física, mediante el cual se pudieran reproducir las características
del mundo experimental.
Es cierto que los grandes materialistas de la antigua Grecia
habían alentado la creencia de que todos los sucesos materiales se
debían atribuir al movimiento estrictamente regulado de los
átomos, sin que con ello la voluntad de los seres vivos apareciera
como un hecho independiente. También es cierto que Descartes
había recogido, a su manera, dicho objetivo. Pero esto quedó en
un deseo denodado, en el ideal problemático de una escuela
filosófica. Antes de Newton apenas existían resultados auténticos,
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que sustentaran la confianza en la existencia de una causalidad
física ininterrumpida.
La meta de Newton era contestar a la pregunta: ¿existe una regla
sencilla mediante la cual poder calcular íntegramente el movimiento
de los cuerpos celestes de nuestro sistema planetario, si
conocemos el movimiento de todos ellos en un instante determinado?
Las leyes empíricas de Kepler, determinadas en base a las
observaciones Tycho Brahe estaban a la vista y reclamaban una
interpretación. Hoy día todo el mundo sabe el trabajo que significó
encontrar tales leyes a partir de las órbitas determinadas empíricamente.
Pero pocos reflexionan sobre el método genial que
usó Kepler para determinar las órbitas verdaderas a partir de las
aparentes, esto es, a partir de las direcciones observadas desde la
Tierra. Estas leyes daban respuesta a la pregunta de cómo se
movían los planetas alrededor del Sol: forma elíptica de las órbitas,
igualdad en las áreas barridas por los rayos vectores en
tiempos iguales, proporcionalidad entre los semiejes mayores y
los períodos de revolución. Pero estas reglas no solucionan el
problema de la causalidad. Son tres reglas lógicas e independientes
que no pueden ser relacionadas. La tercera ley no puede ser
transferida sin más a otro cuerpo central que no sea el Sol (por
ejemplo: no existe ninguna proporcionalidad entre el período de
revolución de un planeta alrededor del Sol y el período de revolución
de la Luna alrededor de su planeta). Pero lo más importante
es que las leyes se refieren al movimiento en su totalidad y no a un
estado de movimiento de un sistema que existe como consecuencia
de otro anterior. En nuestro lenguaje actual se llaman leyes integrales,
y no leyes diferenciales.
Para el físico moderno, las leyes diferenciales son aquellas que
por sí solas dan respuesta satisfactoria al problema de la causalidad.
La clara concepción de Newton de ley diferencial es una de sus
tareas intelectuales más importantes. No solo era necesario el
177/266
concepto, sino también el formalismo matemático, que si bien existía
en forma rudimentaria, aún tenía que alcanzar una forma
sistemática.
Newton también encontró la solución en el cálculo diferencial
e integral. Respecto a esto, puede dejarse de lado la discusión de
si Leibniz llegó a los mismos métodos matemáticos con independencia
de Newton. Sea como fuere su desarrollo fue necesario para
Newton para poder expresar sus pensamientos.
Un comienzo significativo en la comprensión de las leyes del
movimiento había sido ya realizado por Galileo. Él fue quien encontró
las leyes de inercia y de la caída libre en el campo gravitatorio
de la Tierra: una masa (más exactamente un punto material)
no influida por otras masas se mueve uniformemente y en
línea recta. La velocidad vertical de su cuerpo libre crece en el
campo gravitatorio proporcionalmente al tiempo. Hoy nos puede
parecer que del descubrimiento de Galileo hasta las leyes de Newton
solo hay un pequeño paso. Pero debe señalarse que las dos
proposiciones expresadas más arriba se refieren al movimiento
considerado como un todo, mientras que las leyes del movimiento
de Newton dan una respuesta a la pregunta: ¿cómo varía el estado
de movimiento de un punto básico sometido a una fuerza exterior
en un intervalo de tiempo infinitesimal? Solo cuando se pasó a
plantear la pregunta anterior para un tiempo infinitesimalmente
pequeño (ley diferencial) pudo Newton formular las leyes válidas
para cualquier movimiento. El concepto de fuerza lo tomó de la
estática. La relación entre fuerza y aceleración solo pudo establecerla
mediante la introducción del nuevo concepto de masa, concepto
que curiosamente está apoyado en una definición aparente.
En la actualidad estamos tan acostumbrados a la formación de
conceptos a partir de cocientes de derivadas que casi no podemos
valorar el grado de abstracción necesario para llegar a establecer
178/266
la ley general diferencial del movimiento, para lo cual se tenía que
descubrir además el concepto de masa.
Con esto, sin embargo, no se había alcanzado una concepción
causal del movimiento. Pues las ecuaciones del movimiento solo
lo definían cuando la fuerza era conocida. Newton creía, influido
por las leyes que regían los movimientos planetarios, que la fuerza
que actuaba sobre una masa quedaba determinada por la posición
de todas las masas que se encontraban suficientemente cerca de
esa masa considerada. Solo cuando se conoció esta conexión,
quedó determinada una concepción íntegramente causal del
movimiento. La manera en que Newton llegó a resolver este problema
a partir de las leyes del movimiento de los planetas de
Kepler y cómo llegó a descubrir la entidad de las fuerzas que actuaban
sobre los astros y el peso, es conocida universalmente.
Solo la asociación de:
(ley del movimiento) + (ley de atracción)
configura la extraordinaria idea de que a partir del estado existente
en un momento pueden calcularse tanto los estados anteriores
como los posteriores, siempre y cuando los sucesos tengan
lugar bajo la única acción de la fuerza gravitacional. La armonía
lógica del sistema conceptual de Newton consistía en que las únicas
responsables de las aceleraciones de las masas de un sistema
eran las propias masas.
En base a eso, Newton pudo explicar detalladamente los movimientos
de los planetas, lunas y cometas, así como las mareas, el
movimiento de precisión de la Tierra, una tarea deductiva de extraordinario
valor. Especialmente asombroso tuvo que ser el descubrimiento
de que la causa fundamental de los movimientos de
179/266
los astros fuera idéntica a nuestra experiencia cotidiana de los
cuerpos corrientes.
El valor de la obra de Newton no consistía únicamente en que
había proporcionado una útil y duradera base a la mecánica, sino
que hasta finales del siglo XIX formó el programa de todos los investigadores
de la física teórica. Todos los sucesos físicos tenían
que ser atribuidos a las masas sujetas a las leyes de Newton. Únicamente
la ley de fuerzas tenía que ser ampliada, con miras a los
tipos de sucesos en perspectiva. El mismo Newton intentó aplicar
este suceso a la óptica, suponiendo que la luz está constituida por
corpúsculos inertes. También la óptica de la teoría ondulatoria se
sirvió de las leyes del movimiento de Newton, después de aplicarla
a masas en continua expansión. La teoría cinética del calor,
que no solo preparaba el camino para el descubrimiento de la ley
de conservación de la energía sino que también ofrecía una teoría
de los gases y un conocimiento más profundo de la entidad de la
segunda ley fundamental de la termodinámica, estaba basada únicamente
en las ecuaciones del movimiento de Newton.
También la electricidad y el magnetismo se desarrollaron
hasta nuestra época a la sombra de las ideas básicas de Newton.
Incluso la revolución de la electrodinámica y de la óptica por
Faraday y Maxwell, que significó el primer paso importante en los
fundamentos de la física teórica desde Newton, se llevó a cabo
bajo las ideas de Newton. Maxwell, Boltzmann y Lord Kelvin no
se cansaron de intentar atribuir los intercambios dinámicos a
propiedades de masas hipotéticas en continua expansión. Pero
debido a la infructuosidad, o al menos, al fracaso de tales esfuerzos,
a partir de finales del siglo XIX poco a poco fueron alterándose
los puntos de vista intuitivos. La física teórica se levantó
por encima del marco newtoniano, que había guiado a la ciencia
durante casi doscientos años.
180/266
Los principios básicos de Newton eran desde el punto de vista
lógico tan satisfactorios, que el estímulo para llevar a cabo innovaciones
tenía que venir de los hechos experimentales. Antes de
entrar en ello, tengo que hacer resaltar que el propio Newton
conocía mejor las partes débiles de su teoría que las generaciones
que le sucedieron. Ello siempre ha provocado mi más profunda
admiración. Por eso me gustaría extenderme un poco más:
1. Pese a que toda la obra de Newton está caracterizada por su
adhesión a la experiencia, a la intención de introducir la menor
cantidad posible de conceptos que no puedan ser relacionados
con hechos de la experiencia, estableció no obstante los conceptos
de tiempo y espacio absolutos. En nuestra época esto se le ha reprochado
a menudo. Pero Newton es muy consecuente en este
punto. Se había dado cuenta de que las magnitudes geométricas
observadas y el consiguiente movimiento temporal no quedaban
totalmente caracterizadas por su relación física. Esto lo demuestra
su famoso experimento del cubo. Por tanto existe algo,
aparte de las masas y de las distancias a que se encuentran unas
de otras, que es determinante en el acontecimiento. Este «algo» lo
interpreta Newton como la relación con el «espacio absoluto».
Reconoce que el espacio ha de poseer una especie de realidad
física si deben tener sentido sus leyes del movimiento. Una realidad
de la misma especie que la que poseen el punto y sus
distancias.
Este descubrimiento pone de manifiesto la inteligencia de
Newton, pero también la parte débil de su teoría. Pues la estructuración
lógica de esta sería más satisfactoria sin este concepto tan
vago. Y en sus leyes solo habrá objetos (puntos másicos, distancias)
cuyas relaciones con la observación son completamente
claras.
2. La introducción inesperada de fuerzas que actúan instantáneamente
a distancia para la descripción de las acciones
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gravitatorias no concuerda con el carácter de la mayoría de los
sucesos que conocemos de nuestras experiencias cotidianas. Esta
consideración se la plantea Newton cuando dice que su ley sobre
las interacciones entre los pesos no debe ser una última explicación
sino una regla inducida de la experiencia.
3. Las enseñanzas de Newton no ofrecían ninguna explicación
al curioso hecho de que el peso y la inercia de un cuerpo se determinaran
con la misma magnitud (la masa). Pero también la
singularidad de este hecho se le había ocurrido.
Ninguno de estos tres puntos tiene categoría de objeción lógica
contra la teoría. En cierta manera solo se deben al irresistible
deseo que mueve al espíritu científico de alcanzar una comprensión
intelectual de los sucesos de la naturaleza.
La teoría de Newton concebida como programa para toda la
física teórica recibió su primera sacudida de la teoría de la electricidad
de Maxwell. Se demostró que las interacciones entre los
cuerpos mediante cuerpos eléctricos o magnéticos no se debían a
fuerzas distantes que actuaban instantáneamente, sino a sucesos
que se transmitían a través del espacio con una velocidad finita.
Junto al punto másico y su movimiento según la concepción de
Faraday, nació una nueva clase de objeto real físico: «el campo».
Se intentó interpretar este sustentándose en la manera de pensar
de la mecánica, como un estado (de movimiento o de fuerzas)
mecánico de un medio hipotético (el éter) que llenaba el espacio.
Pero como esta interpretación no daba resultado a pesar de todos
los esfuerzos que se le dedicaron, se adquirió poco a poco la costumbre
de considerar el «campo electromagnético» como el último
objeto irreducible de la realidad física.
A Heinrich Hertz debemos la separación del concepto de
campo de los accesorios de la mecánica. A H. A. Lorentz debemos
que desligara el concepto de campo del de transportador material.
Por último como portador del campo solo figuraba el espacio
182/266
físico y vacío o éter, que ya en la mecánica de Newton no estaba
desprovisto de toda función física. Cuando se había realizado este
desarrollo hasta el final, ya nadie creía en acciones inmediatas a
distancia de las fuerzas, ni tan solo de la gravitación, a pesar de
que una teoría de campo de esta última aún no se había trazado
con suficiente determinación. El desarrollo de la teoría del campo
electromagnético indujo tras el abandono de la hipótesis de las
fuerzas actuantes a distancia de Newton a intentar explicar las
leyes del movimiento de este a través del electromagnetismo, es
decir, sustituirlas por unas leyes más exactas basadas en la teoría
de campos. A pesar de que estos esfuerzos no tuvieron éxito, los
principios básicos de la mecánica ya no siguieron siendo considerados
como los fundamentos de la física.
La teoría de Maxwell-Lorentz llevó necesariamente a la teoría
de la relatividad restringida, que al destruir el concepto de la simultaneidad
absoluta, negaba la existencia de fuerzas que actuaran
instantáneamente a distancia. Esta teoría demostraba que la masa
no era una magnitud invariable, sino que dependía de la energía.
También probaba esta teoría que las leyes del movimiento de
Newton solo eran válidas para determinadas velocidades, es decir,
para velocidades pequeñas. En su lugar establecía una nueva ley
del movimiento en la que la velocidad de la luz en el vacío
aparecía como velocidad límite.
El último paso en el desarrollo del programa de la teoría de
campos estaba formado por la teoría de la relatividad general.
Cuantitativamente, modificaba en muy poco la teoría newtoniana.
Pero en cambio cualitativamente la modificaba profundamente.
La inercia, gravitación y comportamiento métrico de los cuerpos y
relojes se reducían a cualidades del campo. Este campo a su vez
dependía de los cuerpos (generalización de la ley de gravitación
de Newton, por ejemplo, de la ley de campo que de dicha ley se
desprendía según lo formulado por Poisson). Con esto no se había
183/266
despojado al espacio y al tiempo de su realidad, pero sí de su entidad
absoluta causal (influyente pero no influida), que les tuvo
que adscribir Newton para poder dar significado a las leyes que se
conocían en aquel tiempo. La ley generalizada de la inercia asume
el papel de las leyes del movimiento de Newton. En esta corta exposición
se hace patente cómo pasaron los elementos de la teoría
newtoniana a la teoría generalizada de la relatividad, con lo que se
superaron tres insuficiencias. Parece ser que en el marco de la
teoría de la relatividad general se pueden deducir las leyes del
movimiento, a partir de las leyes del campo que corresponden a la
ley de fuerzas de Newton. Solo cuando se haya relacionado este
propósito se podrá hablar de una teoría de campos pura.
Incluso en un sentido más formalista, la mecánica de Newton
ha preparado el camino a la teoría de campos. La ampliación de la
mecánica de Newton a las masas en continua expansión condujo
necesariamente a las ecuaciones diferenciales parciales. Estas a su
vez ofrecieron el lenguaje para las leyes de la teoría de campos. En
este aspecto formal, la concepción de Newton de ley diferencial
supuso el primer paso decisivo del subsiguiente desarrollo.
Todo el desarrollo de nuestras ideas sobre los sucesos de la
naturaleza que hasta ahora se tenían en cuenta podría ser concebido
como una evolución orgánica del pensamiento de Newton.
Pero durante el desarrollo científico de la teoría de campos la radiación
térmica, los espectros y la radioactividad revelaron el
límite del sistema teórico de Newton; límite que aún hoy nos
parece en algunas partes poco menos que insuperable. Muchos
físicos y no sin argumentos de peso, opinaban que la radiación
térmica, los espectros y la radioactividad, etcétera, no solo no
cumplían las exigencias de la ley diferencial sino que tampoco las
de la ley de causalidad hasta ahora el último postulado fundamental
de todas las ciencias de la naturaleza. Incluso se niega la
posibilidad de una construcción espacio-temporal que pudiera ser
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agregada unívocamente a los sucesos físicos. El que un sistema
mecánico con solo valores discretos de energía pueda ser deducido
de una teoría de campos como, por decirlo así, enseña directamente
la experiencia apenas parece posible actualmente. El
método de Schrödinger y de Broglie, que en cierta manera posee
las características de una teoría de campo, ciertamente deduce, en
concordancia asombrosa con los hechos de la experiencia, la existencia
exclusiva de estados discretos, basándose en ecuaciones
diferenciales de una especie de observación de la resonancia; pero
el método tiene que renunciar a una localización de las partículas
y a las leyes fuertemente causales. ¿Quién sería tan osado como
para decidir que han de abandonarse definitivamente las leyes de
causalidad y de diferenciación, últimas premisas de la observación
de la naturaleza newtoniana?
El barco de Flettner
La historia de los descubrimientos científicos y técnicos nos
enseña que los hombres son pobres en pensamientos independientes
y en fantasía creadora. Aun cuando existan desde hace
mucho tiempo las condiciones externas y científicas para la formación
de una idea, generalmente se necesita un motivo exterior
para que se lleve a cabo. Un bonito ejemplo de lo dicho es el actual
asombro del mundo entero ante el barco de Flettner. El caso
tiene otro encanto especial debido a que el funcionamiento de los
rotores de Flettner sigue siendo un misterio para los legos, a pesar
de que solo esté basado en efectos mecánicos que todo el mundo
cree dominar.
La base científica para el descubrimiento de Flettner tiene en
realidad unos doscientos años de antigüedad. Existe desde que
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Euler y Bernoulli formularon las leyes elementales para los movimientos
sin rozamiento de los fluidos. Pero la posibilidad de llevarlo
a la práctica solo existe desde hace pocas décadas, cuando
se empezaron a construir motores pequeños. Incluso entonces no
se realizó el descubrimiento. Llegó solo después de que ocurrieran
una serie de casualidades de la experiencia.
El funcionamiento del barco de Flettner está emparentado con
el del velero. Pues al igual que en el caso del velero solo utiliza el
viento como fuerza motriz. En este barco, el viento en vez de
obrar sobre las velas obra sobre unos cilindros verticales de hojalata,
que mantienen su movimiento de rotación gracias a unos
pequeños motores. Estos motores solo deben superar el rozamiento
de los cilindros. Los cuales se parecen a las chimeneas de los
vapores, pero son dos veces más altos y más gruesos. La superficie
que ofrecen al viento es unas diez veces menor que la jarcia de un
velero de igual potencia.
El lego pregunta desesperadamente: «¿Cómo pueden llegar a
conseguir los cilindros un movimiento de rotación?». Intentaré
contestar a esta pregunta sin hacer uso de las matemáticas.
En todos los movimientos de fluidos (líquidos y gases) en que
se puedan dejar de lado los efectos del rozamiento es válida la
siguiente ley: Si un fluido uniforme tiene en diferentes sitios
diferentes velocidades, entonces la mayor presión se ejerce en los
sitios de menor velocidad y viceversa. Esto es fácil de comprender
a partir de la ley elemental del movimiento. Si en el movimiento
de un fluido existe una velocidad que crece de izquierda a derecha,
cada partícula del fluido experimenta una aceleración al moverse
de izquierda a derecha. Para que se origine dicha aceleración
es necesario que sobre la partícula obre una fuerza que vaya
de derecha a izquierda. Esto implica que la presión existente en el
límite izquierdo de la partícula será mayor que la presión existente
a la derecha.
186/266
Fig. 1
De esto se desprende que la presión sobre el fluido es mayor a
la izquierda que a la derecha.
Esta ley de proporcionalidad inversa entre la presión y la velocidad
permite estimar la presión ejercida por el movimiento de un
gas o de un líquido cuando conozcamos la distribución de velocidades
en el fluido. Antes de todo quiero explicar un sencillo ejemplo,
conocido por todos: el pulverizador de perfume.
Fig. 2
El aire, comprimido al apretar un globo, se expulsa a gran velocidad
por un tubo ensanchado, situado en A. El aire se expande
en todas direcciones con velocidad decreciente. Según nuestra ley,
en A hay una presión menor debido a la gran velocidad que hay en
un punto alejado de la abertura. Por consiguiente si tenemos un
tubo T y colocamos su abertura superior en un sitio de gran
187/266
velocidad, mientras que colocamos la abertura inferior en un recipiente
que contiene cualquier fluido, la presión inferior que existe
en A aspirará el líquido hacia arriba, el cual se convertirá en
pequeñas gotas al salir de A.
Tras este ejemplo a modo de introducción, consideremos el
movimiento de un fluido en un cilindro de Flettner, C, visto desde
arriba. De momento está en reposo. El viento sopla en la dirección
dada por las flechas. Al llegar al cilindro C,
Fig. 3
ha de hacer un rodeo en el que pasa por los puntos A y B a igual
velocidad. Por lo tanto en los puntos A y B la presión es la misma;
el viento no ejerce ninguna fuerza sobre el cilindro. Pero
supongamos ahora que el cilindro está en rotación, en el sentido
según la flecha F. Con esto se consigue que el flujo de viento se
distribuya desigualmente a ambos lados del cilindro. Pues el
movimiento de rotación del cilindro favorece la parte del flujo inicial
de viento que pasa por B, mientras que amortigua al que pasa
por A. Se forma un movimiento que posee una mayor velocidad
en B que en A. Por lo tanto, la presión es mayor en A que en B y el
cilindro experimenta una fuerza de izquierda a derecha que es
utilizada para impulsar el barco.
188/266
Se podría pensar que una persona ingeniosa habría llegado a
esta idea por sí misma, esto es, sin ayuda de motivos externos.
Pero en la realidad el desarrollo ha sido el siguiente: en los tiros
de balas de cañones se ha observado, también con el viento en
calma, la aparición de considerables e irregulares desviaciones
laterales de la trayectoria. Este extraordinario hecho tenía que estar
relacionado necesariamente con la rotación de las balas, pues
no había ningún motivo para pensar que la resistencia del aire
fuese asimétrica. La explicación correcta de este fenómeno la encontró
el físico berlinés Magnus hacia mediados del siglo pasado.
Es la misma que la que acabamos de dar para el cilindro de
Flettner sometido a la fuerza del viento. Solo que en este caso, en
vez del cilindro C se trata de una bala y en vez del viento, el movimiento
relativo del aire respecto a la bala. Magnus demostró su
explicación haciendo uso de un cilindro rotatorio que no se diferencia
mucho del cilindro de Flettner. Algo después el gran físico
inglés Lord Raleigh volvió a descubrir, independientemente, el
mismo fenómeno para las pelotas de tenis, dando la explicación
correcta. En los últimos años, el conocido profesor Prandtl realizó
estudios experimentales y teóricos sobre el movimiento de fluidos
en un cilindro Magnus, en los que prácticamente proyectaba lo
que luego fue construido por Flettner. Flettner vio los estudios de
Prandtl y fue entonces cuando pensó en aplicarlos a un barco en
sustitución a las velas. A lo mejor, ¡si no fuera por él nadie hubiera
caído en la cuenta!
189/266
La causa de la formación de meandros en
los ríos y la ley de Baer
Es un hecho sabido que los ríos tienen tendencia a formar
líneas sinuosas en vez de seguir la mayor pendiente de la región.
Los geógrafos también saben que los ríos del hemisferio norte
tienden a desplazarse principalmente hacia el lado derecho. Los
ríos del hemisferio sur se comportan a la inversa (ley de Baer).
Existen numerosos intentos de explicar este fenómeno y no estoy
seguro de que haya algo nuevo para el especialista en lo que voy a
explicar; de todas maneras hay partes que son conocidas. Pero
como no he encontrado a nadie que supiera todas las derivaciones,
creo que es correcto exponerlas brevemente.
En primer lugar, está claro que la erosión será tanto mayor
cuando mayor sea la velocidad de la corriente en la orilla correspondiente,
es decir, cuando mayor sea la disminución de la velocidad
de la corriente hasta llegar a valer cero en la orilla. Esto es
válido con independencia de que la erosión se deba a efectos
mecánicos o a factores físico-químicos (disolución de componentes
del suelo). Por lo tanto, tenemos que centrar nuestra atención
en las circunstancias que influyen sobre la rapidez con que
disminuye la velocidad de la corriente en la orilla.
En ambos casos, la asimetría en la disminución de la velocidad
se debe indirectamente a la formación de un fenómeno de tipo
circulatorio que vamos a examinar en las siguientes líneas.
Empezaré con un pequeño experimento que todo el mundo
puede repetir con facilidad: tomar una taza llena de té con el
fondo plano. En el fondo hay algunas hojas de té, que se encuentran
ahí por ser más pesadas que el líquido. Si damos vueltas con
una cuchara, se establecerá un movimiento de rotación y las hojas
de té se reunirán en el centro del fondo de la taza. La causa de este
fenómeno es el siguiente: al mover el líquido, actúa una fuerza
190/266
centrífuga sobre él. Esta fuerza no ocasionaría ninguna modificación
en la corriente del fluido si este girara como un cuerpo rígido.
Pero cerca de la pared el fluido es frenado por el roce, por lo que
esta parte de él adquiere una velocidad angular diferente que la
del resto, situado más al centro. En particular se reduce la velocidad
angular, y por consiguiente la fuerza centrífuga también,
cerca del fondo. Por tanto, la fuerza centrífuga es menor en el
fondo de la taza y esto originará una circulación del líquido del
tipo dibujado en la figura 1. Ella crece hasta entrar en contacto
con el fondo, donde es frenada por el roce. Las hojas de té son llevadas
al centro de la taza por el movimiento de circulación y
prueban la existencia de dicha circulación.
Fig. 1
De manera análoga sucede en un río que forma un recodo. En
todas las secciones del río se origina una fuerza centrífuga, dirigida
hacia la parte exterior de la curvatura (de A a B).
191/266
Fig. 2
Pero esta fuerza centrífuga es menor en la vecindad del suelo,
donde la velocidad del agua es menor a causa del roce. Esto ocasiona
la formación de una circulación del tipo dibujado en la
figura 2, bajo la influencia, aunque débil, de la rotación de la Tierra.
Esta ejerce una fuerza de Coriolis en dirección transversal a
la de la corriente, cuya componente horizontal vale para cada
unidad de masa del líquido, donde v es la velocidad de la corriente
del líquido, la velocidad de rotación de la Tierra, y la latitud geográfica.
Debido a que el roce del suelo también reduce esta fuerza,
esta también origina un movimiento de circulación del tipo representado
en la figura 2.
Tras esta reflexión introductoria, volvamos a la distribución de
la velocidad en la sección del río, que es la que regula la erosión.
Para esto tenemos que imaginarnos cómo se origina y mantiene la
(turbulenta) distribución de velocidades en un río. Si el agua de
un río fuera puesta en movimiento repentinamente por la introducción
de un impulso de fuerza uniformemente distribuido, la
distribución de velocidades en la sección sería al principio proporcional.
Solo poco a poco se iría formando una distribución de velocidades
que crecería desde las cercanías de las orillas hacia el
interior, debido al rozamiento con las paredes del lecho del río.
Una perturbación (en el medio más o menos) de la distribución
estacionaria de velocidades solo se volvería a restablecer lentamente
bajo la influencia del roce.
La hidrodinámica simboliza el restablecimiento de la anterior
distribución estacionaria de velocidades, de la manera siguiente:
en una distribución de velocidades sistemática (potencial del
flujo) todos los remolinos están concentrados en las paredes del
lecho. Se despegan de las orillas y se dirigen lentamente hacia la
parte media de la sección del líquido, distribuyéndose en una capa
192/266
de grosor creciente. Con ello disminuye la caída de velocidad en
las cercanías de las paredes del lecho. El rozamiento interno del
líquido absorbe poco a poco los remolinos, los cuales son reemplazados
por los nuevos que se han formado en la orilla. De esta
manera se establece una distribución cuasiestacionaria de velocidades.
El proceso para llegar a la distribución estacionaria de
velocidades es lento. En esto descansa el que causas relativamente
insignificantes sean capaces de influir notablemente sobre la distribución
de velocidades en la sección. Pensemos ahora en la influencia
que puede ejercer en la distribución de velocidades el
movimiento de circulación representado en la figura 2, independientemente
de si está originado por un recodo del río o por la
fuerza de Coriolis. Las partículas más rápidas del líquido serán
aquellas que estén más alejadas de las paredes del lecho, es decir,
las que se encuentran en la parte superior por encima del centro
del fondo. Estas partículas del líquido son empujadas por el movimiento
de circulación hacia la pared derecha, mientras que la
pared izquierda recibe las partículas procedentes de las cercanías
del fondo y que por tanto son las que poseen menor velocidad.
Por consiguiente la erosión ha de ser mayor en el lado derecho
que en el izquierdo (en el caso de la figura 2). Hay que hacer notar
que esta explicación se basa en el hecho de que el movimiento de
circulación lento del líquido influye considerablemente en la distribución
de velocidades, debido a que la igualación de las velocidades
por el roce interno es también un fenómeno lento.
Con esto hemos explicado las causas de la formación de los
meandros. De todas maneras se pueden sacar fácilmente algunas
consecuencias. La erosión no solo será mayor en la pared derecha
sino que lo será también en la parte derecha del fondo, con lo que
el perfil tenderá a adoptar la forma representada en la figura 3.
193/266
Fig. 3
Por otra parte, el agua llega a la superficie por la parte
izquierda más cercana a la pared, por lo tanto en la parte
izquierda el agua se mueve más lentamente en la superficie que a
mayor profundidad. Esto se ha comprobado. También es cierto
que el movimiento de circulación posee inercia. Por consiguiente
la circulación alcanzará su máximo valor después del punto de
mayor curvatura, al igual que la asimetría en la erosión. Con lo
cual, en el transcurso de la erosión, habrá un adelanto de la ondulación
en la formación de los meandros, en el sentido de la corriente.
Finalmente, el movimiento de circulación será más lento
cuanto mayor sea la sección transversal del río, y por tanto cuanto
mayor roce haya; por lo cual la ondulación en la formación de meandros
crecerá cuando aumente la sección transversal del río.
La influencia de Maxwell en el desarrollo
de la concepción de lo físico-real
La creencia en un mundo exterior independiente de los objetos
percibidos está en la base de todas las ciencias de la naturaleza.
Debido a que las percepciones sensoriales solo dan una información
indirecta de este mundo exterior, por ejemplo, de lo físicoreal,
este solo puede ser comprendido por nosotros a través del
camino especulativo. De esto se desprende que nuestra
194/266
interpretación de lo físico-real nunca será definitiva. Tenemos que
estar siempre dispuestos a modificar esta interpretación, esto es,
el fundamento axiomático de la física, para justificar de una manera
lógica, lo más completa posible, los fenómenos de la percepción.
De hecho, una visión del desarrollo de la física muestra que
este fundamento axiomático ha experimentado profundos cambios
a lo largo del tiempo.
La alteración más importante del fundamento axiomático de
la física, es decir, de nuestra interpretación de la estructura de lo
real, desde la fundación por Newton de la física teórica, ha sido
provocada por las investigaciones de Maxwell y Faraday sobre los
fenómenos electromagnéticos. Vamos a intentar recordar con
mayor exactitud toda esta evolución.
Según el sistema de Newton, lo físico-real está determinado
por los conceptos siguientes: espacio, tiempo, punto material y
fuerza (equivalente a interacciones entre los puntos materiales).
Los sucesos físicos se han de interpretar a partir de los movimientos
de los puntos materiales en el espacio. El punto material es el
único representante de lo real, en tanto este es variable. El concepto
de punto material lo originaron seguramente los cuerpos
perceptibles; se pensaba en un punto material como algo análogo
a los cuerpos móviles, suprimiendo a estos las características de
dimensión, forma, orientación espacial, y las cualidades «interiores
», manteniendo la inercia y la traslación y añadiendo el concepto
de fuerza. Los cuerpos materiales que psicológicamente
produjeron la formación del concepto de «punto material»,
tenían que ser ahora concebidos como un sistema de puntos materiales.
Hay que hacer notar que la entidad de este sistema es
atómica y mecánica. Según la ley de movimiento de Newton, todos
los sucesos se tenían que entender mecánicamente, esto es,
como movimientos de los puntos materiales.
195/266
El punto menos satisfactorio de esta teoría es fundamentalmente
aparte de las dificultades que origina el concepto del «espacio
absoluto» la teoría de la luz. Newton creía que la luz estaba
compuesta por puntos materiales. Ya entonces se debían preguntar
los científicos qué ocurre a la luz, constituida por puntos
materiales, cuando es absorbida. Tampoco es satisfactoria la introducción
de puntos materiales de diferente clase como lo exigía
la descripción de la materia ponderable y de la luz. A estas dos
clases aún se añadió una tercera con propiedades totalmente
diferentes: los corpúsculos eléctricos. Una debilidad del fundamento
consistía en que se tenían que admitir hipotética y arbitrariamente
las fuerzas originadas por las interacciones que determinaban
los sucesos. Pero a pesar de todo, esta interpretación
de lo real consiguió grandes logros. ¿Cómo se llegó a tener la impresión
de que había que abandonarla?
Para poder formular matemáticamente su sistema, Newton
tuvo que encontrar el concepto de cociente de derivadas y expresar
las leyes del movimiento en forma de ecuaciones diferenciales
quizás el paso intelectual más grande dado jamás por un
hombre. Para ello no era necesario usar ecuaciones en derivadas
parciales; Newton nunca hizo un uso metódico de estas. Pero eran
necesarias para la formulación de la mecánica de los cuerpos deformables;
esto está relacionado con el hecho de que, en principio,
en estos problemas no interviene la manera como están construidos
los cuerpos a partir de los puntos materiales.
De esta manera, las ecuaciones en derivadas parciales entraron
en la física como servidoras, pero poco a poco se han ido
convirtiendo en dominadoras. Esto empezó en el siglo XIX, al imponerse
la teoría ondulatoria debido a las observaciones experimentales.
La luz en el espacio vacío era concebida como un fenómeno
ondulatorio del éter y por lo tanto tenía que parecer inútil
volver a considerar al éter como un conglomerado de puntos
196/266
materiales. Aquí aparecieron por primera vez las ecuaciones en
derivadas parciales como la expresión natural de la física elemental.
Por consiguiente, el campo continuo se erigía en representante,
junto al punto material, de lo físico-real. Esta dualidad
no ha desaparecido hasta ahora, por muy molesta que sea para
toda persona sistemática.
La idea de lo físico-real había dejado de ser únicamente atómica
para convertirse en puramente mecánica. Se seguía intentando
interpretar todos los sucesos como movimientos de la masa inercial.
Era inconcebible otra clase de interpretación. Fue entonces
cuando se realizó el gran cambio que quedará ligado para siempre
a los nombres de Faraday, Maxwell y Hertz. La parte más importante
de esta revolución la llevó a cabo Maxwell. Demostró que todo
lo que entonces se conocía sobre la luz y los fenómenos electromagnéticos
se podía descubrir mediante su conocido doble sistema
de ecuaciones en derivadas parciales, en el que el campo
magnético y el eléctrico son las variables dependientes. Maxwell
intentó fundamentar estas ecuaciones en la mecánica.
Pero esto le resultó imposible y así parecía que las propias
ecuaciones eran lo esencial y que las intensidades de campo que
aparecían en las ecuaciones eran entes elementales irreductibles.
Hacia finales del siglo esto ya era admitido por casi todo el mundo
y los científicos serios habían abandonado los intentos de basar
las ecuaciones de Maxwell en la mecánica. Pronto se intentó hacer
al revés, es decir, explicar los puntos materiales y su inercia con
ayuda de la teoría de campo de Maxwell. Tampoco en este caso los
esfuerzos se vieron recompensados con el éxito.
Si dejamos aparte los resultados que ha traído consigo el trabajo
de Maxwell y nos concentramos en la modificación que ha introducido
en la interpretación de lo físico-real, podemos decir lo
siguiente: con anterioridad a Maxwell se pensaba en lo físico-real
en tanto tenía que explicar los fenómenos de la naturaleza
197/266
como puntos materiales cuyas alteraciones únicamente se deben a
movimientos que pueden ser formulados por medio de ecuaciones
en derivadas parciales. Después de Maxwell, se pensaba que lo
físico-real estaba caracterizado por campos continuos, no explicables
mecánicamente, que podían ser formulados mediante ecuaciones
en derivadas parciales. Esta modificación en la interpretación
de lo real es la más profunda y fructífera que ha experimentado
la física desde Newton. Pero también hay que admitir
que aún no se ha logrado la completa realización de la idea descriptiva.
Los sistemas físicos eficaces formulados desde entonces,
ponen de manifiesto los compromisos existentes entre estos dos
programas. Llevan el sello de lo provisional e incompleto, debido
a su carácter de compromiso, a pesar de que individualmente han
realizado grandes adelantos.
Entre dichos sistemas, hay que nombrar en primer lugar la
teoría de los electrones de Lorentz, en la que los corpúsculos eléctricos
y el campo aparecen como elementos de igual valor en la interpretación
de lo real. A continuación vino la teoría de la relatividad
restringida y de la relatividad general. Lo cual a pesar
de estar basada en consideraciones de la teoría de campo no ha
podido evitar, hasta ahora, la introducción independiente del
punto material y de las ecuaciones diferenciales.
La última creación de la física teórica: la mecánica cuántica,
difiere en su fundamento de los dos programas anteriormente
citados, que provisoriamente llamaremos de Newton y de Maxwell.
Pues las magnitudes que resultan de sus ecuaciones no intentan
describir lo físico-real, sino que únicamente intentan expresar
la posibilidad de aparición de una determinada realidad
física. Dirac, a quien en mi opinión tenemos que agradecer la formulación
lógica más completa de esta teoría, indica que, por poner
un ejemplo, sería bastante difícil describir teoréticamente al
fotón, de tal manera que la descripción contuviera la suficiente
198/266
base para saber si un electrón atravesará o no un polarizador
colocado oblicuamente en su camino.
No obstante, me inclino por la opinión de que a largo plazo, el
físico no se contentará con una descripción indirecta de lo real, ni
tampoco en el caso de que dicha teoría se ajuste satisfactoriamente
al postulado de la relatividad general. Entonces se tendrá
que volver a intentar la realización del llamado programa de Maxwell:
descripción de lo físico-real por medio de campos que satisfagan
ecuaciones en derivadas parciales sin singularidades.
Sobre la verdad científica
1. No es fácil dar sentido claro a la expresión «verdad
científica». El sentido de la palabra «verdad» cambia según se
trate de un hecho experimental, de una ley matemática o de la
teoría de una ciencia de la naturaleza. Bajo la expresión «verdad
religiosa» tampoco puede pensarse nada que sea claro.
2. La investigación científica puede hacer menguar las creencias
supersticiosas por medio del pensamiento causal. En la base
de todo buen trabajo científico existe un sentimiento religioso
relacionado con convicciones de la razón. Por ejemplo, la comprensibilidad
del mundo.
3. Mi concepto de Dios está formado por un sentimiento profundo
que se vincula con el convencimiento de que una razón se
manifiesta en la naturaleza; según la manera de expresarse normalmente
se le podría describir como «fantástico» (Spinoza).
4. Las tradiciones confesionales solo puedo considerarlas bajo
el punto de vista histórico y psicológico; no tengo ninguna otra
relación con ellas.
199/266
Para humillación del hombre científico
¿Podemos elegir el descubrimiento de la verdad, o dicho más
humildemente comprender el mundo experimentable por medio
del pensamiento lógico constructivo, como meta independiente de
nuestra vida? ¿O hay que subordinar ese esfuerzo por alcanzar
una comprensión razonable a otras metas «prácticas»? El
pensamiento puro carece de medios para contestar a esta pregunta.
En cambio, la decisión que se tome tiene una influencia
considerable en nuestro pensamiento y en nuestras obras.
Suponiendo que se tenga un carácter que permita adoptar convicciones
inmutables. Déjenme confesar: para mí, la búsqueda del
conocimiento es una de esas metas sin las cuales no creo que le
sea posible al hombre racional alcanzar una información consciente
de su propia existencia.
La esencia de la búsqueda del conocimiento es lograr tanto un
dominio lo mayor posible de los fenómenos experimentales, como
una sencillez y economía en las hipótesis fundamentales. La compatibilidad
definitiva de estas metas es cuestión de fe, dado el estado
primitivo en que se encuentra nuestra investigación. Sin esta
fe, mi convicción en el valor independiente del conocimiento no
sería absoluta.
Esta orientación religiosa, por decirlo así, del hombre
científico hacia la verdad, no deja de influir en la personalidad.
Pues para el investigador no existe, en principio, ninguna autoridad
cuyas decisiones puedan reclamar el derecho a considerarse
«verdad», aparte de lo que brinda la naturaleza y de las leyes
elaboradas por el pensamiento. Por eso se da la paradoja de que
un hombre que dedica sus mejores esfuerzos a lo objetivo, socialmente
es considerado un individualista que, al menos en principio,
solo se fía de su propio juicio. Incluso se puede sostener la
opinión de que el individualismo intelectual y la búsqueda
200/266
científica aparecieron juntas en la historia, y desde entonces han
sido inseparables.
El hombre científico que hemos caracterizado no es más que
una pura abstracción que no encontraremos en la vida real. Algo
análogo a lo que sucede con el homo economicus de la economía
clásica. Pero creo que no existiría nada parecido a la ciencia que
hoy poseemos, si no hubiera existido el hombre científico, al
menos de forma aproximada en muchos individuos, a lo largo de
los siglos.
No considero hombre científico a todo el que emplea instrumentos
y métodos «científicos» de manera directa o indirecta, por
el hecho de haber aprendido a usarlos. Solo me refiero a aquellos
que de verdad poseen una mentalidad científica.
¿Qué situación ocupa el hombre científico en la sociedad? Está
orgulloso de haber transformado, al menos indirectamente, la
vida económica de los hombres mediante la eliminación del trabajo
muscular. Por otro lado, le atormenta que sus logros experimentales
hayan traído una amenaza para la humanidad, después
que estos frutos de la investigación cayeron en manos de los representantes
del poder político. Son conscientes de que las investigaciones
sobre los métodos técnicos han conducido a una concentración
de poder económico, y por tanto también político, en
manos de una minoría, de cuyas manipulaciones depende por
completo el destino de la masa de individuos. Aún más: tal concentración
del poder económico y político en manos de unos pocos
no solo ha traído consigo una dependencia material, sino que
también amenaza su existencia, impidiendo el desarrollo de una
personalidad independiente, mediante el uso de medios de influencia
espiritual muy refinados.
Con esto vemos el trágico destino que espera al hombre
científico. Llevado por la búsqueda de la claridad e independencia
interiores, ha logrado mediante esfuerzos sobrehumanos, los
201/266
medios para su esclavización exterior y su aniquilamiento interior.
Ha de dejar que los representantes del poder político le
pongan un bozal. Se ve obligado a sacrificar su propia vida y a
destruir las ajenas, aunque esté convencido de la inutilidad de tal
sacrificio. Ve con claridad que el hecho, producto de la historia, de
que los estados nacionales se hayan convertido en representantes
del poder económico, político y por tanto también militar, llevará
a la destrucción de todos. Sabe que solo la disolución de los métodos
de pura violencia a través de un ordenamiento jurídico supranacional
puede salvar a la humanidad. Pero ha llegado a un punto
en que acepta la esclavitud que se le ha impuesto, como un hecho
inevitable. Incluso se rebaja a ayudar en el perfeccionamiento de
los métodos y medios para la aniquilación de los hombres, cuando
se lo ordenan.
¿Debe aceptar el hombre científico todas estas humillaciones?
¿Ha pasado ya la época en la que podía iluminar y enriquecer la
vida de los hombres mediante la libertad e independencia de sus
pensamientos e investigaciones? ¿No habrá olvidado sus responsabilidades
al dirigir su vida solo hacia lo intelectual? Yo respondo
lo siguiente: a un hombre interiormente libre, y escrupuloso,
se le puede destruir, pero no se puede hacer de él ni un esclavo
ni una herramienta ciega.
Si los hombres científicos de nuestra época encontraran
tiempo y valor para sopesar tranquila y críticamente su situación
y sus deberes, las esperanzas de resolver favorable y razonablemente
la peligrosa situación internacional, aumentarían en gran
proporción.
202/266
Apéndice:
Notas acerca del origen
de los textos y de sus destinatarios
Cómo veo el mundo
Escrito en 1930. Publicado en inglés en
1931, en el tomo 13.º de Living Philosophies
(Nueva York).
El Estado y la conciencia
individual
Publicado el 22 de diciembre de 1950 en la
revista norteamericana Science. Impulsó a este
examen de conciencia la adhesión, en ese año,
del profesor Einstein a la Society for Social Responsibility
in Science. Esta sociedad cuyos
principios democráticos surgían de la tradición
cuáquera de activo amor al prójimo y pacifismo,
tan afines a los ideales de Albert Einstein,
agrupaba a los ingenieros, técnicos,
naturalistas y médicos de todas las naciones.
Fue fundada en Haverford (Pennsylvania), en
septiembre de 1949.
Religión y ciencia
Publicado por primera vez en el Berliner
Tageblatt el 11 de noviembre de 1930.
Fascismo y ciencia
Alfredo Rocco (1875-1935), notorio jurista,
dio sus leyes al fascismo. De 1924 a 1925 fue
presidente de la Audiencia Italiana. De 1925 a
1932 fue ministro de Justicia y de Asuntos Culturales.
Escribió entre otras obras La dottrina
del Fascismo e il suo pasto nella storia del pensiero
politico y Dallo Stato liberale allo Stato
fascista. Había sido rector de la Universidad de
205/266
Roma. La carta del profesor Einstein, fechada
en Berlín, apareció en tiempos en que el profesor
Rocco era ministro de Cultura.
Necesidad de la cultura ética
Este artículo fue leído el 6 de enero de 1951
como prueba de simpatía por el 75.º
aniversario de la Ethical Cultural Society de
Nueva York. En su declaración, el presidente
Algernon D. Black definió esta sociedad como
no dogmática, basándose en el principio de que
cada religión tiene el objetivo de fomentar la
liberación y el compañerismo de las gentes por
medio de un trabajo activo. Su principio fundamental
es el respeto del individuo y la fe en la
bondad de los seres humanos.
206/266
Paraíso perdido
Escrito poco después de la fundación de la
Sociedad de Naciones en Ginebra en 1919, y
luego traducido y publicado en francés con
motivo de la creación de las Naciones Unidas
en 1946. Demuestra cuán doloroso fue para el
profesor Einstein la traición de los científicos
en la Internacional de los Intelectuales.
De la libertad de enseñanza
La toma de posición de Einstein ante el
«caso Gumbel» tuvo lugar en 1931, cuando la
campaña sistemática de métodos terroristas
por parte de estudiantes de derechas contra el
profesor Emil Julius Gumbel empezaba a ser
grave. El profesor Gumbel nació en Múnich en
1891. Perteneció al claustro de la Universidad
de Heidelberg desde 1923 hasta 1932. Los
nacionalistas alemanes lo convirtieron en su
207/266
enemigo más odiado después que publicó sus
trabajos estadísticos: Cuatro años de crimen
político, Libro Blanco del negro ejército del
Reich y Traición de un Tribunal decadente.
Junto con los profesores Einstein y Radbruch
fue un ferviente pacifista y demócrata. Después
de su expulsión de Alemania, pudo seguir su
actividad académica en Lyon y luego en Nueva
York.
Métodos modernos de
inquisición
El 2 de mayo de 1953 un profesor de Brooklyn,
William Frauenglass, escribió al director
del New York Herald Tribune una carta en la
que se quejaba del tratamiento antidemocrático,
inquisitorial, de que se le había hecho
objeto cuando se lo citó a comparecer ante un
comité anticomunista de Washington. La acusación
era que en 1947 había participado en un
208/266
curso para maestros sobre relaciones internacionales.
Pese a haber sido amenazado con
su expulsión de la docencia, Frauenglass se
negó a declarar sobre sus convicciones
políticas.
Ante la precariedad de su situación decidió
escribir al no conformista profesor Einstein,
quien ya había manifestado su oposición a los
métodos de inquisición del senador McCarthy.
La respuesta de Einstein se publicó el 12 de junio
de 1953 en el New York Times. Aseguraba
que él también se hubiera negado a comparecer
ante un comité de tal tipo, y provocó una avalancha
de llamadas telefónicas a la redacción,
así como una larga polémica en la prensa. «Fue
tal la reacción» recordaba después Albert Einstein,
«que todo junio de 1953 los diarios principales
se ocuparon poco o mucho del tema, lo
que era de esperar, aunque todos los anuncios
grandes ya estaban impresos. Después inicié
una campaña privada de firmas que tuvo un eco
entusiasta, aunque debo decir que no figuraron
firmas verdaderamente importantes». Bertrand
209/266
Russell tomó el partido de Einstein. El célebre
filósofo inglés mandó el 15 de junio de 1953 las
siguientes irónicas líneas al New York Times:
«Su nota editorial del 13 de junio polemiza con
el punto de vista de Einstein respecto a que los
profesores deben negarse a responder las preguntas
de los enviados del senador McCarthy.
De esta editorial surge que son ustedes partidarios
de una obediencia a la ley, aún injusta. Me
parece poco creíble que no se hayan detenido a
considerar las consecuencias de tal postura.
¿Condenan a los mártires cristianos que se negaron
a honrar los dioses oficiales? ¿Condenan a
John Brown, precursor de la lucha por la abolición
de la esclavitud? Sí, debo suponerlo: condenan
también a George Washington, y opinan
que hay que devolver su país a los dominios de
Su Graciosa Majestad la Reina Isabel II. Como
fiel súbdito británico aplaudo su opinión, pero
me temo que no encontrará respaldo muy
entusiasta en su patria».
210/266
Educación para una
independencia en el pensar
Resumen de una entrevista sobre problemas
educacionales aparecida en el New York Times
en otoño de 1952.
A los colegiales japoneses
Volviendo de China, Einstein se detuvo en
Kobe el 20 de noviembre de 1922. En enero de
1923, con motivo de un viaje, tuvo una breve
entrevista en francés con el emperador del
Japón.
La Academia de Davos
En la primavera de 1926, el profesor J. Kollaritis,
huésped en la estación curativa de
211/266
Davos, declaró a la Davoser Revue, publicación
local, su idea de crear una Academia Internacional
de Estudios a nivel Universitario en
aquel paraje. La idea había sido propuesta,
aunque con poco eco, ya cinco años antes por el
escultor Philipp Modrow. Mejor acogida consiguió
en otoño de 1927 la idea del profesor
Gottfried Solomon de celebrar cada primavera
un congreso internacional de profesores y de
alumnos, y dando así un paso práctico hacia la
comprensión entre los pueblos. El primer congreso
tuvo lugar entre el 18 de marzo y el 14 de
abril de 1928, con asistencia de cuarenta y
nueve profesores de cuatro países y de unos
doscientos cincuenta alumnos. Entre otros,
participaron los profesores Lucien Lévy-Bruhl,
Hans Driesch, Nicolai Hartmann, Gustav Radbruch,
William Rappard y Albrecht von
Mendelsson-Bartholdy. El segundo y tercer
congreso tuvieron lugar bajo la dirección de los
senadores suizos Motta y Häberlin. Los
siguientes congresos fueron impedidos por el
chauvinismo nacionalista creciente, y esta
212/266
«Universidad en la Cruz» en la que profesores y
alumnos buscaban juntos los resultados, quedó
detenida.
Las palabras publicadas en este libro fueron
dichas por Einstein el 18 de marzo de 1928,
antes de dar lectura a su conferencia «Conceptos
fundamentales de la física y su evolución».
Leyó esta de una versión taquigráfica y dijo, en
resumen, que el hombre primitivo atribuía todos
los sucesos a la voluntad de unos espíritus
invisibles; luego comprendió que son espíritus
más elevados aún las leyes de la causalidad. Existe
pues la ficción del libre albedrío, que no
pone en peligro a la causalidad, y que a través
de la física se puede hacer tambalear. Después
de referirse a los conceptos fundamentales de la
física tal como se encuentran en la geometría de
Euclides y en la mecánica clásica encarnada por
Galileo y por Newton, Einstein trazó un panorama
de los logros alcanzados por Faraday y
Maxwell en el desarrollo de la mecánica, que
vinieron a ser completados por la teoría de la
relatividad.
213/266
Después de su conferencia, el profesor Einstein
tomó a su cargo la dirección de un seminario,
en el cual el escritor suizo Hans Mühlestein,
citando a Kant, se empecinó en una
posición antagónica a la sostenida por Einstein.
Este sostuvo todas las discusiones con humor
sabroso. Para ayudar a financiar este congreso,
Einstein aceptó ser violinista en un trío de
música de cámara organizado a propósito. Durante
un ensayo, el pintor austríaco Emmerich
Haas hizo un dibujo a lápiz del gran físico.
Discurso ante la tumba de H.
A. Lorentz
Su obra al servicio del trabajo
comunitario internacional
Hendrik Anton Lorentz (1853-1928) vivió
desde 1878 hasta su muerte en la ciudad de
Leiden, donde fue catedrático de física teórica.
En 1902 compartió con su compatriota Pieter
214/266
Zeeman el Premio Nobel de Física. Como
creador de la teoría de los electrones dio origen
a la noción de la estructura atómica de la electricidad,
preparada por las teorías de Maxwell y
Hertz. Presidente de la Comisión Para la Cooperación
Internacional del Trabajo Intelectual,
de la que Einstein era miembro, dedicó todas
sus fuerzas y su prestigio a procurar crear un
sentimiento de cuerpo en los intelectuales. Carl
Seelig comentó así una vez la íntima solidaridad
que unía a ambos físicos: «Albert Einstein y
el suizo».
Los «tratados de Solvay» deben su nombre
al químico belga Ernest Solvay (1838-1922),
quien en 1863 puso en marcha la fabricación de
una «Soda Solvay», que revolucionó la obtención
del carbonato de sodio. En 1902, de 1,76
millones de toneladas producidas en el mundo,
1,61 toneladas se obtenían por su sistema. Este
consiste en lo siguiente: en una disolución concentrada
de sal común a 400, se introduce
primero amoníaco y luego dióxido de carbono.
215/266
Calcinada la mezcla, se recupera una mitad del
dióxido de carbono y del amoníaco empleados.
Las ganancias salidas de su descubrimiento
y sus fábricas fueron donadas por Ernest Solvay
en parte a instituciones filantrópicas y en parte
a institutos de investigación científica. Las
«conferencias Solvay», financiadas por él, fueron
a partir de 1909 los congresos principales de
físicos y de químicos. Einstein participó en ellas
por primera vez en 1911. Él y Solvay habían sido
nombrados doctores honoris causa por la
Universidad de Ginebra en el verano de 1909.
H. A. Lorentz como creador y
como personalidad
Einstein terminó este artículo a fines de febrero
de 1953, y ese verano lo leyó con motivo de
la celebración del centenario del nacimiento de
Lorentz, en Leiden, su ciudad natal. La sección
de ciencias naturales del Rijkmuseum
216/266
organizaba al mismo tiempo una exposición
sobre la obra y la personalidad del sabio; mientras
que sus trabajos sobre la producción de bajas
temperaturas y la licuefacción del helio eran
comentados por su colega Oonnes Kamerlingh
(1853-1926). Como donación digna del museo,
Einstein le entregó toda su correspondencia
con Lorentz. El resto de los papeles de este se
guardan en el Archivo Real, en Amsterdam.
El llamado experimento de Michelson-Morley,
o Investigación Morley, fue realizado en
1881 en el observatorio astrofísico de Potsdam
por el físico polaco-norteamericano Albert A.
Michelson (1852-1931). La idea era intentar
medir el movimiento de la tierra respecto al hipotético
éter. Permitió que Einstein, en 1905,
abandonara el concepto clásico de espaciotiempo
y formulara el principio de la constancia
de la velocidad de la luz en su teoría de la relatividad
restringida. Michelson, que estudió
física en Alemania como alumno de Helmholz,
recibió el Premio Nobel de Física en 1907 por
217/266
sus instrumentos ópticos de precisión y sus
estudios sobre espectroscopia y meteorología.
Josef Popper-Lynkeus
(Nacido en Kalin, Bohemia, en 1838;
muerto en la ciudad de Viena, en 1921).
La concepción del mundo y la importancia
literaria de este talento político-social, exige
una breve reseña de su vida y su obra. Su amiga
la escritora Else Feldmann lo describe como
«dócil y bueno como un ángel, pero con arrebatos
de ira en que se encendía como fuego». La
primera vez que la vio, él le preguntó si sus
padres vivían, si tenían recursos y cuál era su
profesión. «Popper era así. Le interesaba todo
cuanto incumbía a las gentes, si tenían qué
comer, que no sintieran frío en invierno, que no
enfermaran, si se encontraban a gusto en su
trabajo o si les alcanzaba el sueldo. En segundo
lugar venían el carácter, las cualidades o los
218/266
defectos». La víspera de su muerte a los
ochenta y tres años, el 21 de diciembre de 1921,
Else Feldmann estaba sentada junto a su lecho.
Él abrió súbitamente los ojos y preguntó
bromeando: «¿Cómo imagina el futuro?». Contenta
por ese lapso de lucidez ella contestó:
«Espero que llegue el día en que nadie pase
hambre». «Sí» respondió con voz débil. «Eso
sería el comienzo. Yo ni siquiera lo habré
visto».
Su carrera empezó en Praga, donde escribía
remites para mercancías y billetes de ferrocarril.
Después fue telegrafista, hasta que pudo independizarse.
Más adelante, en Viena, firmaba
una columna en un periódico, informando
sobre los adelantos de la ciencia y de la técnica.
Estas reseñas lo mantenían hasta muy tarde en
la redacción, y simultáneamente se inscribió
como oyente en las clases de astronomía,
matemáticas y física de la Universidad de Viena.
En 1867 apareció por primera vez ante el
público como descubridor. Había logrado construir
un condensador de aire que se hizo
219/266
mundialmente famoso, así como una caldera de
evaporación autorrefrigerada, además de la formulación
matemática de la influencia de la rarefacción
del aire en el consumo del vapor. A los
veinticuatro años ya había comunicado el principio
de la transmisión de las fuerzas eléctricas
a la Real Academia de Ciencias de Viena. Debido
a su mala salud debió abandonar sus trabajos
técnicos: casi todas las grandes torres de
refrigeración de Austria se habían montado
bajo su dirección personal, trabajo en que corría
peligro su vida, y cuyas inspecciones
cumplía en tiempos del peor calor o frío o
viento.
Entonces dedicó muchos años al estudio de
Montaigne, al genial físico y autor de aforismos
satíricos G. Ch. Lichtenberg, a Rousseau,
Schiller y Voltaire, cuya lucha contra la hipocresía
lo impresionó profundamente. «Antes de
él» escribió, «respiraban las gentes de Europa
en densas tinieblas. Disponían solo de algunos
viejos libros legados por el pasado. Entonces
surgió una risa que sacudió al mundo, un rayo
220/266
que estremeció el espacio, los hombres se
sobresaltaron, los libros caían al suelo: Voltaire
estaba allí».
Como filántropo, Josef Popper publicó dos
libros bajo el seudónimo de Lynkeus: Die allgemeine
Nährpflicht als Lösung der sozialen
Frage (1912) (El sustento obligatorio general
como solución de la cuestión social) y Das
Recht zu leben, und die Pflicht zu sterben
(1878) (Lo justo para vivir, la obligación para
morir). El primero flagela a los partidos políticos,
y plantea detalladas propuestas para resolver
el problema social: «El Estado debe asegurar
a todos los ciudadanos el mínimo indispensable
para vivir en cuanto a alimento,
vestido, techo y salud. En retribución, cada
ciudadano servirá al Estado durante un lapso
de tiempo determinado: catorce años los
hombres y ocho las mujeres». Disponiendo estos
de tiempo libre para ganar salarios que les
permitan darse gustos y aprender. La inmoralidad
de los Estados que utilizan a sus
ciudadanos para fines bélicos sin ofrecerles lo
221/266
necesario para vivir en tiempos de paz lo embanderó
en contra del servicio militar obligatorio
y la pena de muerte. En el segundo de estos
libros expone su idea de que nadie debería
estar obligado a participar en un acto bélico,
pues «cuando reina la justicia cualquiera es
libre para morir por sus ideales. Pero nadie
debe morir por los ideales de otros».
Profundo conocedor de la cultura china,
Popper proponía una purificación de la razón
humana antes que cualquier religión positiva.
Sus leyes fundamentales eran: la inviolabilidad
de la vida ajena, respeto al individuo, tolerancia
ante las ideas. Sobre la base de estas normas escribió
ochenta cuentos breves y anécdotas que
publicó en 1899 con el título de Fantasías de
un Realista. En ellas se nota la influencia de
Confiado, a quien consideraba el hombre más
importante de la historia universal. El libro
desencadenó escándalos que llegaron al Parlamento,
y al fin fue confiscado por dos gobiernos,
el austrohúngaro y el ruso «por razones
de moralidad». Hasta 1922 estuvo entre los
222/266
libros prohibidos. Algunos de sus relatos pacifistas
se tradujeron a varios idiomas, por ejemplo
«En el campo de batalla» y «Después de
Austerlitz».
Casi todos estos relatos fueron escritos por
Popper en sus ratos libres por la provincia austríaca,
que recorría para montar personalmente
sus innovaciones técnicas. Como era muy
pobre, tenía que dormir en las pensiones más
baratas, en cuyos insípidos y fríos cuartos escribió
las narraciones que más fama le dieron.
En los sesenta años de Arnold
Berliner
Esta felicitación apareció en la revista Die
Naturwissenschaften (Las ciencias naturales),
fundada en 1913 y dirigida hasta 1935 por el
doctor Arnold Berliner (1862-1942). Este
hombre apasionado por el trabajo intelectual y
el saber universal, fue eliminado de la dirección
223/266
por motivos racistas, y en 1942 dio fin a su vida
por desesperación. El libro de Berliner Enseñanza
de la Física, que conoció cinco ediciones,
fue utilizado por el profesor Walter
Nernst para sus conferencias.
Saludo a George Bernard
Shaw
La primera vez que se encontraron Albert
Einstein y el escritor satírico y crítico irlandés
George Bernard Shaw (1856-1950) fue en el
primer viaje de Einstein a Inglaterra, en la
primavera de 1921. Einstein y su mujer Elsa
vivieron una semana en Londres, en el palacio
del acaudalado Lord Richard Burton Haldane
(1856-1928). Este «imperialista liberal» hambriento
de humanidad, fue ministro de Guerra
de 1905 a 1912, y desde entonces hasta 1915
Lord Canciller del Reino. Siempre quiso un entendimiento
entre Inglaterra y Alemania.
224/266
Haldane, que terminada la primera guerra
mundial había publicado un libro titulado El
reino de la relatividad, sentía una profunda admiración
por Einstein, a quien llamó al
presentarlo en el Kings College, «el Newton del
siglo XX». En su Autobiografía, publicada en
1929 se lo ve con Einstein en su palacio de
Queen Annes Gate 28, en un retrato sacado de
una fotografía.
Se encontraron otra vez en un nuevo viaje
de Einstein, cuando, en octubre de 1933,
emprendía su definitivo exilio hacia Estados
Unidos, y a raíz de un importante premio de ayuda
académica que le otorgaron en Londres dio
una conferencia sobre el tema «Ciencia y Libertad
». Las palabras de bienvenida estuvieron a
cargo nada menos que del profesor Ernest
Rutherford, uno de los físicos experimentales
más originales del siglo.
El artículo «Saludo a George Bernard
Shaw» fue dicho en otoño de 1930. Sobre esta
estancia en Inglaterra escribió Blanche Patch,
secretaria de Shaw, en su libro publicado en
225/266
1951, Treinta años con G. B. S. Entre otras cosas
refiere cómo Shaw se comportaba con sus
contemporáneos, sin atribuir ninguna importancia
al rango social. Cuando Einstein comió a
mediodía con Shaw, estaban también Sir Herbert
Samuel, comisionado británico en Jerusalén
en 1923, y su hijo Edwin Samuel. Esa
noche o la siguiente dieron un banquete en
honor a Einstein en el hotel Savoy. Presidía la
mesa Lord Rothschild, quien acababa de hacer
junto con otras personalidades un llamamiento
en pro de los judíos de Europa oriental. Durante
la cena, Shaw pronunció un discurso dedicado
a Einstein que se transmitió por radio
hasta Hollywood. Entre otras cosas dijo que
Einstein había introducido en la ciencia un desorden
de miedo. Einstein exclamó: «¿A qué
viene eso? ¡Eso no es asunto suyo!». Shaw, que
detestaba por igual a los científicos dogmáticos
y a los teólogos dogmáticos, había hecho esta
observación como alabanza. Se chanceó durante
su discurso sobre el pequeño científico que
había derrotado a tantos tan grandes
Shaw,
226/266
que contaba setenta y cuatro años, se tomó tan
en serio este discurso que él, que nunca consultaba
notas cuando tenía que hablar, lo hizo
pasar a máquina la víspera.
En su brindis dijo: «Lo incluyo junto con
Pitágoras, Ptolomeo, Copérnico, Galileo, Kepler
y Newton en la lista de los ocho únicos grandes
físicos de la historia. De estos ocho, solo tres
formularon una teoría completa del Universo:
Ptolomeo, Newton y Einstein. Los otros hicieron
arreglos. Los tres grandes fueron los
líderes de un impulso de la humanidad que se
separa en dos: una se llama religión, la otra
ciencia. La primera se libra de todos los problemas
que suscita el problema del Universo.
Nos provee de conocimiento, seguridad, paz y
conceptos absolutos. Nos protege del progreso,
al cual todos tememos ya. La ciencia es absolutamente
lo contrario. Siempre está equivocada.
No soluciona un problema sin suscitar diez
nuevos. Todos estos grandes hombres procuran
arreglar estos problemas. Copérnico demostró
que Ptolomeo se había equivocado; Galileo
227/266
demostró que Aristóteles se había equivocado.
En ese punto se cortó la cadena. La ciencia se
encontró por primera vez con un fenómeno de
la naturaleza: un inglés. Como inglés, Newton
fue capaz de realizar extraordinarias tareas intelectuales.
Sabía que el Universo estaba formado
por astros en continuo movimiento, pero
que ninguno de estos cuerpos se desplazaba en
línea recta. Para explicar por qué esos movimientos
eran curvos en un Universo rectilíneo,
Newton tuvo que encontrar una fuerza llamada
gravitación, formulando una teoría del
Universo en la que se creyó devotamente, religiosamente,
durante trescientos años. El libro
de esta religión newtoniana no era esa cosa mágica
oriental que se conoce como la Biblia. Es el
libro de cabecera británico, el mapa astronómico.
Da la posición de todos los cuerpos
celestes, sus órbitas, la velocidad con que se
mueven, y las horas en que se oscurecen, o
pueden tropezar con la tierra como Sirio. Todo
es exacto, seguro, absoluto, e inglés. Pero a los
trescientos años de su primacía, un joven
228/266
profesor de Centroeuropa se levanta y dice a
nuestros astrónomos: Muy señores míos, si
observan con cuidado el próximo eclipse solar,
este se produjo el 29 de marzo de 1919, y puso
en marcha a los expedicionarios de la Royal Society
of London, estarán en condiciones de interpretar
las anomalías del perihelio de Mercurio.
El civilizado mundo newtoniano contestó:
Si tan temible afirmación resulta cierta,
y el difamado eclipse se confirma, ¡este joven
pasará a poner en duda la existencia de la gravitación!.
El joven profesor sonreía: La gravitación
es una hipótesis extraordinariamente
útil, y en la mayoría de los casos permite llegar
a resultados exactos. Él, personalmente, podía
pasarse sin ella. Entonces vinieron las preguntas.
Si no existe la gravitación, ¿cómo es que los
astros no se desplazan en línea recta? Y responde:
no hay necesidad de explicación,
puesto que el Universo no es rectilíneo. Es
curvo. Y allí ocurrió el naufragio del Universo
newtoniano, que fue sustituido por el Universo
de Einstein».
229/266
Durante el discurso hubo lugar también
para muchas frases maliciosas típicas de Shaw,
que divirtieron enormemente a Einstein. Por
ejemplo: «En Londres pueden conseguirse
grandes hombres por seis peniques. Forman
una sociedad muy decorativa. Cuando brindamos
por ellos y decimos conferencias sobre
sus personas nos sentimos culpables de actos
bochornosos, de hipocresías asqueantes. A
propósito, esta tarde tuve que hacer un brindis
por Napoleón. No pude decir la verdad sobre él,
es decir, que si no hubiera nacido, la raza humana
no habría perdido nada. Pero esta noche
no tenemos que sentirnos culpables. Bajo
hombres pequeños se esconden grandes
hombres, verdaderamente grandes. De esta
clase es el hombre que agasajamos hoy. Napoleón
y otros hombres eran fundadores de
Estados. Pero hay aún una especie de hombres
que los supera. Son creadores de Universos, y
como tales sus manos quedan limpias de sangre
humana». Shaw pedía perdón a Einstein por
haberse introducido en su «noble refugio» para
230/266
ayudar a los «más pobres de los pobres del
mundo», y terminó diciendo que todos tenemos
nuestros pequeños refugios: «Pero en vez de
utilizarlos para grandes descubrimientos solo
atinamos a agazaparnos en ellos, como niños
que gritan en la oscuridad. Desde todos estos
pequeños refugios enviamos al más grande de
nuestros contemporáneos, Albert Einstein,
nuestra admiración y nuestros deseos de que
goce de salud y de una larga vida».
Bertrand Russell y el
pensamiento filosófico
Este trabajo fue escrito para el V tomo de la
colección Library of Living Philosophers, editada
por el profesor A. Schilp. Su primera edición
apareció en 1946, dedicada a la filosofía de
Bertrand Russell.
El poco conocido en Europa, Thorstein
Bunde Veblen (1857-1929), es un crítico social
231/266
norteamericano que analiza, desde un punto de
vista radical materialista, el pensamiento económico
de nuestra generación, y el comportamiento
de Estados Unidos, con un análisis amargo
y satírico. Según el profesor Max Silberschmidt
se lo puede considerar «el Karl Marx de
América, pues analizando la publicidad económica
analiza los fenómenos de la economía, a
la vez que denuncia y compara los conflictos
más trágicos de nuestro mundo». Su «compasión
por el hombre común y por los pueblos
oprimidos» es puesta de relieve en un estudio
de Carl Eugster. Veblen, que quiso ser olvidado
por el mundo contemporáneo, dedicó a la humanidad
su obra principal The instinct of
workmanship (1914).
George Berkeley (1685-1753) fundó la teoría
espiritualista del conocimiento, con la que era
posible fundamentar una negativa de la realidad
del mundo corpóreo.
232/266
Para la abolición del peligro
de guerra
Escrito el 20 de septiembre de 1952, este
artículo fue publicado por primera vez en otoño
de ese año en la revista japonesa Kaizo (Tokio).
La carta al presidente Roosevelt que menciona
fue enviada el 2 de agosto de 1939. Dos físicos
emigrados a Estados Unidos, el italiano Enrico
Fermi y el húngaro Leo Szilard, habían solicitado
a Einstein que firmara un escrito de advertencia
al gobierno de Estados Unidos sobre los
efectos catastróficos de la bomba de uranio.
En una carta personal al presidente
Roosevelt, Einstein decía: «El elemento uranio
será muy pronto la mayor fuente de energía.
Una sola bomba de esa clase que explote será la
destrucción en una escala imposible de prever
». Como sospechaba que los profesores Orto
Hahn y Lis Meitner, militantes del partido
nacionalsocialista, habían descubierto en su
laboratorio del Kaiser Wilhelm Institut la
desintegración del uranio, y temía por tanto
233/266
que esa incontenible fuente de energía fuera
utilizada con fines bélicos, quiso describir en
esa carta el peligro que significaría para la humanidad
la fabricación de dicha bomba. Proponía
organizar un grupo de investigadores
nucleares a quienes pudiera encomendarse el
estudio de las aplicaciones prácticas de la
desintegración del uranio. El llamado Manhattan
Project fue concebido y realizado con celeridad
típicamente norteamericana gracias al
auspicio de Einstein y al curso que estaba tomando
la guerra.
Discurso ante el Congreso de
los Estudiantes para el
Desarme
Este discurso fue leído en 1930 ante los
estudiantes alemanes partidarios del pacifismo.
234/266
A Sigmund Freud
Las entrevistas personales de Einstein con
el psiquiatra austríaco Sigmund Freud
(1855-1939) fueron solo dos, y ambas en Berlín.
La carta que aquí se publica era privada, probablemente
de fines de 1931 o comienzos de
1932. No es idéntica a la fechada en Potsdam
del 30 de julio de 1932, que integraría la
primera parte del folleto de sesenta y dos páginas
que se presentó a la Sociedad de Naciones
con motivo de la clausura del Instituto Internacional
de Cooperación en el Trabajo Intelectual,
y que llevaba el título de «¿Por qué la
guerra?», del cual se repartieron dos mil ejemplares
escritos en alemán. Después hubo ediciones
en francés, inglés y holandés.
Einstein deseaba la presencia de Freud
como interlocutor en la discusión por su
conocimiento de las raíces de los impulsos de
destrucción en el alma humana, y esperaba de
él una colaboración sobre el tema «Represión y
Liberación de los hombres del azote de la
235/266
guerra». Según Einstein, en cada hombre «existe
una necesidad de odiar y de destruir. Esta
disposición de ánimo, latente en tiempos normales,
solo se pone de manifiesto en tiempos
de anormalidad. Pero se la puede despertar con
facilidad».
La respuesta de Freud, enviada en septiembre
de 1932, llenaba treinta y siete páginas,
y decía entre otras cosas: «La popularidad del
instinto humano de destrucción es mucho mayor
que su real importancia. Fomentada por la
especulación, hemos llegado a la idea de que
este instinto labora en cada individuo, en el empeño
de transformar la vida en materia muerta.
Recibió el nombre de instinto tanático o de
muerte, mientras el instinto erótico representaba
la aspiración hacia la vida. El instinto de
muerte se vuelve destructivo cuando se lo utiliza,
con medios adecuados, hacia el exterior. El
ser vivo protege su propia vida mediante la destrucción
de la vida ajena. Pero hay una parte
de este instinto de muerte que permanece inactivo
dentro del ser viviente. Hemos intentado
236/266
atribuir una serie de fenómenos tanto normales
como patológicos a esta interiorización del instinto
de destrucción. Incluso hemos cometido
la herejía de intentar explicar la formación de
nuestro conocimiento a partir de una inversión
de la agresividad hacia el exterior». Para terminar,
Freud expresa su esperanza de que el
desarrollo de la cultura, más el cambio producido
en las metas instintivas, la disminución de
las emociones instintivas y el miedo ante los
efectos catastróficos de una guerra futura, extinguirán
el peligro de guerra en un futuro
próximo.
Las mujeres y la guerra
Los «miembros indefensos de la población
civil» a que hace referencia Einstein en este
artículo son él mismo, quien recibió muchos
ataques en 1920 y en 1933. Así lo hizo la
Asociación Americana de Mujeres Patrióticas,
237/266
que exigió al gobierno que prohibiera a Einstein
la entrada en Estados Unidos, alegando que era
un comunista peligroso.
Una despedida
Albert Dufour-Feronce era sobrino del general
suizo Henry Dufour, y trabajó a partir de
1918 en el Ministerio de Asuntos Exteriores,
que en 1920 lo envió a Londres en calidad de
consejero de Embajada. Desde 1927 fue subsecretario
general de la Sociedad de Nacional,
donde dirigía la Comisión de Cooperación del
Trabajo Intelectual.
Einstein se convenció de que la Sociedad de
Naciones estaba al servicio de los intereses de
las potencias ganadoras de la guerra. De modo
que decidió darse de baja de la Comisión en
1923. Volvió a incorporarse sin embargo en
1924, al darse cuenta de que su renuncia
favorecía a los nacionalistas alemanes y
238/266
perjudicaba a las verdaderas intenciones de la
Comisión.
La Internacional de la Ciencia
Artículo escrito al poco tiempo de finalizar
la primera guerra mundial. Einstein había sido
elegido miembro de la Academia Prusiana de
Ciencias a propuesta de Max Planck, Walter
Nernst, Heinrich Rubens y Emil Warburg en su
sesión plenaria de noviembre de 1913. La Academia
fue fundada en 1700. Su traslado de
Zúrich a Berlín tuvo lugar en 1914.
Emil Fischer (1825-1918) recibió el Premio
Nobel de Química de 1902 por sus investigaciones
sobre los grupos albuminoideos. Sus trabajos
académicos se desarrollaron en Erlangen
y Würzburg. Desde 1892 hasta su muerte trabajó
en Berlín.
239/266
El Instituto para la
Cooperación Intelectual
Escrito sin duda en 1926 con motivo de la
inauguración en París del Instituto Para la Cooperación
Intelectual, que hasta 1939 fue el
brazo ejecutivo de las resoluciones que tomaba
la Comisión de Cooperación Intelectual de la
Sociedad de Naciones. Einstein, pese a su profunda
desilusión por los resultados, pertenecía
a esta Comisión desde 1922. Sustituyendo al Instituto
se creó la UNESCO en 1945.
Síntomas de enfermedad en la
vida cultural
Apareció por primera vez en inglés, en la
publicación norteamericana Bulletin of the
Atomic Scientists, en septiembre de 1952.
240/266
Reflexiones sobre la crisis
económica mundial
El artículo se refiere a la crisis mundial de
1929, que debido a un exceso en la oferta condujo
a la catastrófica deflación de los precios y
a la quiebra de numerosas empresas y bancos.
El desempleo producido por la crisis y la consiguiente
insatisfacción de las masas reforzaron
las corrientes radicales y a extender los sentimientos
nacionalistas.
Producción y trabajo
El economista inglés John Maynard Keynes
(1883-1945) fue uno de los mayores detractores
de la política de reparación establecida por la
Paz de Versailles. Keynes proponía, en los años
veinte, el «destronamiento del oro» y la intervención
en el sistema monetario para estabilizar
el nivel de los precios en el interior.
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De la convivencia pacífica
entre las naciones
Anna Eleanor Roosevelt (1884-1962), esposa
del presidente de Estados Unidos fallecido
en la primavera de 1945, había pedido al físico
Robert Oppenheimer y al jurista David Lilienthal,
miembros de la Atomic Energy Comission,
que participaran en su programa de televisión,
para hablar sobre los peligros de una
guerra atómica. Para facilitar la participación
de Einstein, se desplazó un equipo móvil de la
televisión a su casa en Princetown. Lo aquí reproducido
es el texto que Einstein leyó ante las
cámaras. En una carta a Carl Seelig, la señora
Roosevelt describe a Einstein como «una personalidad
inolvidable, amable, pero fuerte y
firme en sus creencias».
Cuando la revista semanal La reconstrucción,
dirigida por Manfred George, organizó
unos funerales en memoria del presidente
Franklin Delano Roosevelt, Einstein envió el
siguiente mensaje: «Nosotros, los judíos y los
242/266
inmigrantes, estamos especialmente en deuda
con el presidente Roosevelt. El supo prever lo
inevitable con la antelación requerida, y protegió
consecuentemente al pueblo americano
de la amenaza alemana. En el marco de la política,
su intento de proteger a los débiles tuvo
éxito. Saneó la economía a pesar de las dificultades.
Era increíblemente consecuente en las
metas que se proponía y al mismo tiempo
maravillosamente elástico en la superación de
contratiempos. Resulta trágico que su capacidad
singular ya no pueda ser utilizada para resolver
los problemas referentes a la seguridad
nacional. Es especialmente trágico para los
judíos el que ya no pueda asistir a las decisivas
negociaciones de las que depende que se nos
abran las puertas de Palestina. La muerte de
Roosevelt ha significado para todos los
hombres de buena voluntad, la pérdida de un
viejo amigo. ¡Ojalá su influencia en el pensamiento
de los hombres sea duradera!».
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Sobre la seguridad de la
especie humana
Resumen de la colaboración de Einstein en
el Canadian Education Week, congreso sobre
educación dirigido a profesores y alumnos que
se celebró en marzo de 1952 en Ottawa.
Intercambio de cartas con la
Academia de Ciencias
Prusiana
El profesor Ernst Heymann (1870-1946) fue
el fundador del primer Instituto de Derecho
Internacional.
Heinrich von Ficker (1881-1957) fue nombrado
director del Instituto Meteorológico
Prusiano en 1923. Se hizo famoso por sus expediciones
científicas al Cáucaso, Pamir y
Turquestán.
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Sociedad judía
Esta lectura tuvo lugar en otoño de 1932,
cuando Einstein escribió también su «Saludo a
George Bernard Shaw» (pág. 41). Fue pronunciada
el 29 de octubre de 1930 en el hotel Savoy
de Londres.
La ORT fue fundada en 1880 en San Petersburgo,
para dar formación profesional a la juventud
judía.
La OZE es una organización judía de socorro,
que sobre todo se dedica a financiar hospitales.
Los escritores Herbert George Wells
(1866-1946) y George Bernard Shaw asistieron
al banquete. El criterio cosmopolita de Wells
expresado en su Historia del Mundo, se asemeja
a las ideas de Einstein. Como ejemplo podemos
citar: «Los hombres inteligentes están
cada vez más convencidos de que mientras se
conserven la soberanía independiente de los estados
nacionales, la sistemática opresión racista
y los prejuicios nacionalistas y culturales,
seguirá aumentando nuestra inestabilidad. Y la
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vida y el pensamiento humanos estarán cada
vez más dominados por la servidumbre, el
miedo, y los sufrimientos. Una especie de histeria
militarista amenaza nuestra existencia.
Nos puede llevar poco a poco a una guerra cruel
y a una vida llena de dolor y de odio, que a la
larga no podrá soportar nadie, a excepción de
algún espartano». El «mítico ¿¿¿sosias???» a
que se refiere Einstein en sus palabras es su
propia figura pública.
Discursos sobre la
reconstrucción de Palestina
Albert Einstein se incorporó a las filas del
sionismo hacia 1920, como reacción al antisemitismo
que en Alemania empezó a crecer de
forma alarmante a partir del final de la primera
guerra mundial. En la primavera de 1921 viajó a
Nueva York, en compañía del más tarde primer
presidente de Israel profesor Chaim Weizmann
246/266
(1874-1952). En Estados Unidos participaron
en numerosos actos destinados a recaudar
dinero para el Fondo Nacional Judío y para la
Universidad hebrea de Jerusalén. Einstein pisó
por primera vez tierra judía en febrero de 1923,
tras un viaje a China y Japón. En Jerusalén
vivió invitado en casa del comisionado
británico, vizconde Herbert Samuel (a quien se
menciona comiendo con Einstein en Londres
en la nota «Saludo a George B. Shaw»). El segundo
viaje a Norteamérica lo realizó en diciembre
de 1930, el tercero en otoño de 1931.
Los discursos 1, 2 y 3 fueron pronunciados
en Estados Unidos en 1931 y 1932. El cuarto
discurso lo leyó en 1921 en Berlín, al regresar
de su viaje por Norteamérica. El quinto fue pronunciado
seguramente más tarde, pero antes de
que se estableciera definitivamente en Princeton,
es decir, antes de 1953.
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Renacimiento judío
La organización sionista Keren Hajessod
(Fondo de Reconstrucción) organiza, desde su
fundación en 1920, colectas para ayudar a la
construcción de casas y a la colonización del
campo en los terrenos entregados al Fondo Nacional
Judío de Israel.
Sobre la necesidad del
sionismo
Según declaración del profesor doctor Willy
Hellpach (1877-1955), ministro de Cultura
bávaro de 1922 a 1924, y catedrático de psicología
en la Universidad de Heidelberg, Einstein
escribió este artículo durante sus vacaciones estivales
de 1929, para la Vossische Zeitung. Hellpach
continúa: «Por desgracia tuve pocas ocasiones
para conversar con Einstein. Me impresionó
sobre todo su individualidad original, su
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fe casi infantil en la verdad, y su dificultad para
ver la proporción real de las cosas de la vida
pública. He notado lo mismo en matemáticos y
en investigadores de la naturaleza. En particular,
el matemático y el físico teórico, acostumbrados
a una lógica deductiva del pensamiento,
no saben qué hacer cuando se enfrentan a la
vida comunitaria de los hombres, que no se
atiene a dicha lógica. Esto es incluso válido
para una persona como Bertrand Russell». El
profesor Hellpach dice más adelante: «El sionismo
refleja en su desarrollo los mismos defectos
que podemos observar en otros nacionalismos.
Todos los nacionalismos que conocemos
empiezan llenos de ilusiones y acaban llenos de
pasión, proceso a lo largo del cual el idealismo
se convierte en fanatismo. El nacionalismo
alemán empezó con Herder, Fichte, Arndt,
Jahn y se materializó cien años más tarde en
Treitschke, el Todo alemán, y en el nacionalsocialismo.
Entremedio hay gente como
Richard Wagner, Paul de Lagarde y Gustav
Freytag. El nacionalismo abandona el idealismo
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cuando pasa de los individuos a la masa.
Siempre me he quejado de que el sionismo
olvidaba una parte de la historia del judaísmo;
parte de la que emana, en mi opinión, una de
las misiones del pueblo judío: el pensamiento y
sentimiento cosmopolitas son una vitamina
de la cultura occidental, vitamina de mayores
efectos a medida que la cultura judía se iba diseminando
por Europa con independencia de las
fronteras nacionales. Ahora resulta que los hijos
de Israel, cosmopolitizados por la historia,
han de volverse nacionalistas, al igual que todos
los demás pueblos. Creo que sería una lamentable
pérdida de la misión del pueblo judío».
Aforismos para Leo Baeck
Estas sentencias de A. Einstein fueron publicadas
por primera vez en un libro de homenaje
al doctor Leo Baeck (1873-1956), editado
poco después del 80.º cumpleaños de Baeck. El
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cuarto aforismo es el retrato del que fue líder
del judaísmo alemán durante la primera mitad
del siglo XX. Einstein lo tenía en tanta consideración
como al Mahatma Gandhi o Albert
Schweitzer.
El doctor Leo Baeck se dedicó especialmente
a conseguir comprensión para la cultura
judía. Fue gran rabino de Berlín desde 1912
hasta 1943, fecha en que fue internado en el
campo de concentración de Theresienstadt,
donde unos 120.000 de los 140.000 judíos internados
murieron de hambre o en cámaras de
gas. Tras su liberación en 1945 prosiguió su actividad
académica, primero en Londres y luego
en el Hebrew Union College de Cincinnati.
Los principios de la
investigación
Esta conferencia la pronunció Einstein ante
los miembros de la Sociedad de Físicos con
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motivo del 60.º cumpleaños del doctor Max
Planck (1856-1947). La opinión de Planck fue
decisiva para la entrada de A. Einstein en la
Academia Prusiana de Ciencias. Este siempre
guardó gran agradecimiento y respeto por
Planck.
Acerca del método de la física
teórica
Discurso pronunciado hacia 1930.
El entonces colaborador de Einstein y extraordinario
matemático doctor Walter Mayer
murió en otoño de 1948, tras haber trabajado
sus últimos años en el Institute for Advanced
Study de Princeton.
Louis de Broglie (nacido en 1892), profesor
de física teórica en el Instituto Henri Poincaré
de París, recibió en 1929 el Premio Nobel de
Física, en reconocimiento por sus investigaciones
sobre la naturaleza ondulatoria de los
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electrones. Mayor información sobre sus relaciones
con A. Einstein se encuentra en un
artículo del profesor de Broglie «Une rencontre
avec Einstein au conseil Solvay en 1927», publicado
en el libro de Carl Seelig Albert Einstein
y Suiza.
Paul Adrien Dirac (nacido en 1902), profesor
de física teórica en Cambridge, se dedicó a
la formulación de la teórica cuántica. En 1933
recibió junto con Schrödinger el Premio Nobel
de Física.
Erwin Schrödinger (1887-1961), profesor de
física teórica en el Dublin Institute for Advanced
Studies, es el creador de la teoría de la
mecánica ondulatoria.
Max Born (nacido en 1882), profesor de
física teórica en Edimburgo, ha enriquecido
profundamente nuestra concepción física del
mundo a través de sus investigaciones sobre la
teoría reticular de los cristales, la dinámica
atómica y la mecánica cuántica. Después de la
conferencia pronunciada por Max Born en 1950
sobre «50 años de teoría cuántica» Heisenberg
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elogió ampliamente a su antiguo profesor en
Göttingen por haber formulado junto con Pascual
Jordán la base matemática de la teoría
cuántica.
Werner Heisenberg (nacido en 1901), profesor
de física teórica en el Max Planck-Institut
de Göttingen, recibió el Premio Nobel de Física
en 1932. Pertenece junto con Born y Jordan a
los fundadores de la mecánica cuántica. Sus
trabajos sobre la radiación cósmica son uno de
los mayores logros de la física moderna en
Alemania.
Geometría y experiencia
Esta importante conferencia de Einstein fue
pronunciada el 27 de enero de 1921 en el
transcurso de la sesión pública de la Academia
Prusiana, que se celebraba cada año el día del
nacimiento del rey Federico el Grande
(1712-1786). La opinión del profesor Philipp
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Frank sobre ella es la siguiente: «A través de su
clara exposición, Einstein logra poner orden en
un dominio en el que incluso entre los
matemáticos y físicos reinaba, y a veces aún reina,
gran confusión». La formulación de Einstein
es considerada desde entonces incluso por
los filósofos como la más clara y mejor
puntualizada.
La «teoría general del conocimiento» del
filósofo berlinés Moritz von Schlick
(1882-1936), apareció en el año 1918. Un año
antes Schlick, influido por Einstein, había publicado
un trabajo sobre «Espacio y tiempo».
El matemático francés Henri Poincaré
(1854-1912) propuso poco antes de su muerte
en una carta firmada también por Marie Curie,
que Einstein fuera llamado a Zúrich, para que
se encargara de cátedra de física teórica en la
ETH.
La «anomalía que se ha comprobado en el
caso de Mercurio» citada al final de la conferencia,
se refiere al resultado logrado por las dos
expediciones científicas inglesas, que fueron
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enviadas, una al norte del Brasil y la otra a la
isla Príncipe, para observar el eclipse de sol del
29 de marzo de 1919. El resultado obtenido por
las expediciones inglesas fue confirmado por
otra expedición científica, esta vez en el Sudán,
que observó el eclipse solar del 25 de febrero de
1952. En 1916, Einstein había calculado una
curvatura de los rayos de la luz de 1,75 segundos.
La expedición inglesa midió 1,64 segundos,
mientras que en 1952 los científicos se acercaron
aún más a los cálculos de Einstein, pues obtuvieron
un resultado de 1,70 segundos.
¿Qué es la teoría de la
relatividad?
La Royal Society y la Royal Astronomical
Society dieron a conocer públicamente los resultados
obtenidos por las expediciones que
habían enviado para observar el eclipse solar
del 29 de marzo de 1919, en una sesión
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conjunta celebrada el 6 de noviembre de 1919.
En su ponencia, Sir John Thomson
(1856-1940), que en la apertura de la sesión
había elogiado la teoría de Einstein con las
siguientes palabras: «Uno de los mayores
logros de la historia del pensamiento humano»,
procedió a informar: «El campo gravitatorio del
sol origina, en efecto, la desviación de los rayos
de luz que se desprende de la teoría de la relatividad
general de Einstein». Este accedió a la
petición del periódico The Times de explicar
sus investigaciones personalmente a los
lectores mediante el artículo «¿Qué es la teoría
de la relatividad?», aquí publicado. Este
artículo apareció en el Times del 28 de
noviembre de 1919, bajo el título de «My Theory
» y recibió la siguiente posdata irónica: «Las
observaciones acerca de mi persona aparecidas
en este periódico se deben, en parte, a la
fantasía del editor. Explicaré a los lectores una
aplicación más de la teoría de la relatividad: Actualmente
en Alemania se me califica de
científico alemán y en Inglaterra de judío
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suizo. Si alguna vez se dan las circunstancias
de que me presenten como bête noire, entonces
para los alemanes sería un judío suizo y para
los ingleses un científico alemán».
Sobre la teoría de la
relatividad
Esta conferencia fue pronunciada en la
primavera de 1921 en el castillo de la Royal Society
of London, la más antigua de las sociedades
científicas inglesas, fundada en el año
1660.
Sobre los orígenes de la teoría
general de la relatividad
Loránd Eötvös (1848-1919), profesor de
física en la Universidad de Budapest, fue el
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constructor de la báscula de torsión, ampliamente
utilizada en geofísica. Es también autor
de las investigaciones sobre las tensiones superficiales
en los líquidos y sobre el magnetismo
terrestre. Einstein publicó en 1911 un
artículo en los Annalen der Physik con el título
siguiente: «Observaciones sobre la ley de
Eötvös».
Einstein trabajó muchos años en estrecha
colaboración con su amigo de la juventud, Marcel
Grossmann (1878-1936) que dictaba clases
de geometría en la ETH de Zúrich.
El problema del espacio, del
éter y del campo, en física
La primera publicación de este artículo,
aparecida en 1930 en el Forum Philosophicum
contenía un último postulado de la teoría de
campo, que fue suprimido en las ediciones posteriores
a petición del propio Einstein, ya que
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según él «La teoría que allí describí la he abandonado
hace tiempo, sustituyéndola por la
teoría del campo nosimétrico». Esta teoría está
reproducida en el Apéndice II del Meaning of
Relativity («Generalisation of Gravitation Theory
» de Albert Einstein; reimpresión del Apéndice
II de la cuarta edición de The meaning of
Relativity, copyright 1953 de Princeton
University Press).
Johannes Kepler
Este artículo apareció el 9 de noviembre de
1930 en el Frankfurter Zeitung con motivo del
300 aniversario de la muerte de Johannes
Kepler (1571-1630).
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La mecánica de Newton y su
influencia en el desarrollo de
la física teórica
Este escrito fue publicado en el año 1927 en
el tomo quince de la revista alemana Die
Naturwissenschaften, con motivo del 200
aniversario de la muerte de Isaac Newton
(1643-1727).
James Clerk Maxwell (1831-1879), creador
de la teoría electromagnética de la luz.
Ludwig Boltzmann (1844-1906), pionero en
el área de la termodinámica.
Sir William Thomson, Lord Kelvin
(1824-1927), físico inglés que realizó importantes
investigaciones en el campo de la termodinámica
y la termoelectricidad.
Simeon Denis Poisson (1781-1840),
pertenece a los creadores del concepto de potencial.
Realizó estudios sobre acústica, conducción
del calor y tensión superficial.
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El barco de Flettner
El ingeniero alemán Anton Flettner
(1885-1962) es el descubridor en 1915 de los
dos buques rotores probados en 1924 y 1926.
Leonhard Euler (1707-1783), de Basilea,
físico, astrónomo y creador de la matemática
moderna, recibió a los diecinueve años un premio
de la Academia de París por su tratado
sobre la arboladura de los barcos.
Heinrich Gustav Magnus (1802-1870), descubrió
el «efecto Magnus» utilizado por
Flettner en la construcción de sus barcos.
John William Raleigh (1842-1919), físico
inglés que en 1904 recibió el Premio Nobel de
Física por sus trabajos sobre la teoría ondulatoria,
la acústica, la electricidad y la radiación.
Ludwig Prandtl (1875-1953), desde 1925
director de los institutos Kaiser Wilhelm y Max
Planck, se dedicó fundamentalmente al estudio
de la aerodinámica y de la hidrodinámica. Por
su teoría del flujo es, en cierta manera, el padre
del concepto moderno de «línea de flujo».
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Daniel Bernoulli (1700-1787), matemático
de Basilea, célebre por haber resuelto problemas
de hidrodinámica. Investigó los sistemas
de propulsión de barcos.
La cama de la formación de
meandros en los ríos y la ley
de Baer
Karl Ernst von Baer (1792-1876), zoólogo y
geógrafo, es considerado el creador de la explicación
científica de la evolución de los animales.
En su artículo «Sobre una ley universal en la
formación de los lechos de los ríos» publicado
en 1860 en San Petersburgo, explica la existencia
de una fuerza originada por la rotación de la
tierra.
El artículo de Einstein sobre esta ley fue
leído ante la Academia Prusiana de Ciencias el
7 de junio de 1926.
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Para humillación del hombre
científico
Estas reflexiones fueron escritas para la 42
reunión de la Società Italiana per il Progresso
dele Scienze, que tuvo lugar en 1950 en Lucca.
El entonces presidente de esta sociedad era
Francesco Nitti, que había sido presidente del
gobierno y antifascista convencido. Este
artículo fue publicado en inglés, en otoño de
1950, en la revista de la UNESCO, Impact.
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ALBERT EINSTEIN (Ulm, 1879 - Princeton, 1955) publicó en
1905 una serie de trabajos en los que dejó expuesta su revolucionaria
teoría de la relatividad, determinante en la física del siglo XX.
Premio Nobel de Física en 1921, ante la ascensión del nazismo se
vio obligado a abandonar Alemania en 1933 e instalarse en Estados
Unidos.
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